«La bahía de Santander es uno de esos paisajes basales que nunca me abandonan»
Publicará 'Santander 1936', una ficción y, a la vez, parte de una historia santanderina y familiar. Esperan otras dos novelas: 'El destino del Coronel Ybarra' y 'El exclaustrado'
MARIO CRESPO
Viernes, 26 de noviembre 2021, 07:15
Sedentario y achacoso, al margen de modas, el santanderino Álvaro Pombo es uno de los referentes esenciales de nuestra literatura. En esta entrevista repasa sus ... grandes temas y lecturas, con especial detenimiento en su poesía y las claves filosóficas de su prosa, y manifiesta claramente su deseo de ganar uno de los pocos grandes premios que se le resiste, el Cervantes. Anuncia además, entre sus próximas novelas, 'Santander 1936', una historia familiar entre la ficción y la realidad. El miércoles 1 de diciembre el Ateneo de Santander acogerá la presentación del primer ensayo sobre su poesía, 'Existir innumerable', al que ha puesto prólogo.
-Para variar, dígame: ¿qué cosas buenas tiene la senectud?
-En el breve discurso que pronunció Mario Vargas Llosa para celebrar su ochenta cumpleaños ante una audiencia inmensa, contó que llegar a cumplir los ochenta es fácil si has hecho una vida razonable. Y a él mismo se le veía estupendo, brillante y elocuente, recién casado con Isabel Preisler. Hay un elogio de la salud, un cierto pasar de largo por los propios achaques -que don Mario tendrá como cualquiera de nosotros- y una gana de vivir. La vejez, si uno se toma un poco en broma los achaques, como yo mismo, es una recuperación de las ganas de vivir y las ganas de escribir. No diré de ver mundo porque soy una persona sedentaria, pero sí de oír hablar a mis amigos viajeros de sus viajes. La vejez, para mí, es una cierta paz inducida por los propios achaques, una cierta reducción de posibilidades físicas que se convierte en un renovado amor por la lectura y la contemplación espiritual del mundo.
-¿Rudyard/Barraquito es un gato escritor?
-No, no es escritor, es un gato muy gato. Y esto requiere un poco de filosofía felina, que resumo brevemente a continuación: un gato es un maestro de la vida contemplativa. Vive en el instante y expresa un instante dilatado y eterno. Contemplar a un gato como Barraquito contemplándonos a nosotros es aleccionador, pacificador. Mientras digo esto ahí está, en su cama, echando una cabezada, disfrutando del momento, escuchándonos... No es un gato escritor, pero es un gato inspirador que apacienta las conciencias de mis contertulios y la mía propia.
-¿Sigue pensando que «escribir es una suerte y una bendición»?
-Desde luego. Pero hay una condición única: para que sea suerte y bendición hay que escribir siempre. De aquí que escribir no sea un entretenimiento o un hobbie, sino una manera radical de encontrarnos en el mundo. Escribir, que fue para Proust o para Kafka un vivir escribiendo, lo es también para mí. Confío poder seguir así hasta la última hora de la tarde.
-¿Su terraza de Martín de los Heros (Madrid) se ha convertido en un gran mundo?
-No. Lo que sí se ha convertido es en un espacio espacioso inmensamente más ancho y largo y poblado de lo que son en realidad sus veinte metros cuadrados. En esta terraza escribí los 'Protocolos para la rehabilitación del firmamento' y es el lugar donde, contemplando el vigoroso firmamento viajero de los días nublados y la cúpula traslúcida solar de los días soleados, me lleva de continuo más allá de mí mismo. La terraza es mi más profundo paisaje, interior y exterior a la vez.
«Mis grandes compañeros de viaje, desde luego, han sido Kierkegaard, Sartre, Rilke y Eliot»
«Cada ser humano es consciente de un mundo que se le opone, que le acoge, que le desdeña»
«La gente cincuenta años más joven que yo me parece taciturna, demasiado pendiente del móvil»
Londres entra y sale, y Madrid se está volviendo uña y carne de mi residencia en la tierra»
-Siguiendo a Kant, ¿qué nos está permitido esperar?
