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Tocomocho

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Timadoras compulsivas | Género: comedia; dirección: Chris Addison; Salas: Cinesa y Peñacastillo

Guillermo Balbona

Santander

Lunes, 13 de mayo 2019, 15:02

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Si uno viaja en avión y la compañía decide excepcionalmente aderezar el vuelo con esta supuesta comedia, deseará el 'aterriza como puedas'. 'Timadoras compulsivas' es una de esa gracietas con dos actrices dentro que con el más mínimo rigor no hubiera pasado ni las pruebas de laboratorio del humor. Ni parodia ni hipérbole. Ni siquiera mala leche. Plomiza nadería, la estafa consiste en dar gato por liebre, vulgaridad y falta de ingenio que apenas puede simular su carácter de ocurrencia banal y tontorrona. Casi todo es superfluo en el encuentro y desencuentro de dos engaña bobos , una profesional, la otra no; una ratera listilla de la calle, lazarilla superviviente, y la otra princesa del timo. Entre las dos no hacen un personaje.

Es uno de esos productos que basa toda su propuesta en la simpatía, en la amabilidad cómplice y la empatía de la superficialidad digestiva, pero 'Timadoras compulsivas' acaba siendo cansina, reiterativa, sin un buen gag que echarse a la retina y aburrida, con lo que se salta las normas más elementales del género. Da grima ver a una actriz excelente como Anne Hathaway haciendo de payasa augusta como espejo serio de las patochadas de Rebel Wilson, comedianta capaz de asumir por igual ocho que ochenta disparates sin guion.

El suyo es un humor físico que bebe de todas las fuentes hasta embriagarse de excesos. Por si fuera poco Chris Addison descuida detalles y márgenes y es incapaz de aprovechar la periferia del artefacto. No hay un triste secundario al que aferrarse para salvar la función, todo desprende un aire anacrónico como de comedia disparatada viejuna y el humor ni es negro, ni paródico, ni satírico, porque se detiene en la intencionaldad de exprimir el roce, la confrontación, la energía y el pulso entre las protagonistas, aunque la cosa no da ni para aprobar primero de química.

Un remedo malo, muy malo, de otras comedias encabezadas por 'Un par de seductores', embaucadores burlones y parejas efervescentes en busca de víctimas, contraponiendo casi siempre el humor británico al norteamericano y, a su vez, las respectivas escuelas de interpretación. Algo que se buscó entre Michael Cane y Steve Martin, por ejemplo. Aquí solo se le puede sacar partido al oficio de distraerse mediante el aguante del duelo entre la contención de Hathaway y el histrionismo desbordante de Wilson. Lo demás es una agitada y ansiosa tontería que no sabe succionar el contraste de opuestos que representa la pareja ni en la apariencia ni en la ficción.

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