Libro de pérdidas y ganancias
Antonio Luis Ginés levanta acta, en 'Corriente invisible', de una forma de ver el mundo sin exaltación en el que conviven la esperanza y la desesperanza
¿Es el pasado esa corriente invisible que arrastra el limo de la memoria hasta desembocar en el presente? ¿Transforma el recuerdo la percepción de las cosas que nos rodean? ¿Se mezclan la memoria y la imaginación en lo invisible? ¿Surge de esta combinación la estrategia para soportar el peso de lo real? Todas estas preguntas, y algunas otras, podemos plantearnos al leer los poemas de 'Corriente invisible', la nueva entrega de Antonio Luis Ginés (Iznájar, Córdoba, 1967), la primera tras la antología 'Bosques de Polonia' (2023). Son las palabras que discurren por esa corriente las que conectan la memoria con paisajes, con objetos, con espacios íntimos, son las palabras las que redibujan la experiencia desplazándola, gracias al poder del lenguaje, hacia zonas infrecuentes, como ocurre desde el primer poema, 'El arco de la mirada', en el que da voz a los pies: «Serán ellos / los que digan que estuve / cuando no pueda moverme», escribe. Un nuevo punto de vista cambia el enfoque de la mirada y, por ende, revela una autoconciencia que se aleja de sí mismo para fusionarse con el entorno, con una libélula, con una flor de plástico, con un muro o un jardín.
La publicación
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Título Corriente invisible
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Autor Antonio Luis Ginés
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Editorial Bartebly Editores
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Precio 13 euros
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Precio 68
Este enfoque indirecto permite auscultar las capas ocultas de ese rompecabezas que llamamos vida y explorar esa sensación de pesadumbre y hundimiento que se experimenta ... ante lo incomprensible, acaso por eso «inventamos / la mentira de la felicidad, para que luego / nos devore igual que a hijos desnutridos». Ginés entrelaza actos y sucesos cotidianos como un recuerdo familiar, una noticia trágica o un reencuentro para iluminar las zonas en sombra de la realidad: «Deberíamos fijarnos en la oscuridad, / en que oculta una parte de las cosas, / y tenemos que intuir el resto», escribe en 'La otra parte', y es gracias a esa intuición como logra penetrar en la intrahistoria de las cosas.
Estas cosas, estos objetos son anclajes en el pasado y brindan al poeta la oportunidad de crear nuevos significados, sin necesidad de justificar las decisiones que le obligan, en la escritura, a conservar unos recuerdos y a desechar otros.
Las sensaciones visuales, la percepción sensorial y, en definitiva, experiencia es la materia del conocimiento que, gracias a su virtuosismo técnico sutil, sin ostentación, consigue trasmitirla al lector, con modestia, pero con fidelidad poética, como ocurre, por ejemplo, en el poema 'Retrato en un piso de la judería', en el que, en un tono que no rehúye lo confidencial, la porosidad de la memoria rescata ciertos momentos «a punto de perderse en el olvido».
Poema a poema, Ginés, va narrando la historia de un personaje y se adentra en la parte menos amable de la vida, en el dolor, en el desengaño, porque «Lo invisible aparece y se esconde / hasta que un día la magia se deshace / igual que vapor de agua en el Sahara». Afortunadamente, no es este el tono que prevalece en estos poemas.
En general, más que trasmitir una sensación de pesimismo –incluso de apocalipsis, como en el poema 'Pequeño planeta'–―, pese a la crueldad de la sociedad, pese a esa maquinara infernal que domestica los sentimientos, estos poemas son esperanzadores y brillantes, están inspirados por el amor y por la belleza: «Permite que ese espíritu recorra / las montañas más inaccesibles, / que circule libre por todos los cuerpos / que la belleza hizo intocables, / que vaya de casa en casa / hasta encontrar el techo decisivo». Como se ve en estos versos, la fértil vida de la mente no se olvida del cuerpo porque, en una poesía del pensamiento como esta, la experiencia personal es el conducto para adentrarse en el escabroso terreno filosófico.
La interacción con el mundo de las cosas, tanto desde el pasado como desde el presente, provoca unos movimientos interiores de la mente y de la imaginación que desbordan las hipótesis comunicativas del lector, a quien le cuesta desentrañar las claves interpretativas que esconde cada poema.
No busca Ginés ningún desahogo lírico ni una recompensa por presentar la enfermedad con una mezcla de crudeza y compasión: «Los cristales permiten / recibir el tratamiento / mientras te hipnotiza la distancia. / Hay sonrisas, confidencias, / esperanza en que la quimio / cumpla su trabajo», sino asumirla con humildad.
Poema a poema, Antonio Luis Ginés está levantado acta de una forma de ver el mundo sin exaltación en el que conviven sin contradicciones la esperanza y la desesperanza, las expresiones de pérdida, el paso del tiempo, la fe –ver el poema 'Plegaria'―–o la gratitud porque, pese a que los límites del yo se difuminan hasta desaparecer, «Todas las historias tienen principio / y aguardan su propio epílogo» y tras él nos espera un nuevo comienzo que esculpirá en el aire «nuestro afecto por lo vivido».
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