-Hay que recordar, de inmediato, que el gran pensador ilustrado, el autor de 'La crítica a la Razón Pura' era un hombre religioso. Preocupado por la justicia en el mundo, preocupado por el mal, comprueba Kant que los buenos no siempre reciben el premio que merecen. Kant, entonces, establece dos postulados de la razón práctica que son: la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Es el argumento eudemonológico. El tema es la aspiración a la felicidad de todos los seres humanos. La creencia en la inmortalidad -nótese que se trata de una creencia, no de una convicción racional- es la base de «una notable característica de nuestra naturaleza, incapaz de satisfacerse con lo que es temporal, por insatisfacción para la vocación completa del hombre». En 'La Crítica de la Razón Práctica' añade que esa vocación suprema del hombre es la santidad -atentos a esta curiosa variación religiosa del pensamiento kantiano- que sólo puede ser alcanzada en un proceso sin fin y por eso sólo necesita el alma humana existir indefinidamente. Parece que hemos salido bruscamente de la razón para entrar en el territorio de la fe. Y así es. Estamos entre los límites de la religión y la razón. Esta formulación kantiana aparece después, en nuestro tiempo, en el célebre principio-esperanza de Ernst Bloch. Lo que nos es lícito esperar es, en un mundo noumenal, abierto por la fe en Dios, una inmortalidad de premios y castigos. En esto Kant coincide con San Pablo, que dice: «He combatido el buen combate, he guardado la fe y ahora espero la corona de la justicia que me está preparada». Muy interesante en nuestros tiempos de filosofía débil y de laicismo el recordar la religiosidad kantiana y los dos postulados de la razón práctica que acabo de comentar. Me ha gustado esta pregunta, en la cual me he extendido quizá un poco demasiado.
-En 'Los enunciados protocolarios' leemos: «Era horrible abandonar la Bahía en verano y olvidar El Puntal». ¿Qué importancia tienen en usted los paisajes de Santander, Valladolid, Londres o Madrid?
-La bahía de Santander y el secarral palentino de La Dehesilla son paisajes basales que nunca me abandonan. Son lo más bello y sublime que he visto. Y después, Londres, que es el Londres de T. S. Eliot y de las narraciones de Iris Murdoch. Londres entra y sale de mis novelas sin llegar del todo, aún, a ser tan envolvente y basal como la bahía o la dehesilla. Y Madrid se está volviendo más y más, cada vez, uña y carne de mi residencia en la tierra, porque Madrid es realmente, en primer lugar, el Madrid de la terraza, y en segundo el Madrid infinitamente variable y variado de mi controlada comunicación con el mundo de los otros.
-«La realidad son las palabras. El mundo empieza a existir con las ganas de hablar», ha afirmado. Usted ha sido mucho de hablar, desde pequeño. Esa costumbre del hablar, de reunirse y contar historias, ¿no cree que se está perdiendo a pasos agigantados?
-Desde luego yo no estoy perdiendo esa costumbre. Charlar es estupendo. Yo he vivido de muy joven en una familia de estupendas mujeres guapas y habladoras, que he reflejado muchas veces en mis libros. Y sí, es verdad que me parece que la gente más joven, cincuenta años más joven que yo, me parecen taciturnos, demasiado pendientes del móvil, en mi opinión. Y eso, a la larga, acaba siendo una mala costumbre, aunque el móvil resulte ser un maravilloso invento de nuestra época. Como dice mi joven amigo Iñaki, este invento del demonio te acerca a los que están lejos, pero te aleja de los que están cerca.
-¿Qué le aporta a la RAE Pombo y Pombo a la RAE?
-La RAE es una institución que desde hace ya década y media me ha acogido amabilísimamente. La RAE me aporta pues, estabilidad y una cierta seguridad guasona de 'excelentísimo señor' que yo sé que a medias soy y a medias no soy. La RAE exalta mi sentido del humor, lo amaina y lo exalta a la vez. Y ¿qué aporto yo en particular? Pues poca cosa. Creo que, sobre todo, sentido del humor y un cierto sentido de entusiasmo colectivo por el mundo de las letras, que quizá había ido perdiendo yo en los últimos años.
-¿Sigue siendo Pombo un escritor al margen de modas y corrientes?
-Sí, desde luego.
-¿En qué ha cambiado el escritor Pombo que ganó el Herralde en 1983?
-Físicamente he perdido mucho peso y me ha sobrevenido el reúma como una vejez cómica. Ahora soy friolero y no me baño en el mar, cosa que me encantaba hacer. Y no monto en bicicleta, que también me encantaba. Me he vuelto más casero y sedentario que nunca. Y también, la verdad, me voy quedando ahora más canino que nunca. Estoy, como suele decirse, «a la cuarta pregunta». Cuando el Herralde yo era casi un ricachón de pueblo. Ahora estoy incómodamente sin un cuarto y más seguro de mí mismo que nunca.
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-¿Es posible un conocimiento de Álvaro Pombo a través de su literatura?
-Si se sabe leer muy bien entre líneas, sí. Pero la textualidad del texto a lo largo de treinta y pico novelas hay demasiados personajes y demasiadas variaciones sociológicas para atribuírselas todas a Álvaro Pombo. Así que casi es más fácil llamarme por teléfono si se desea conocerme.
-¿Podemos afirmar que, con su obra literaria, ha construido un mundo propio?
-Sí. Yo creo que he construido un mundo propio, un mundo de ficción, un mundo imaginario. De vez en cuando leo algunas páginas de mis primeros libros que me resultan nuevas, como si las escuchara por primera vez. Me reconozco en ellas, pero a la vez, no me decido a encerrarme del todo en ellas. A esto he de añadir que yo no soy Adán y no he surgido adánicamente en el mundo un buen día. Mi mundo literario depende de un buen número de escritores y de pensadores que me precedieron, y depende también de mi propia experiencia española en los años que me ha tocado vivir.
