«El arte es la huella que el ser humano deja cuando busca reconocerse»
Miguel Ángel García inauguró ayer en el Museo de Altamira 'El susurro de la sombra', una exposición en la que recorre 40.000 años de creación y humanidad
Desde que un ser humano dibujó su silueta junto a una pared para reconocerse en ella, el arte ha sido una forma de dejar ... constancia de lo que somos. Lo recordaba Plinio el Viejo al definir el origen de la pintura: el trazo de una sombra, la línea más elemental que nos describe. En esa huella -esa marca que testimonia el paso humano por el mundo- arranca también la nueva exposición de Miguel Ángel García en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira. 'El susurro de la sombra' propone un recorrido por cuarenta mil años de arte y de humanidad, desde las primeras huellas del Paleolítico hasta las siluetas de las marcas comerciales contemporáneas, y plantea una reflexión sobre lo que el tiempo borra y lo que deja detrás: la sombra, tenue testigo de lo que fuimos.
Miguel Ángel García, artista madrileño afincado en Cantabria, define esta exposición como «un viaje estético y ético a través del cuerpo humano», pero también como una mirada crítica sobre el mundo que habitamos y, como Plinio, sostiene que «el arte es la huella que el ser humano deja cuando busca reconocerse».
«Dos huellas separadas por cuarenta mil años nos susurran lo mismo: que somos tránsito, pero también permanencia; que el tiempo borra los cuerpos, pero deja detrás la sombra», afirma.
La exposición, que se puede visitar hasta el 31 de enero de 2026, convierte la sombra en hilo conductor de la historia del arte y de la humanidad y es que, según sostiene «el arte, en su origen, es la sombra: la forma más elemental de definir una persona colocada junto a una pared». Una definición que cruza con el mito de la caverna de Platón: hombres y mujeres que solo ven sombras y creen que eso es la realidad. «La sombra tiene un valor polisémico impresionante -dice García-, porque lo que unos consideran falso puede ser la verdad de otros».
La muestra traza un recorrido cronológico que empieza con el arte rupestre y culmina en los iconos de la cultura de consumo. El punto de partida es una huella descubierta hace apenas tres años en Segovia, a orillas del Eresma: la primera huella humana completa conocida, tallada sobre un canto rodado con forma de rostro. «Es como un selfie del Paleolítico», dice el artista. Desde ahí, la exposición avanza por distintas etapas en las que la sombra ha servido para representar, narrar o esconder el cuerpo humano. En Egipto y Grecia, las siluetas se vuelven códigos simbólicos: cabezas de perfil y pechos de frente en los jeroglíficos, o figuras rojas en las ánforas que servían incluso como juegos visuales, «una especie de TikTok de la época», ironiza García.
En Oriente, la sombra se hace espectáculo con las sombras chinescas. Y en la Edad Media desaparece del arte: el hombre cede su lugar a lo divino, y el fondo dorado sustituye a toda referencia real.
El Renacimiento recupera la sombra con Leonardo, Miguel Ángel o Caravaggio. Con ellos llega el tenebrismo, donde la luz y la oscuridad se enfrentan como metáfora de la condición humana.
Pero el artista insiste en que no pretende hacer una historia del arte literal, sino usarla como espejo de los dilemas de nuestro tiempo por eso en sus piezas, la sombra se convierte también en denuncia: en figura de quienes no tienen rostro, nombre ni espacio en la representación social. Así reinterpreta, por ejemplo, los retratos del siglo XVIII en los que los esclavos eran reducidos a adornos y, en una de las instalaciones más potentes enfrenta dos grupos de imágenes: el de mujeres víctimas de trata y el de sombras masculinas proyectadas sobre una valla, fruto del fenómeno de la pareidolia. «Quería mostrar cómo muchos de esos hombres que provocan el daño permanecen invisibles», dice.
Y es que para él, el susurro de la sombra «es una metáfora de nuestra sociedad: hay sombras que preferimos no mirar»
La exposición culmina con una pieza fotográfica titulada 'El tiempo vuela sobre nosotros, pero deja su sombra detrás', captada en el Musée d'Orsay de París y ese espacio de las sombras contemporáneas: los logotipos comerciales que usan figuras humanas para generar empatía a modo de reflejo de cómo el cuerpo se ha convertido en marca.
Como cierre García ha escaneado esa huella humana de hace 43.000 años con otra actual, las ha convertido en gráficas y después en sonido. Ese sonido es «el susurro de la sombra», audible a través de un código QR. «Me pareció hermoso comprobar cómo podía sonar un hombre de entonces y uno de ahora y descubrir que no eran tan distintos».
El compromiso ético atraviesa toda su obra. García insiste en que «el arte no tiene sentido como pura decoración» y en que «los artistas tenemos un papel privilegiado para poder llegar a la gente, porque tocamos ciertas fibras que no se alcanzan desde el discurso político». Además asegura, exponer en Altamira es «algo maravilloso. Para un artista, vincularse con un museo que hace referencia a los comienzos de nuestra vida y de nuestra historia es enriquecedor».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión