(Riso)terapia de choque
Los 'visionarios' tienen buen ojo; y es que una parte de la programación del Café de las Artes la escoge un grupo de espectadores especialmente ... implicados en el proyecto, una iniciativa que llevan a cabo desde 2019.
Esta primavera, la obra seleccionada por los 'visionarios' era 'Charlas de azucarillo', una parodia frenética y maravillosamente disparatada de los eventos de coaching y crecimiento personal. Las entrenadoras Consuelo y Socorro son las encargadas de explicarnos que, aunque cuando nos preguntan «¿Qué tal?» respondemos «bien», en realidad estamos mal. Muy mal. Pero bueno, para eso están ellas. Para volver a ponernos bien. Sea a base de burpees, de psicoterapia, con naturopatía –y algún otro químico más fuerte– o, directamente, a mazazos, estas particulares terapeutas arrancan como un huracán, con el gancho de los telepredicadores y la energía de Llados, para recorrer el amplísimo espectro del moderno coaching, aunque por el camino se les vean las costuras y acaben aflorando no tanto los problemas de los supuestos pacientes, sino los traumas de las propias sanadoras.
Vamos, que está claro que el mundo está mal, o muy mal, pero que a base de autoayuda y pirámides de Ponzi no vamos a curarnos. Así, esta crítica mordaz y de finísima ironía retoma la más clásica tradición cervantina: simplemente nos muestra la realidad, y ella sola se pone en evidencia. Si al Quijote le enloquecieron los libros de caballerías, con sus héroes y sus damas, hoy día el peligro son los gurús de la asertividad y la nueva espiritualidad, vendehumos con tanto marketing como falta de escrúpulos.
Durante hora y media, Las Coachers –tan solo dos actrices, aunque a ratos parezcan una compañía completa– se desparraman, se expanden, se diluyen e implosionan, mientras el público pasa del desconcierto a la hilaridad, arrebatado no solo por el ingenioso reciclaje de las distintas técnicas de 'ayuda' sino por todos los recursos que despliegan en escena, desde la mímica y el slapstick, al teatro participativo de provocación, pasando por el musical.
Entretanto, es decir, entre los constantes gags y las carcajadas arrancadas, se puede apreciar también que el encanto de la sala radica tanto en su diseño austero pero muy eficaz –con gradas corridas móviles, en plan 'underground'– que te permite no entrar, sino estar en la escena, como en un público especialmente entregado. Podríamos decir que es una conjunción muy off-Broadway, aunque en realidad es muy off-Santander.
Al final, se despiden con un «Si os ha gustado, decidlo mucho, por favor; funciona así esto. Si no os ha gustado… pues callaros la boca, ¿vale?». Vale. Pues… nos ha gustado. Mucho. Sobre todo, Elena Donzel y Mari Marcos, Las Couchers, autoras e intérpretes que hicieron que, aunque al entrar estuviéramos mal, al salir nos sintiéramos bien. Muy bien, de hecho.
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