La presencia perezosa del castillo
leyendas de aquí ·
San Vicente de la Barquera vivió la visita de un fantasma o un trasgu aficionado a las sardinas y la morcilla en el Castillo del Rey«Ya veréis, ya veréis, ya veréis». Qué sería de cualquier castillo sin su fantasma, y el de San Vicente de la Barquera no iba ... a ser menos. Fantasma, trasgu o lo que fuera, porque de todo llamaron al bueno del ente en verano de 1935, cuando se escuchó –que no oyó– su presencia entre los muros de la fortaleza. Una presencia discreta, perezosa y quizá con apnea del sueño o vegetaciones.
Todo comenzó alrededor de agosto.La Huevita, el Volador, Paulina, el Jenaro y compañía no daban crédito. Dentro del castillo se escuchaba algo así como silbidos, ronquidos y hasta alguna palabra. El chismorreo hizo el resto y al poco tiempo unos periodistas de La Voz de Cantabria aparecieron por allí para dejar constancia de la historia. Pasaron allí la noche e hicieron fotos a las muchas personas que iban por la zona convencidas de que algo raro ocurría en el castillo, o al menos eso dijo el redactor que decían los barquereños. El fantasma, si es que lo era, no decía nada; estaba durmiendo, a juzgar por los silbidos que se oían. Todo lo más, encadenado a la cama o preparando la comida; afanado en sus labores, como un buen trasgu.
Conforme pasaron los días y hablaron con más vecinos, la trama se complicó. Se llegó a hablar, si los periodistas no se pasaron de frenada en un exceso de imaginación, de infinidad de posibles explicaciones. Corrió la historia de que era el espectro de una persona fallecida a la que le habían quedado cuentas pendientes con su familia o a quien no habían cumplido su última voluntad. Al menos eso cuadraba con los «ya veréis, ya veréis, ya veréis» que juraban haber escuchado más de una vez un buen puñado de supuestos testigos, porque la buena de la presencia debía estar verdaderamente molesta... cuando estaba despierta.
Pero para ser un fantasma tenía más necesidades físicas que ectoplasmáticas, porque de pronto aparecieron testimonios de vecinos, y de vecinas, que habían echado en falta comida en la despensa. Al Volador, le habían desaparecido más de una vez las sardinas del almuerzo con plato incluido y Paulina se había quedado sin las morcillas que tenía colgadas en la cocina. Más cosa de un trasgu, un trastolillo o algún paisano al que le apretara el hambre que de un fantasma aficionado solo a comer y a dormir, pero por lo que fuera decidieron echarle la culpa.
Cada cual tenía su hipótesis. Hubo quien notó que desde que se comenzaron a escuchar los ruidos ya no quedaba ni un solo gato por la zona y quien sospechaba de un culebre, un demonio o incluso el loro que se le había escapado a Jenaro, si no fuera porque el tan Jenaro jamás en su vida había tenido un loro.
Cuenta una de las crónicas que una de las más echadas 'palante', la Huevita, incluso se plantó frente al castillo para vocear al espíritu: «Si vienes en nombre de Dios dime lo que quieres, pero si es el demonio quien envía, huye, porque lo vas a pasar muy mal». Al menos así lo transcribió La Voz de Cantabria, que debió de echarle algo de literatura al discurso.
La Huevita no obtuvo respuesta. El pobre alma en pena estaría en plena siesta. Un poco más de cordura aportó otra vecina, explicando que eso que se escuchaba era el ruido de los acantilados, como se había podido oír toda la vida, pero ni eso ni el hecho de que durante la noche que pasaron allí los periodistas no se escuchara ni viera nada convencieron a nadie.
Aparte de perezosa, también se acusó a la presencia de ceniza, porque los pescadores le achacaban la escasez de bonito y la mala costera del bocarte. Así al menos todo cuadraba de pronto como un enorme puzzle sideral. A falta de bocartes, al Volador no le había quedado más remedio que comer sardinas, pero el malaje del fantasma se las robaba para dar de comer a sus gatos.
Al final, aprovechando las fiesta del pueblo, se organizó junto al castillo un concierto de la Orquesta de Santander, ya fuera para espantar al bicho, porfiar que se buscara un lugar más tranquilo para que nadie le despertara de la siesta o, ya que había decidido quedarse, invitarle a una copa y darle la bienvenida a condición de que dejara de saquearles la despensa.
Sea lo que fuere, el plan funcionó, porque después de aquel 6 de septiembre no se volvió a tener noticia; claro que también es posible que a los periodistas no les quedaran más ganas de ir de excursión, porque el viaje desde Torrelavega, que era de donde partían, hasta San Vicente de la Barquera era muy largo en la época. Desde entonces nadie ha vuelto a hablar de ella, o al menos no se ha escrito nada más de aquella presencia. Si sigue durmiendo, ya veréis, ya veréis, ya veréis cuando se despierte. Lo hará con ganas de comerse un buey por las pezuñas.
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