Isabel Muñoz
La artista expone en el Museo de Altamira 'Una nueva historia', su relato visual sobre el Neolítico en Anatolia, en el marco de PHotoEspaña
Pilar G. Ruiz
Santander
Lunes, 26 de mayo 2025, 02:00
Apasionada y contenta, en un lugar que para ella es «pura magia», la cueva de Altamira, la fotógrafa Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) ha hilado un ... camino entre Santillana del Mar y Turquía con el arte neolítico como eje y sus imágenes como lenguaje. 'Una nueva historia' organizada en el marco del Festival PHotoEspaña 2025, podrá visitarse en el Espacio 1973 del Museo hasta el próximo 26 de octubre. En ella, Muñoz traza un puente desde el conocido como 'creciente fértil' turco, hasta Altamira.
-Regresa a Cantabria, donde el verano pasado realizó un taller en la UIMP. ¿Con qué Isabel hablamos?
-Te encuentras con una Isabel que se considera una privilegiada. Primero por estar aquí, en Altamira. Y segundo porque estoy enamorada de Turquía y de este proyecto que tiene tanto que ver con nuestros orígenes. Estoy en un momento de búsqueda de dónde venimos, aunque siempre está presente el dónde estamos y qué vamos a dejar a los jóvenes. Este museo es curioso y la exposición ha quedado como si entraras en la caverna. Hay una energía muy especial.
-Con ese planteamiento, ¿estar en este lugar es como cerrar un círculo?
-Claro, claro. Yo creo en las energías y es un momento muy mágico, la verdad.
-¿Cómo fue su acercamiento al ese otro lugar que protagoniza sus imágenes, Gobekli Tepe?
-Yo que no soy fotógrafa de arqueología ni arqueóloga, no sabía qué iba hacer para convencer a un arqueólogo de que me dejara hacer lo que quería; contar la historia de otra forma. Quería hacer una serie con el ADN de los restos, en ese lugar mágico, donde los primeros artistas dejaron su huella. El jefe de la obra creyó en el proyecto. Creo que es importante, porque los seres humanos tenemos una pulsión amatoria, lo que cambia es que culturalmente lo hemos demostrado de formas distintas y pasa lo mismo con la pulsión creativa. Estamos muy cerca de ellos.
-¿Esa es una de las conclusiones a las que ha llegado?
-Esa y que estaban mucho más adelantados de lo que pensábamos y eso que no se ha excavado casi nada; hay para más de 250 años de trabajo, pero es lo que se está descubriendo. A medida que me voy adentrando en esos orígenes, que es con lo que quiero seguir, voy dándome cuenta.
-Ese arranque a partir del amor hacia algo ¿es parte de su método para trabajar?
-Sí. No puedo fotografiar algo que no amo. A veces me ha ocasionado problemas, pero también se aprende de ellos. Trabajos como el de la mara, me hacían pensar al volver al hotel: Isabel, ¿cómo puedes amar a un asesino? Y me sentí mal hasta que me di cuenta de que primero había que aprender a no juzgar y después ir dándose cuenta de muchas cosas. A veces de circunstancias sociales que muestran que no hay víctimas ni victimarios. Aprendí a no juzgar, pero sí que necesito estar enamorada.
-Mirar y ser imparcial con lo que uno tiene delante no parece una tarea sencilla según lo que asome al objetivo.
-Es una pregunta que es complicada, porque a veces nos hacemos trampas al solitario. Una cosa es decirlo y otra cosa es conseguirlo. En nuestro trabajo es importante transmitir algo. Intento, con las imágenes, llegar al otro y que sea quien juzgue lo que ve. Hay muchas formas de mirar y de ver, y a veces lo hacemos desde nuestra propia cultura, la vida que hemos llevado, tu background, y te das cuenta de que cuando te pones en el papel del otro todo cambia. Pretendo hacerlo con muchísimo respeto. Cuando estaba fotografiando a las mujeres utilizadas como arma de guerra, o a los niños víctimas de esclavitud en el sudeste asiático, quise fotografiar también a los clientes. Para mí fue un revulsivo, porque los fotografiaba con rabia y me ocasionaba muchos problemas. Fotografío historias también con mucho dolor. Depende de los temas. Yo fotografío con rabia muchas veces. Y fotografiar el dolor del otro es doloroso.
-Aquí está fotografiando algo que apenas podemos vislumbrar ¿Cómo dialoga con la fotografía actual?
-He intentado acercarme a ellos, porque apenas conocemos nada. Con muchísimo respeto, busqué la noche, porque pensé que era cuando se utilizaban estos espacios. Y después pensé en la luz; no hay ninguna imagen con luz artificial; me agencié bombillas lo más parecido posible a la luz de antorchas para asemejarlo a lo que ellos veían. He intentado descubrir cosas, porque otra de mis preocupaciones es aportar a la ciencia esa otra forma de ver que tenían, que son artistas, para abrir otras vías. Fotografié la piedra como puedo hacerlo como a un ser humano y al final me hablaba. Eso lo acabas transmitiendo. Lo que no se toca. Es lo que procuro hacer siempre.
-Es, en cierto modo, una línea paralela a su proyecto en La Garma. Está haciendo su propio relato rupestre en Cantabria.
-Ay, Dios mío. Es que tengo un sueño que aun no he conseguido y que empecé en La Garma, que es una joya, como una cápsula del tiempo, con Roberto Ontañón y que aún no puedo detallar, para hacer un trabajo potente de una veintena de cuevas e intentar contar esa historia de otra manera. Tenemos un Paleolítico tan rico... ¡Gracias a Altamira se descubrió en el mundo!
-¿Qué es lo que ha aprendido de sí misma?
-He aprendido a darme cuenta de que las piedras están vivas, te pueden hablar. También la importancia de mirar al cielo. Veo que estamos viviendo en un momento en que podemos con todo, pero esta civilización que duró unos 3.000 años, más o menos estamos ahí, decidió derruir las cosas, cubrirlas y desaparecer. Para mí lo más importante es darnos cuenta de que podemos desaparecer. No somos omnipoderosos y debemos luchar para dejar un mundo como el que nos han dejado. Si algo hay seguro es que nos vamos a ir como vinimos, sin nada.
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