La claridad de lo inexacto
En 'De las cosas pálidas', el nuevo libro de Alberto Santamaría, el instante, el presente, el aquí y el ahora buscan su propia prosodia en la depuración estilística, en el verso breve, en el lenguaje conversacional
Una declaración de principios alberga el verso de Juan Gil Albert que Alberto Santamaria (Torrelavega, 1976) utiliza como epígrafe, «estar es todo», porque solo viviendo –vivir es un regalo, sugiere en otra ocasión–, estando alerta, uno puede observar cuanto ocurre a su alrededor y no puede extrañarnos este planteamiento inicial porque Santamaría es un observador excepcional, atento y dispuesto no solo a registrar lo que ve, sino a descontextualizar lo cotidiano: «lo observamos / tú / yo / espías anfibios / tras una verde lata / de cerveza / apoyados contra la corteza / de un árbol muerto / sin nada más que hacer / que estar // dóciles como helechos». Así lo resignifica, lo dota de nuevos sentidos porque el lenguaje, tal y como lo entiende, más que constatar las impresiones recibidas, más que servir de medio para trasladar un pensamiento, es puro pensamiento, y así deben entenderse las 'trampas' que va esparciendo el poeta en sus poemas, trampas muy bien camufladas entre la hojarasca de lo trivial.
'De las cosas pálidas', su nueva entrega, está dividido en tres secciones, relacionadas entre sí, más una nota final en la que el poeta ... periodiza el tiempo de escritura del libro, cinco largos años, los que van desde marzo del 2020 hasta marzo de 2025. Durante este tiempo, la escritura de Santamaría no se ha detenido, ha dado a la imprenta títulos tan importantes como 'Un lugar sin límites. Música, nihilismo y políticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal' o 'El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra. J. G. Ballard, guía para usuarios del desastre'. Pero en esta nota también informa de algunas de las deudas, más o menos explícitas, que ha contraído, gracias a sus lecturas, con autores de variado pelaje. Ya nos avisa de que no están mencionados todos, y así lo comprobamos al leer el libro, porque no nombra ni a Gamoneda ni a Ángel González, ambos bien visibles en el texto.
En su nuevo libro, Alberto Santamaría huye de la puntuación e, incluso, de las mayúsculas, lo que exige una colaboración mayor del lector, que se ve sometido a un proceso de interpretación mucho más rico y sugestivo. Por otra parte, y siguiendo la técnica de su admirado Wallace Stevens, pero también de William Carlos William, acaso más palpable la influencia de este en el uso del humor, en la readaptación de ciertos giros coloquiales y en el análisis de los entresijos de la vida urbana, rehuye los patrones métricos tradicionales a los que estamos acostumbrados y se decanta, gracias a su buen oído, por el verso libre siguiendo las pautas de la respiración –«pie variable» lo llamó William–, no de los acentos, de la entonación del habla, y de las pausas versales, con las que consigue crear un ritmo personal capaz de trasmitir eficazmente una experiencia sensorial sujeta solo a un proceso mental interno.
'De las cosas pálidas'
-
Autor Alberto Santamaría
-
Editorial La Bella Varsovia
-
Páginas 120
-
Precio 15,90 euros
Hemos hablado del humor, presente en estos poemas, aunque no siempre de forma explícita, porque Alberto Santamaría se muestra muy escéptico ante al afán, no de trascender la realidad sino de adornarla con grandes ornamentos ideológicos. El instante, el presente, el aquí y el ahora buscan su propia prosodia en la depuración estilística, en el verso breve, en el lenguaje conversacional. Por eso no encontraremos en sus versos ninguna pose erudita, sino un intento de capturar la realidad desde un mirador a ras de tierra, ese mirador que se remonta a su infancia, transcurrida en un barrio suburbial –―«no hay futuro / en este barrio», escribe–―. Acaso por esa influencia, es el paisaje urbano el que predomina en todos los poemas: «a la intemperie / entre grúas de metal / y ruidos de ciudad / pequeña», escribe en uno de ellos, y en otro, habla de «amasijos de hierros / bloques de pisos / descampados». Paisaje también industrial: «Visitar este paisaje abrasado que es la infancia hacerla brotar entre escombros y aleros de hierro forjado una cerraja sola creciendo –esa es su lección moral–―entre adoquines rotos…». Pese a esa relación afectiva con la realidad, Santamaría defiende el poder de la imaginación y la sitúa por encima de la lógica de la razón que puede dar origen al poema, sí, pero en el proceso de escritura va perdiendo protagonismo en favor de lo imaginario, hasta el punto de que: «el poema no guarda ya / ningún parecido / con la realidad». Otra de las indagaciones frecuentes en sus poemas tiene que ver con el yo, con la identidad, una identidad frágil, vulnerable: «¿a quién le debo el peso / de tantas inseguridades?» se pregunta y, en unos versos posteriores, afirma: «Estoy hecho / de hilos, / de mentiras / de palabras / terrosas […]de mil desastres pequeños». Pero no pensemos por eso que gobierna esta poética una visión apocalíptica. Alberto Santamaría es capaz de vivir en el desorden del mundo sin dramatismo, al fin y al cabo, es él quien ha escrito que prefiere «la frivolidad / siempre antes / que la nostalgia», algo del todo coherente con quien prioriza las cosa sobre las ideas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión