Agustina Guerrero
La autora argentina recala esta tarde en Librería Gil para presentar su último libro, 'Hoy', una reivindicación para alejarse de la prisa
Tiene un sueño, Agustina Guerrero (Argentina, 1982). Le encantaría que al terminar su nueva novela gráfica, 'Hoy' (Lumen, 2025), los lectores cerraran el hermoso volumen ... y salieran a la calle pensando: cada día tenemos un tesoro. Lo contará ella misma esta tarde, en la Librería Gil (19.00 horas), acompañada por la también ilustradora Paula Vallar Gárate.
-¿Este libro es fruto del tiempo que le ha tocado reflejar?
-Este libro, cuando lo planteé, cuando me vino ese chispazo, lo sentí primero como una necesidad propia y luego me di cuenta de que esa necesidad es universal, con este ritmo tan frenético en el que vivimos cada día, en el que se nos va pasando la vida. Quería hacer una oda a a la vida y una celebración de cada día, e intentar cada uno, en la medida de lo posible, sacarle jugo, provecho, tener esos momentos de anclarse. De tener espacios, momentitos como más de presencia. Esa es la intención del libro. Ser conscientes de que esto se acaba y no dejarlo pasar, no tomar tan a la ligera cada día.
-«Siento que vivo atrapada en un bucle de hiperconectividad», dice la protagonista.
-Sí, en este libro también defiendo mucho todo lo real. Lo que se puede ver, lo que se puede tocar, hablar con desconocidos, disfrutar de un paseo...Esta sensación de hiperconectividad es lo que también nos lleva a este acelere de estar todo el tiempo disponibles, ser productivos. No hacer nada se considera una pérdida de tiempo. El hecho de despojarme del teléfono, de salir a pasear, de prestar atención a otras cosas, de estar conmigo, es hasta un acto revolucionario, una aventura que actualmente no nos podemos permitir. Fue curioso, porque justo cuando estaba pasando a limpio el libro fue el apagón y entonces vi la necesidad que tenía la gente de dejar de lado esa hiperconectividad, de estar constantemente localizables, de estar en el momento y para mí fue revelador ese día. Sentí que se estaban recuperando cosas como vivir en comunidad mirándonos a los ojos.
«Quería hacer una oda a la vida, siendo conscientes de que esto se acaba, sin tomarlo a la ligera»
-¿Usted ha hecho ese ejercicio durante la escritura del libro, de parar, de dejar la tecnología y mirar de otra manera?
-Lo hice para hacer el libro, lo hago desde antes, lo hago después... Quiero decir; forma parte de mi vida. A mí me aporta tanto el pasear y el desconectarme que, de hecho, he hecho algunas ilustraciones también como defendiendo el observar, el paseo, el caminar sin rumbo, porque a mí me despeja y a la vez también me enfrenta a muchos pensamientos que estando hiperconectada o prestándole caso a otras cosas no les hago caso. Entonces es como que yo defiendo eso y lo practico muy a menudo. Me da tantos beneficios que dije: tengo que hacer un libro de esto.
-El resultado plantea la necesidad de detenerse para ser consciente de que lo que la velocidad nos hace perder.
-Lo que importa, en la elección de los lugares, por ejemplo, es la intención. Te tienes que parar, tienes que ser consciente de decir: necesito anclarme un poco en esta presencia que mi cuerpo está pidiendo. Y a partir de ahí todo empieza a cobrar otro sentido. En este paseo, estos lugares que marco son especiales porque mi intención está puesta ahí.
-Hablando de presente, es un libro voluminoso, esto es también una reivindicación frente a un mundo cada vez más alejado del papel?
-Hay veces que me dicen, «Ay, es que lo voy a leer en el iPad.» Y yo digo:, «¡No!.» Todos los detalles fueron elegidos por mí. Para mí tenía que ser un libro gustoso, también como objeto, pero no simplemente por qué bonito, sino porque yo quería que este libro se lea despacio. Un libro te permite eso, mirarlo con un ritmo que tú eliges. Es como si fuese una entrada en calor de la mirada, para cuando lo cierres y salgas a la calle, ya la tengas más pulida y más entrenada para mirar todo con más detalle.
«He hecho ilustraciones defendiendo el paseo, caminar sin rumbo»
-Afirma que hay un cambio, un salto en la manera de narrar y contar por su parte, a través de este libro.
-Sí, sí. Para mí este libro fue muy difícil de hacer en muchos aspectos, porque yo venía de dos novelas gráficas, 'El viaje' y 'La compañera' en donde tocaba temas muy fuertes, que podían generar debates como tal, y sin embargo, quería que este fuera un libro luminoso, un libro de que sea una celebración de la vida. Yo también caí un poco en esa trampa de decir; es que no sé hasta qué punto pasan tantas cosas en el libro. Y pasan un montón. Me da la sensación que ahora, frente a las redes, donde todos están viviendo experiencias que parecen alucinantes, resulta mucho más rico cómo cada uno va habitando lo cotidiano, el día a día.. Además, lo escribí todo en presente, que es algo que no suelo hacer, pero el personaje tenía que ir avanzando también con la persona que lo lee. No te puedes anticipar o generar un poco de suspense de lo que va a suceder, porque está todo sucediendo en ese momento. Tuve que cambiar todo, la manera de narrar, de dibujar,pero es lo que me divierte de mi trabajo, intentar siempre hacer algo nuevo.
-En ese trabajo, ha reflejado un universo entero en apenas cuatro colores.
-Sí, bueno, en los primeros libros ponía 8 millones de colores, después fui reduciendo y me parecía que en este libro cada color dialoga, comunica, habla. Tenía claro que quería ese azul de Barcelona, que a mí me lleva al mar, a una ciudad marítima. El rosa es felicidad, es alegría, quería que fuese un rosa luminoso, de hecho insistí mucho que se imprimiese en pantone para que brillara y va apareciendo cuando ella se va encontrando. Y el amarillo, que solo está en la camiseta, me lleva a que ella va vestida toda muy oscura y que tiene ese ese destello de luz en en su pecho. Y luego el rojo, que tiene un carácter propio.
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