«Novelista de la conciencia»
-Se ha dicho de usted que es el gran novelista español de la conciencia. ¿La toma de conciencia es realmente el gran tema al que el ser humano se enfrenta?
-Cada ser humano se enfrenta, en primer lugar, radicalmente, con su propia supervivencia. Es reflexivamente consciente de sí, pero a la vez es consciente de un mundo que se le opone, que se le escapa, que le acoge o que le desdeña. Esa interacción es el gran tema de todos y cada uno de los seres humanos. El análisis de la propia conciencia y de los personajes ficticios de las novelas es relativamente reciente en nuestra cultura. Quizá la única excepción histórica occidental sea san Agustín, que en sus 'Confesiones' inaugura toda una confesión subjetiva, todo un monólogo recitado ante Dios. Así que el tema de la toma de conciencia se corresponde con y va junto a la toma de conciencia del mundo.
-Destaca en sus novelas un proceso de desvelamiento de la realidad de los personajes y de su responsabilidad ante los demás y ante sí mismos. ¿Es esta una característica de sus últimas novelas?
-Diría que eso es una característica de todas mis novelas, últimas y primeras. Tuvo gran importancia para mí en este sentido la enseñanza, los libros y las charlas con José Luis Aranguren, que fue mi profesor de Ética y Sociología en la Complutense y que consideraba que las novelas podían ser tratadas como casos morales. Hizo brillantes análisis filosóficos de la novela contemporánea española e internacional.
-¿Lo que llama «memoria fabulada» le permite utilizar el material autobiográfico para la ficción?
-Quizá no deba contestar a esta pregunta ahora. Quizá deba esperar a que se publique mi última novela, titulada 'Santander 1936'. Ese es un caso muy claro de memoria histórica fabulada y del uso de material autobiográfico -en este caso de recuerdos autobiográficos para la ficción.
-¿Kierkegaard, Freud, Sartre, Rilke y Eliot han sido y son fieles compañeros de viaje?
-Mis grandes compañeros de viaje, desde luego, han sido Kierkegaard, Sartre, Rilke y Eliot. He leído a Freud más tarde en una época en que ya uno lee los libros más distanciadamente.
-En algunos de sus poemas y novelas se percibe claramente el problema de la fe y su auténtica vivencia. ¿Nos hemos olvidado de la trascendencia? ¿En qué nos puede ayudar en la comprensión del mundo una figura como san Francisco de Asís?
-Esta pregunta engancha muy bien con la de Kant y sería un complemento de esa pregunta. Parece que nos hemos olvidado de la trascendencia, es cierto, y nos viene bien recordar al más austero y riguroso filósofo de la edad moderna hablando de ella. San Francisco de Asís cumpliría dos funciones en nuestro tiempo: hablarnos de la belleza del mundo, del canto a las criaturas, y también de su afirmación: «Admirable es el Señor en sus Santos». Da para mucho esta comparación entre la noción de santidad kantiana y la noción de santidad franciscana.
-¿Con el tiempo se ha acrecentado en usted el interés por la historia?
-Sí, desde luego. Y no sólo porque es verdad, en general, que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia, sino porque he estado influido y ayudado por dos ensayistas que son a la vez historiadores y lectores de historia: Mario Crespo López y José Antonio Marina. Ambos aportan, cada uno a su manera, un caudal de información y reflexión histórica que enriquece nuestra perspectiva individual. La historia nos pone en relación con nosotros mismos a través de ejemplos y detalles íntimos y universales a la vez. La historia es maestra de la vida.
-¿Nos puede hablar algo de sus novelas terminadas y aún no publicadas?
-Acabo de hablar de eso ahora mismo. 'Santander 1936' es una novela casi acabada ya que puede considerarse como novela, es decir, ficción, y a la vez como una historia o parte de una historia santanderina y familiar. Tengo dos novelas pendientes de publicar: 'El destino del Coronel Ybarra' y 'El exclaustrado'. Pero me gustaría que apareciese en primer lugar ésta de 'Santander 1936', que se basa en personajes reales, históricos, mi familia más cercana y que figuran con sus propios nombres y apellidos.
-¿Qué aspectos le interesan especialmente del Santander de 1936?
-Me interesa la explosión de la Guerra Civil, considerada en el primero de sus tres largos años. Y me interesa el análisis de esa contienda en un medio tan local y de provincia española tan característico como Santander. Ahí se ven las figuras de José Antonio Primo de Rivera y de Manuel Azaña, por citar sólo dos casos, desde la subjetividad colectiva santanderina y desde la subjetividad de mi abuelo paterno y su hijo Álvaro, hermano de mi padre.
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