Alberto Santamaría
El también ensayista y profesor recibe el próximo jueves el XI Premio Ciudad de Santander en la Gala de las Letras 2025
Considera que la revolución hoy en día debe comenzar «por la reconquista de la vida cotidiana». A través de la escritura, la poesía y el ... pensamiento conviven y fluyen en la obra de Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976). A la hora de definirse, no lo duda: «El poeta es un explorador que sabe que fracasará en cada intento de hallar un lenguaje adecuado». El próximo jueves, día 20, el autor de 'Lo superfluo y otros poemas' y 'En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo' recibe el XI Premio de las Letras Ciudad de Santander 2025. El también narrador, ensayista y profesor universitario es distinguido «por su destacada trayectoria en el ámbito de la creación literaria y su aportación al pensamiento estético contemporáneo». Tras su reciente poemario, 'De las cosas pálidas' (La Bella Varsovia), Santamaría prepara ya varios proyectos, incluso alumbrará un nuevo libro de poemas «porque la poesía es la escritura que me nutre».
–En su caso, ¿el narrador está en la entraña del pensador y el poeta envuelve a ambos?
–Podría decirse que así es, es una buena lectura. En mi caso, siempre lo he dicho, la poesía es el suelo y es el cielo de la escritura, el horizonte sobre el cual pienso y se estructura todo lo que escribo. Ahora bien, la poesía no siempre aparece, no siempre toma forma. Admiro mucho la poesía de Carlos Salomón, y recuerdo que en algún momento escribe: «La realidad y el sueño / tienen la misma boca». Desde que leí estos versos los suelo utilizar para pensar la escritura en su doble cuerpo, como realidad y como sueño, en ocasiones domina más una que otra, o se intoxican o se mezclan. En fin, que en ocasiones queriendo escribir un poema he terminado en un ensayo, o escribiendo una primera frase para un ensayo he terminado encaramado en un poema.
–¿Un premio es un acicate o una pesada carga que mediatiza lo que está por venir?
–Un premio es un acicate, es cierto, pero también provoca una rara sensación de placer y precaución, de ganas de seguir por el mismo camino y a la par de salir de la senda marcada. En cualquier caso, por supuesto, emociona. Y más un premio como este. Es muy bonito que se acuerden de uno en su tierra.
–El lenguaje del Santamaría que se adentraba en la poesía, ¿en qué medida ha evolucionado? Puede hablarse de experiencia pero también de perversión...
–Pues me costaría explicarlo, quiero decir explicármelo a mí mismo. En la evolución de mi trabajo poético o ensayístico ha habido cada vez, creo, un mayor equilibrio en la conexión entre palabra y pensamiento, pero intentando siempre no caer en meros formalismos ni en estructuras acomodadas. Me gusta el equilibrio amenazado por los vientos inesperados. La imagen del funambulista. Por eso intento tener presente la máxima de que en un poema todo puede tener cabida, no dar nada por sentado. Recurro a veces para explicarlo a los cuadros de Giorgio de Chirico (de hecho, en 2012 publiqué un libro donde utilicé el título de un cuadro de este pintor); imágenes donde parece que no pasa nada, que todo está callado, y sin embargo tenemos la sensación de que algo, sea lo que sea, va a suceder en cualquier momento; la amenaza sobrevuela las calles, las plazas. Evolucionar sobre esta idea, que acoge lo inesperado o lo incomprensible, es en gran medida sobre lo que ha versado mi evolución y mi trabajo estos años.
–¿Tiene una radiografía clara de lo que representa la cultura en Cantabria?
–Una radiografía quizá no, pero sí sé que en Cantabria la cultura ocupa un lugar importante. Hay magníficas propuestas culturales, proyectos enormemente sugerentes e incluso espacios que tienden a ser rompedores, etc. Sin embargo, en ocasiones sucede que la cultura se confunde o se adelgaza hasta convertirse en «lo institucional» o «el mercadeo», o «la fantasía botinesca de la creatividad», y entonces surge un raro clientelismo. No digo que haya que ser marginal como seña de identidad, ni que toda obra de arte deba tener contenido político, pero sí entender que la cultura es también desconfianza radical, es también cruzar líneas, construir fuertes alternativos, etc. Por ejemplo, la cultura popular en Cantabria es potentísima, y solo desde la desconfianza hacia quien quiere patrimonializarla puede empujar hacia delante y crecer. Siempre me gustó aquello de Antonio Machado que definía la cultura como «conciencia vigilante». No sé, otro ejemplo, este año la banda de rock Los Tupper cumple 30 años. Me parecen el mejor ejemplo de cómo hacer bien y coherentemente las cosas, mirando hacia dentro y hacia fuera de Cantabria, entretejiendo alianzas, abriendo caminos… Toda mi admiración.
–Acaba de publicar 'De las cosas pálidas'. ¿Lo que sucede invisible e inasible es, en realidad, la vida?
–La vida es fuga incesante, es huida, caída libre, pero al mismo tiempo está repleta de belleza, de alegría y de dolor. De eso trata De las cosas pálidas, de detenerse a observar lo que no tiene forma definida, lo que pasa desapercibido, las pequeñas cosas que nos rodean y que desde su pequeñez hacen que la vida posea otro rostro. La poesía es la herramienta con la que tratamos de cazar pequeños fragmentos, efímeros instantes. Y para ello utilizamos un lenguaje que huye en ocasiones de la lógica o del orden tradicional y se adentra en esas cosas, en esa vida en fuga. Ahora bien, lo hace con la conciencia del explorador que explora sin saber qué va a hallar, y que sabe además que nunca jamás podrá apropiarse de eso que ansía. El poeta es un explorador que sabe que fracasará en cada intento de hallar un lenguaje adecuado. Y sin embargo regresa una y otra vez, en busca del poema que jamás logrará escribir. El poeta es un perdedor nato, y sin embargo está lleno de deseo y felicidad.
–¿Las afueras es el mapa natural del poeta?
-En mi caso sí. Las afueras físicas, pero también las afueras de la imaginación o de la creatividad. Siempre he sentido predilección por los márgenes.
– Escribió: «Quizá explicar /sea el verbo menos útil/ de nuestra lengua». ¿qué verbo nos explica?
–Ninguno. Ese es el problema. Ningún verbo, ninguna palabra puede lograr contenernos, definirnos, explicarnos completamente. Es triste pero también apasionante. Y por eso existe la poesía, para intentar fracasar más, fracasar mejor en el intento de describirnos, de mirarnos, de pensar el presente.
–¿A veces pensamos con el corazón y sentimos con la razón?
–¿A veces? Cada día. Al menos en mi caso.
–¿Diría que se está viviendo algún tipo de grieta contracultural en el presente? Si es así, ¿quizá ya ha sido tapada por el sistema?
–Siempre hay grietas contraculturales. Siempre hay pulsiones de cambio y las prácticas culturales son lugares que nos pueden permitir atisbar hacia dónde va la sensibilidad de un periodo. Sucede también que la lógica de la cultura dominante tiende a absorber rápidamente cualquier proceso emergente y crítico, aprovechándose de la precariedad, etc. La precariedad es el síntoma, el capitalismo desbocado y caníbal la enfermedad.
–Visto lo visto, ¿sin exilio interior no hay paraíso?
-Un exilio interior con singulares vistas a la realidad, al desguace, al basurero, a la calle. Ese es el lugar.
–¿El aforismo es la red social del pensamiento crítico?
–El aforismo posee la fuerza del destello, que deslumbra en medio de la oscuridad. Me gustaría que después del destello se encendiesen todas las luces. Quiero decir que a veces el aforismo es luz de mechero en mitad de la oscuridad, pero el pensamiento necesita ir más allá.
–¿Sobran predicadores y faltan Cioran(es)?
–Sobran charlatanes, coachs motivacionales, genocidas, tránsfobos, franquistas, banqueros… Tengo bastante claro que la única minoría peligrosa hoy son los ricos.
–¿Uno escribe siempre contra la finitud?
–Escribimos, creo, desde la finitud y buscando apresar lo que desaparece a cada instante, siendo conscientes, como decía antes, que saldremos perdiendo. La finitud nos hace sensibles al mundo. Incluso, como decía Shakespeare, amamos porque sabemos que vamos a morir. Si fuéramos inmortales no existiría el amor.
«Es potentísima. Solo desde la desconfianza hacia quien quiere patrimonializarla puede crecer»
– ¿'Barrio Venecia' anticipa al novelista agazapado dispuesto a edificar su visión del mundo?
