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En la vocación del novelista suele palpitar el secreto de los versos adolescentes. Hablamos, claro, en general. Salvo excepciones, el joven escritor se prueba, primero, ... en la poesía, ejercicio aparentemente más ligero y de un aliento mucho más corto. La escritura poética permite que afloren los instintos del autor en estado de gran pureza, acaso envueltos en metáforas o imágenes luminosas, pero sin las exigencias estructurales de la prosa. Álvaro Pombo nos ha regalado poca poesía, pero empezó con ella; con sus 'Protocolos', en 1973. Sin embargo, el éxito le llegó por sus novelas. Como él dice, la poesía es casi una presencia divina que se esconde como los gatos y no se puede forzar.
Entre un género y el otro, está, quizás, la persona. Y, en el caso de Pombo, el pensador; el gran pensador. Su poesía no es ligera y no elude la preocupación por los temas de enjundia. La palabra de Pombo penetra en el corazón de la existencia e interroga acerca del verdadero peso de la propia voz. En su libro 'Variaciones' (1977), escribe: «Yo no soy de esta ciudad ni de ninguna/ he venido de casualidad y me iré por la noche/ aquí no tengo primos ni fantasmas». Y concluye: «Y habrán fregado ya mi taza de café/ y mi tenedor y mi cuchillo y mi plato/ en la Fonda sustituible». ¿Podemos decir que somos? ¿Podemos decir que hemos sido y que los momentos de playa y regatas importan en el vacío cósmico?
El poeta Pombo teme la identidad diluida en la historia y evoca los instantes para anclarlos en el tiempo, para asegurarse de que han existido verdaderamente. Es, en definitiva, la realidad desacralizada que sólo la voz del poeta puede ya reivindicar y rescatar de la nada: «Y algo hay sin embargo, persuasivo tranquilo universal en la aldea (…) / No bajan los ángeles ni resplandecen los torneados dioses/ Y nada resplandece excepto el agua en las vasijas de barro…» ('Los enunciados protocolarios' (2009). Pombo apuesta por el episodio que no puede morir si la memoria lo guarda y lo protege. Así he entendido yo el maravilloso texto que nuestro más reciente Premio Cervantes dedicó el pasado jueves, en el suplemento Sotileza, a Blanca Gutiérrez Morlote, mi madre, y a los años de amistad que compartieron. Pombo dice que publica el texto no para dibujar un retrato más o menos fiel de la persona, sino como «un intento de retener su aura, el tiempo que pasamos juntos». La merienda en casa que evoca es aquel instante definitivo que no desaparece aun con la extinción de sus protagonistas. Y es un instante que no se reduce a mera curiosidad de una biografía, sino que, para Pombo, anuncia la irrupción de la transcendencia ante la amenaza de la enfermedad y de la muerte, misterio al que, según el poeta, «hay que ir descalzos (…) como se viene de la playa».
¿Podemos decir que Blanca, mi madre, la amiga de Álvaro Pombo, ha sido? Uno siempre teme que el correr del tiempo, su inhumano avance, desgaste la influencia de los que ya no están en la mente y el corazón de los supervivientes. Pombo cierra su hermosísimo texto con esta frase balsámica: «No ha pasado en vano Blanca Gutiérrez Morlote para mí». Esto es siempre prueba de una vida ganada y consuela a quienes tanto perdimos hace casi quince años. Blanca ha sido y es. Muchas gracias, Álvaro, por tus palabras, por este artículo que, en tu Plazuela, suenan a oración y a reivindicación. Enhorabuena por este Cervantes tan merecido.
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