Conchi García, una «pionera, 'artillera', humilde y siempre con ganas de aprender»
Cientos de personas despidieron a la panderetera, cuyo trabajo de investigación deja un legado inmenso en el folclore cántabro
Cuando la vida da un golpe de volante, uno puede quedarse asustado a un lado o elegir celebrar cada momento, incluso el último. Esa fue ... la decisión de Conchi García. Maestra de la pandereta, defensora del folclore, divulgadora de la tradición, fallecía el pasado domingo. Y fue ella la que eligió cómo despedirse; sin llantos ni flores. Con baile, tonadas y panderetas. Quienes la querían y la admiraban han cumplido su deseo. La plaza frente al tanatorio de Viérnoles se llenó de voces, bailes y cantes, de compañeros, amigos, alumnos, que durante horas despidieron a Conchi con una fiesta a su altura. También el Gobierno de Cantabria expresó sus condolencias por el fallecimiento de una «referente y defensora de nuestra identidad cántabra».
Con apenas nueve años, Conchi García y Mari Velarde empezaron a tocar la pandereta en lo que sería el Grupo de Danzas San Pablo de Torrelavega, que acabaron dirigiendo. «Llevamos juntas una vida entera y hemos conocido y vivido el folclore en todas sus etapas, aprendiendo desde cero». Juntas «desmembraban» lo que les iban enseñando los mayores, sacando el toque, las letras, dando vueltas a las cintas de cassette. «Hacíamos un buen tándem; creo que no va haber otro igual». Poli buena (Mari) y poli mala (Conchi), bromea. «Éramos super duras, teníamos mucho carácter y así hemos dado clase ya a tres generaciones». Siempre queriendo aprender más. «Nunca hemos dicho: ya sabemos bastante». Mari ha despedido a su amiga como ella quiso, tocando y cantando en su velatorio.
«Fue, para muchas cosas, una pionera. Sin ella, muchos de los que estamos metidos en esto del folclore, no lo estaríamos». Aurelio Vélez sabe bien de lo que habla. Conchi era su amiga, su compañera, su vecina, su hermana elegida. Y la persona con la que dedicó tres décadas a investigar, de una forma diferente. «Cuando nadie hablaba de las señoras mayores que tocaban la pandereta, por ejemplo, ella lo hizo». Recorrían los pueblos para escucharlas, charlar, «y ver otras cosas de las que aprendíamos en los grupos de danzas», rememora. Con esa meta, fundó Brañaflor, proyecto al que Conchi se unió «porque tenía que estar», para ser lo más fieles posible a lo recogido en esa búsqueda por Cantabria, «quitarle el lustre de escenario, sin que pierda su esencia, hacerlo sencillito, sin adornos, sin escenografías barrocas, solo divulgar lo que la gente había compartido en sus casas con nosotros». Y lo consiguieron. Conchi siempre lo hizo, además, desde un segundo plano. «No le gustaba nada el foco, prefería que hablaran otros y ser una más entre la gente». Desde hoy, «cada vez que bailemos, toquemos o cantemos va a estar con nosotros».
En su despedida estuvo el dúo Casapalma para quienes Conchi García era «la máxima figura de la pandereta en Cantabria». Compartió con Yoel Molina e Irene Atienza «todo su amor por la música tradicional y toda su experiencia». El hueco que deja es «inmenso, pero la cantidad de saber que deja a su paso resuena en innumerables panderetas y mueve incontables pies», añaden.
Coincide el rabelista Esteban Bolado, que compartió con ella más de 30 años de trabajo en Luétiga, más tarde en Gatu Malu, y también como profesores en distintas escuelas, en que García, que tocando fue «la mejor y la más grande», era también humilde, «siempre abierta a aprender». «Tenía una sonrisa para todo el mundo, siempre con sentido del humor». Y era una profesional «como la copa de un pino». Una líder nata; «Todo el mundo la adora, era capaz de arrastrar masas y hemos aprendido con ella, tanto de lo musical como de lo humano». Y añade, que ha dado una lección «en su manera de marcharse».
Compañero de ambos fue Raúl Molleda que si algo destaca de su amiga es su tesón. «Todo el empeño personal que ha puesto para saber más y divulgarlo». Se conocen desde los primeros pasos, cuando siendo dos chavales, «dos críos», entraron a formar parte de Luétiga. «Llegó muy modestamente, con lo poco que ella decía que sabía hacer y que con el tiempo ha demostrado: aparte de saber los toques, era una auténtica artillera, tenía una potencia y una percusión tremenda».
Entre las voces del adiós también está Marcos Bárcena que compartió una década de grupo musical en Luétiga y tiene en su memoria «muchos momentos inolvidables» con una persona «con una simpatía tremenda en todo momento». Considera que ha dejado «una huella tremenda».
Carmen Olarreaga, presidenta de la Federación Cántabra de Agrupaciones de Folclore, pone el foco en tres características de Conchi García. «Es una persona que no solamente ha interpretado el folclore, sino que lo ha investigado, ha ido a las raíces, ha pasado mucho tiempo hablando con los portadores, con gente mayor y lo ha transmitido». Era, a su juicio, muy buena profesora de pandereta y de canto que ha «sembrado mucho por Cantabria». Por eso, a día de hoy «hay muchos pandereteros y pandereteras que se pueden juntar, tocar y cantar igual, porque son de la escuela de Conchi». Una escuela a la que le queda mucho por sonar.
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