Sentirse santanderinos por un mes
Experiencia ·
Álvaro Lozano es uno de los 67 estudiantes del Encuentro de Música y Academia que, durante este mes, han combinado aprendizaje e interpretación con la ciudad como escenarioSin ensayos ni conciertos Álvaro Lozano aprovechará el día para ir a la playa. El suave nordeste que le revuelve el pelo no va a ... detener a este malagueño con ganas de meter los pies en el Cantábrico. Lo hará sin la mochila que siempre le acompaña; su violonchelo. Con él llegó el pasado día 2 de julio a Santander, como uno de los alumnos del XXIV Encuentro de Música y Academia.
Desde entonces, se han sucedido jornadas «de mucha intensidad» que, si bien se reconoce cansado, no le pesan, porque «el hecho de tener tantos conciertos es algo muy bonito». Más aún, compartiendo escenario con «profes y compañeros de tan alto nivel». A sus 19 años, vive la estancia en la capital cántabra como una oportunidad. «Tocar en quince conciertos te da muchas tablas, te hace crecer mucho».
Cuando uno de los alumnos sabe que es aceptado para formarse en esta cita ya clásica, en su maleta viene la consciencia de que «vas a pasar los días tocando tu instrumento y a tocar en distintos formatos». Empezaron el mes con el proyecto de orquesta, pasaron a la formación de cámara, a continuación, repertorio solo, pero también cuartetos, quintetos, tríos... Y todo «a muy alto nivel para poder aprovechar las clases al máximo».
Como alumno de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, a la que se incorporó en 2023, Lozano ya conocía a algunos de sus compañeros. Siete u ocho de los casi sesenta que integran el Encuentro. «Ya te aseguras tener conocidos, que siempre ayuda en este tipo de festivales, cuando vas a pasar tanto tiempo fuera de casa y da un poco de cosa». No lo dice por decir, enganchó el final de curso en Madrid y sus compromisos musicales, con el Encuentro y no ha visto a su familia en los últimos meses. Pero la llamada de teléfono es un fijo en la agenda diaria, para contarles cómo va y, de paso, lo bien que se está al fresquito norteño.
Esa agenda comienza a las 7.30-8.00 de la mañana, en la residencia donde se quedan los alumnos. Tras el desayuno, que pueden hacer en sus habitaciones individuales equipadas con cocina, o en el comedor común, se marchan al Conservatorio Jesús de Monasterio, que este mes es un hervidero de notas que se cuelan por debajo de todas las puertas.
Se mueven en las lanzaderas habilitadas por el Encuentro, «con un montón de frecuencias, que te facilitan mucho moverte». En sus aulas dan clases con los profesores o estudian sus lecciones individuales. Si toca concierto en el Palacio, por la mañana o a mediodía hacen el ensayo general para probar la sala y la acústica. Vuelven a la residencia para comer, prepararse y tener un rato «para estudiar por nuestra cuenta», antes de regresar al Palacio, con tiempo para dejar sus cosas, cambiarse, «tener un momento antes del concierto», a solas, y salir al escenario para deleitar al público con lo aprendido. Una vez terminado, de vuelta a sus alojamientos antes de cenar juntos o salir a tomar algo por el centro de la ciudad, con cierto ambiente de celebración.
«Hay que admitir -dice Lozano- que el hecho de poder tener tu propia habitación, tu propio espacio para estar a solas, después de un día rodeado de gente, está muy bien». Es uno de los aspectos que destaca también del Encuentro, que costea la estancia de los participantes. «Me parece increíble», incide el chelista malagueño.
Entre los 67 alumnos hay una mezcolanza natural; no se organizan por 'gremios', chelistas con chelistas y violines con violines. «La gente es abierta y tiene ganas de hacer nuevas amistades». El idioma oficial, aunque no lo pone en ningún documento, es el inglés, porque todos se manejan en esa lengua, pero también hay conversaciones en alemán, francés y, claro, español.
En ese espacio que es su casa durante un mes, tienen mesa de ping pong o salas de cine. «Ahí estamos muy bien; echamos una partida, pasamos un buen rato todos juntos». Hace un par de días, encargaron pizzas y cenaron en el comedor entre charlas y anécdotas como pueden darse entre un puñado de jóvenes veinteañeros, venidos de distintas partes del mundo, con una pasión en común y conscientes del privilegio que supone la ocasión. «Cuando no salimos de allí por la noche, nos quedamos y lo pasamos muy bien. La verdad es que es muy agradable».
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Cuando era un niño, Álvaro Lozano estuvo en Santander para asistir a un concierto en el Palacio de Festivales. «La Sala Argenta me parece impresionante», reconoce. En una segunda ocasión, fue él quien tocaba en el Conservatorio, en un visto y no visto. «Ahora he tenido más tiempo para conocer la ciudad», indica. En esos huecos libres, pocos, que consiguen arañar, el plan mayoritario es ir a la playa. Lozano solo ha podido pisarla un día. Fue a Los Peligros. Ahora quiere conocer «la del Sardinero, ¿no?» y de oídas le suenan también La Magdalena y El Camello. «En las fotos que me han enseñado, vaya, son espectaculares las playas, es algo que me ha impresionado mucho de Santander».
En la parte del proceso que el público no ve, tras el escenario, en esos momentos previos, Álvaro Lozano, con los nervios propios de «salas que te dan mucho respeto», como es el caso, «es importante tener un momento de concentración, con tu instrumento, sentir que tienes la situación bajo control». Como parte de sus rituales, come chocolate negro y plátano, «para coger energía y porque ya me he acostumbrado».
En estas semanas ha tenido ocasión de tocar también fuera de Santander, en el Museo de Altamira, «ahí, en mitad del campo, que me pareció increíble», y también en la Casa de Cultura Conde San Diego de Cabezón de la Sal, «una casa enorme, preciosa y rodeada de verde, con mucha frescura, que es lo bonito del norte».
¿Y qué sensaciones le ha dado la gente del norte? «Es súper abierta, generosa y respetuosa». Así, dice, «tanto los españoles como los extranjeros estamos encantados con Santander».
No podía faltar el capítulo gastronómico. Ahí no tiene dudas: «En el norte, la tortilla de patata, en todos los sitios está buenísima». De hecho, se ha comido un pincho antes de sentarse a charlar. Cuando salen a cenar, piden «un poco de todo para probar lo más típico y es que todo está buenísimo».
El domingo, Álvaro Lozano dirá adiós al Encuentro, y encarará por fin unas semanas de descanso en su Málaga natal, con la familia y con el deseo de «volver a encontrarnos los compañeros en otra ocasión, en otros escenarios» y también las sensaciones y el recuerdo de haberse sentido cántabro durante un mes.
La presencia constante y discreta de 'Doña Paloma'
Dentro del ecosistema que conforma el Encuentro de Música y Academia, su fundadora, Paloma 0´Shea, es conocida por todos como 'Doña Paloma'. «No falta a ningún concierto, siempre está acompañándonos», dice Álvaro Lozano. Para los alumnos, resulta reseñable esta presencia por parte de una figura que «podría apoyarlo sin estar aquí, ni pendiente de los detalles», pero este proyecto, que tiene mucho de personal, es la niña bonita de la mecenas –y pianista– que, siempre discreta, no se pierde ni una nota.
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