Espejo de la palabra y el trazo
Menchu Gutiérrez reúne en 'Huesped del otro', una serie de poemas cuyo eje gira en torno a una idea central, la visión de uno mismo a través de los otros
N es atrevido afirmar que la obra literaria de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), tanto en prosa como en verso, es una de las más singulares de cuantas se escriben en nuestro país. Se la ha calificado de visionaria, de espiritual, de metafísica y, probablemente, sea una mezcla atemperada de todos estos calificativos. Lo que no admite ninguna duda es que suscita un enorme poder evocador logrado, principalmente, por su capacidad de sugerencia, por un decir armonioso que indaga en el origen del lenguaje y la música secreta que enlaza los significados, porque en su escritura ―aunque aquí me voy a referir exclusivamente a su poesía, motivo de este comentario―, en la naturaleza de la palabra poética se aúnan espiritualidad y silencio, necesarios ambos para contrarrestar el vacío del lenguaje.
huÉsped del otro
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Autor Menchu Gutiérrez-Pedro Pertejo
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Editorial Ádora Ediciones
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Páginas 112
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Precio 17,00 euros.
He mencionado la música como eje vertebrador del poema ―«Ojos a punto de sueño. / Las palabras, el propio nombre, se desdibujan en la música. / La ... música se desdibuja en la brisa. / La brisa se desdibuja en el dibujo. Una ola a punto de desaparecer». Dice en uno de los poemas en verso― y hay que destacar que el sentido del ritmo de Menchu Gutiérrez desarticula habitualmente los patrones rítmicos tradicionales y se deja arrastrar por los dictados de la respiración, una respiración pausada, relajada, acaso porque piense, con Blanca Varela, que «La respiración del poema es el oxígeno del alma», algo que no resulta difícil encontrar en los poemas de su último libro, 'Huésped del otro', publicado hace solo unos meses, un conjunto de poemas ―la mayoría de ellos en pros, a los que acompañan los enigmáticos rostros dibujados al carbón por Pedro Pertejo, cuyo eje gira en torno a una idea central, la visión de uno mismo a través de los otros. El poema se convierte así en un espejo en el que más retratar al 'otro' se privilegia el asombro que produce el verse observado tanto en la realidad como en la página. «Conservo la voz y las palabras, pero el orden ha cambiado y el miedo juega con su sentido», escribe en un momento quizá en el que la carga del recuerdo se hace insostenible. El esfuerzo por comprender cómo llegamos a conocernos a nosotros mismos se manifiesta claramente cuando los poemas interrogan en espacios íntimos llenos de tensión, porque en esta experiencia espiritual de la mirada como visión y como contemplación se busca preferentemente la armonía interior.
«Sostiene la mirada del espejo. / Contempla y resulta contemplado», escribe. Menchu Gutiérrez es una poeta de reflexiones serenas, que sabe tomarse su tiempo para detenerse y observar cuanto le rodea: «Al igual que la óptica del faro en su giro, el rostro ilumina el hallazgo, ve cómo la inscripción desaparece después entre sus dientes», escribe. Es cierto que el tema de la poesía no tiene porque ser eso que unánimemente se considera poético: la poesía debe abordar también la incertidumbre que se esconde tras lo cotidiano y el poeta debe ser capaz, como decía Marianne Moore, de crear «jardines imaginarios con sapos reales», así parece entenderlo también Menchu Gutiérrez, porque utiliza recursos literarios como la variación en la longitud de los versos o la repetición de palabras o frases ―«la repetición de una idea endureció la pupila, la pulió y la puso de canto, como una moneda», escribe, soslayando así el efecto negativo de aquellas palabras que se vacían de significado con la repetición― favorecidos por la flexibilidad tonal ―de la melancolía pasa a la imprecación, de la nostalgia a la esperanza―que logra cambiar la perspectiva del observador y de quien se observa a sí misma: «Sostiene la mirada del espejo. / Contempla y resulta contemplado. / El largo pasadizo de las pupilas cruza la frontera del ayer al hoy. / Es algo de mí que se serena cuando le otorgo sitio», dicen estos versos que parecen resolver la cuestión de la alteridad que recorre el libro. Como vemos, la actual tendencia de muchas de la poesía más reciente de dar prioridad al contexto biográfico está aquí sabiamente eludida.
En los poemas de Menchu Gutiérrez los límites del yo se difuminan y exploran un ámbito mucho menos restringido, el de un espacio íntimo, sí, pero con un notable ejercicio de expansión que se manifiesta en los numerosos elementos naturales presentes en estos poemas, cuidadosamente elaborados, en los que un lenguaje siempre musical y vivo va internado al lector en un entramado casi místico en el salen a la luz los anhelos más profundos de todo ser humano, anhelos en muchas ocasiones, aprisionados en algún lugar de la memoria. Gracias a estos poemas en los que Menchu Gutiérrez expone la falibilidad de la memoria de múltiples formas somos capaces a la naturaleza del ser humano. La toma de conciencia de su vulnerabilidad no cae en el solipsismo ni en las falacias de la excepcionalidad de dicho ser, por el contrario, ambas actitudes que se entrelazan nuestras vidas se ven contrarrestadas por una visión paciente, sutil y humilde de nuestras limitaciones y del mundo cotidiano de los objetos con los que convivimos. En su manera de ver reside su belleza y su capacidad de sugerencia.
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