Palabras que dicen la verdad
Valzhyna Mort traza en 'Música para los muertos y los resucitados' un recorrido por la historia reciente de Bielorrusia, el país en el que nació
Uno suele mostrar un moderado escepticismo cuando lee en la solapa o en el paratexto de un libro panegíricos tales como «el mejor libro del año» o «una obra maestra». Con este reparo comencé a leer 'Música para los muertos y los resucitados', el libro de una poeta para mí absolutamente desconocida, Valzhyna Mort, en cuya contraportada se afirma que es «una de las grandes poetas internacionales de hoy».
'Música para los muertos y los resucitados'
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Autor Valzhyna Mort. Traducción de Claudia González Caparros
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Editorial La Bella Varsovia
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Páginas 200
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Precio 17,90 euros
MÚSICA PARA LOS MUERTOS Y LOS RESUCITADOSVALZHYNA MORTTrad. CLAUDIA GONZÁLEZ CAPARROSEditorial: La Bella Varsovia. Páginas: 200. Precio: 17,90 euros.
No estoy en condiciones de ... confirmar o de negar tal aserto, pero sí puedo decir que estamos ante un libro excelente, muy en la línea discursiva de cierta poesía española más reciente, por otra parte, más próxima a lo fragmentario y a un discurso menos cohesionado que el nos presenta Valzhyna Mort, nacida en Bielorrusia en 1981 y residente en Estados Unidos desde 2005, país en el que publica 'Factory of Tears' (2008), del que el New Yorker dijo que «Mort se esfuerza por ser una embajadora de su país natal, escribiendo con una vehemencia casi alarmante sobre la lucha por establecer una identidad clara para Bielorrusia y su idioma» ―–antes, en su país de origen, había publicado 'I'm as Thin as Your Eylashes'–.
Mort también es autora del poemario 'Cuerpo Recogido' (2011) y coeditora, junto con Ilya Kaminsky y Katie Ferris, de 'Chisme y Metafísica: Poemas y Prosa Modernistas Rusos' (2014). Por su obra ha recibido premios como Cristal de Vilenica en Eslovenia en 2005 y el Premio Burda de Poesía en Alemania en 2008. 'Música para los muertos y los resucitados' obtuvo el Premio Internacional Griffin de Poesía y el UNT Rilke Prize. Un currículum, como se ve, notable, pero qué es 'Música para los muertos y los resucitados'. La columna vertebral del libro sostiene la idea de que «La poesía es el lenguaje que usan los muertos para ayudarnos a olvidar que están muertos.
El aliento de los muertos, sus palabras congeladas en los fragmentos de ritmo, cobran vida cuando estas palabras salen de los labios de los vivos». A partir de aquí asistimos a una desgarradora historia de sufrimiento ('¿Qué era su sufrimiento a nuestros ojos?' y desolación («Agosto. Manzanas. No tengo a nadie. / Agosto. Una manzana madura es para mí un hermano»), una mirada al pasado desde el país de adopción ―«Me arrancaron de mi bloque de apartamentos, / me encadenaron a la tierra con parques metálicos / donde los columpios de hierro se elevaban como pozos petrolíferos, / me arrancaron antes de pudiera cavarme yo un lenguaje / del aire / con mis pies infantiles»―, un país en el que le cuesta integrarse: «Cara de evacuado, / cara de desevacuado, / cara de enfermo-que-no-lo-está, cara atascada, / cara de aspiradora, / cara de rata de laboratorio». Contar la propia historia en Bielorrusia es contar la de miles de personas que sufrieron la explosión nuclear de Chernóbil, pero lo hace desde un espacio simbólico en el que la música es capaz de combatir la radiación: «Mi misión: combatir los rayos gamma con octavas musicales», porque la música se erige como lo opuesto tanto al grito como al silencio.
La poeta Carolyn Forché dice que «La voz de Valzhyna Mort es un milagroso recordatorio de que las palabras pueden hacer muchas cosas: pueden danzar, regodearse en la ironía, pueden alabar el amor, pero también pueden decir la verdad. Estos poemas no solo son conmovedores, sino que realizan la función más elemental del lenguaje humano. Elevan al miserable, al bárbaro, al insensible al nivel de un idioma universal de sabiduría y gracia» y es que en Mort no hay un posmoderno ejercicio de autoficción, el personaje principal es ella misma ―eso sí, sin intención de exhibirse― no un personaje creado exprofeso para que ejerza de portavoz de sus pensamientos. Las experiencias que describe son propias, de su entorno familiar y amical: «Bendita sea la vida en la que yo subo por las escaleras / con una bolsa de la farmacia llena de pastillas para Branca», escribe en «Oda a Branca» y de su vida en Bielorrusia, su país de nacimiento, un país en la órbita rusa en la que la censura y la desinformación, el asesinato y la tortura son moneda corriente. Mort no se cansa de denunciar también la apatía y el desinterés de occidente, expertos como somos en mirar hacia otro lado, sin embargo, «Esta historia es la historia de Europa, esta historia no es historia: ninguno de sus mecanismos se ha desmoronado con el tiempo, ninguno de sus mecanismos ha sido domesticado por los libros de historia».
Sus poemas intentan despertar a las conciencias adormecidas y reivindicar su propia identidad más allá de la eventual asimilación cultural y política, dar voz, en definitiva, a quienes se la han hurtado violentamente, porque lo individual, como decíamos, se entrelaza con lo histórico. Estos poemas, además, no pierden en ningún momento, pese a las trágicas experiencias humanas y que describen, el lirismo. En ellos prevalece la actitud humana por encima de la actitud política y esa, en poesía, equivale a conjugar la ética con la estética, algo que Valzhyna Mort pone en práctica con exquisita pericia.
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