–Barrio Venecia es un ajuste de cuentas conmigo mismo, con mi pasado, pero también con la clase obrera, de la que vengo. Y es cierto que mientras escribía ese libro me percataba de que todo lo que había escrito en mi vida, todos los poemas, ensayos, etc., estaba marcado por el lugar en el que crecí. Por tanto, sí es cierto que mi visión del mundo está condicionada por el barrio.
–De Candina a Salamanca y tiro porque me toca. ¿La única geografía es la memoria y la escritura su brújula?
–Los lugares nos condicionan, y también nos habitan ellos a nosotros. Crecer en Candina, en un barrio, en un polígono, es algo que es imposible separar de todo lo que he sido después. En Candina, entra la fábrica y el ruido del polígono, fue donde empecé a leer poesía, a crecer como lector pero también a escribir los primeros poemas, que me condujeron a ganar años después un premio José Hierro que cambió todo para mí. Salamanca supuso un choque, un cambio, salir del barrio a una universidad antigua, lo que me empujo a otros encuentros, a otras formas de leer y escribir. Los dos lugares forman por igual parte de mi geografía espiritual, y de mi educación sentimental.
–¿Aún es posible aplicar a todo una finalidad revolucionaria?
–La palabra revolución hoy es un espejismo o una idea rara. Hoy hablamos de revolución tecnológica o revolución en el cultivo de la remolacha. Es una palabra vacía por completo. Y sin embargo, creo que debemos tenerla presente, en el horizonte, o tratar de entenderla desde una perspectiva diferente a como se entendía en el siglo XX. La revolución empezaría por la reconquista de la vida cotidiana.
«Para intentar fracasar más y mejor en el intento de describirnos, de pensar el presente»
–¿La izquierda(s) sigue empeñada en devorarse?
–Tal vez, ese parece el empeño. Pero la izquierda es mucho más que los partidos políticos. No puede reducirse a partidos y procesos electorales. Y eso parece que se ha olvidado por completo. El discurso se ha reducido a eso, a la supervivencia electoral. Lo cual no es malo, pero sí reduccionista.
–¿Lo de los jóvenes y la ultraderecha es el huevo de la serpiente a la intemperie?
–No cabe duda de que existe una sensación, por lo demás cierta, de que en la juventud ha anidado la serpiente ultraderechista, pero también (en sentido contrario) la generación más joven está abriendo camino hacia otros territorios. Quizá una de las mayores estupideces que he leído es esa que dice que antes había más libertad. Por mucho que lo repitan no, antes no había más libertad, lo que sí había era más gente oprimida, que se callaba, que se escondía, por eso hay que admirar a una parte grande de la juventud. Son mucho más (infinitamente más) tolerantes con lo diferente, con lo disidente, de lo que se ha sido en el pasado. Tengo mucha confianza y esperanza en la gente joven.
«La universidad vive presa en una atormentada esquizofrenia»
–¿Tiene que quitarse mucho peso ideológico cuando se sube a la tarima del profesor?
–No vivo la ideología como un peso, ni me gustan las tarimas. Una cosa es el dogmatismo ideológico y otra la ideología. La ideología no es algo que uno se pueda quitar como si fuese un trozo de celofán o un sombrero. Está ahí, en los gestos, en la carne, en la voz, en la piel. La ideología es una forma de ver y de mirar. La poesía es también ideología.
–¿La universidad es ya la materia prima de la obsolescencia reglada?
–La universidad, como institución, vive presa en una atormentada esquizofrenia: de un lado sigue teniendo una estructura jerárquica aborrecible, medieval casi, y por otro lado, se le hace la boca agua con el mercado, la empresa, el emprendimiento, etc. La universidad a día de hoy no tiene mucha solución: es solo un surtidor de títulos. En mi caso, tengo la suerte de trabajar en una facultad de Bellas Artes donde los estudiantes le dan un aire distinto al tedioso día a día de la máquina empresarial que es la universidad.
–¿Educar siempre es adoctrinar?
–No sé si la palabra correcta sería adoctrinar, pero de lo que estoy convencido es de que no existe el grado cero de adoctrinamiento en la educación. Por muchas fantasías que nos hagamos con, yo qué sé, Finlandia, eso no es más que adoctrinamiento. La idea es construir consumidores ansiosos y mano de obra feliz. De ahí muchos problemas de salud mental.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión