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Poesía

Espejo de la palabra y el trazo

Menchu Gutiérrez reúne en 'Huesped del otro', una serie de poemas cuyo eje gira en torno a una idea central, la visión de uno mismo a través de los otros

Viernes, 11 de julio 2025, 07:25

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N es atrevido afirmar que la obra literaria de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), tanto en prosa como en verso, es una de las más singulares de cuantas se escriben en nuestro país. Se la ha calificado de visionaria, de espiritual, de metafísica y, probablemente, sea una mezcla atemperada de todos estos calificativos. Lo que no admite ninguna duda es que suscita un enorme poder evocador logrado, principalmente, por su capacidad de sugerencia, por un decir armonioso que indaga en el origen del lenguaje y la música secreta que enlaza los significados, porque en su escritura ―aunque aquí me voy a referir exclusivamente a su poesía, motivo de este comentario―, en la naturaleza de la palabra poética se aúnan espiritualidad y silencio, necesarios ambos para contrarrestar el vacío del lenguaje.

huÉsped del otro

huÉsped del otro
  • Autor Menchu Gutiérrez-Pedro Pertejo

  • Editorial Ádora Ediciones

  • Páginas 112

  • Precio 17,00 euros.

He mencionado la música como eje vertebrador del poema ―«Ojos a punto de sueño. / Las palabras, el propio nombre, se desdibujan en la música. / La ... música se desdibuja en la brisa. / La brisa se desdibuja en el dibujo. Una ola a punto de desaparecer». Dice en uno de los poemas en verso― y hay que destacar que el sentido del ritmo de Menchu Gutiérrez desarticula habitualmente los patrones rítmicos tradicionales y se deja arrastrar por los dictados de la respiración, una respiración pausada, relajada, acaso porque piense, con Blanca Varela, que «La respiración del poema es el oxígeno del alma», algo que no resulta difícil encontrar en los poemas de su último libro, 'Huésped del otro', publicado hace solo unos meses, un conjunto de poemas ―la mayoría de ellos en pros, a los que acompañan los enigmáticos rostros dibujados al carbón por Pedro Pertejo, cuyo eje gira en torno a una idea central, la visión de uno mismo a través de los otros. El poema se convierte así en un espejo en el que más retratar al 'otro' se privilegia el asombro que produce el verse observado tanto en la realidad como en la página. «Conservo la voz y las palabras, pero el orden ha cambiado y el miedo juega con su sentido», escribe en un momento quizá en el que la carga del recuerdo se hace insostenible. El esfuerzo por comprender cómo llegamos a conocernos a nosotros mismos se manifiesta claramente cuando los poemas interrogan en espacios íntimos llenos de tensión, porque en esta experiencia espiritual de la mirada como visión y como contemplación se busca preferentemente la armonía interior.

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