Cómo ver con ojos oscuros
En 'Soles de medianoche', Mónica Doña presenta, con un lenguaje musical y vivo, ecos de su experiencia humana
P ese al poso de trascendentalidad que subyace en la cita de Dante que encabeza la primera sección de este libro, no debe esperar el lector de estos poemas encontrar especulaciones de índole metafísica en ellos, salvo aquellas que provienen de una lectura de la realidad más compleja de lo acostumbrado porque los versos de Mónica Doña, pese a la aparente sencillez que desprenden, están cargados de efectos sorprendentes, sobre todo en la parte final de los poemas. Es aquí, en estos versos finales donde uno se adentra en el pozo profundo del pensamiento meditativo gracias a que, en unos pocos trazos, la autora consigue dar la vuelta a lo rutinario. Surgen entonces matices desconocidos, giros inesperados, ya sean a través de imágenes o a través de conceptos. Hay poemas que describen escenas, como el titulado 'Una tarde, un poema', y otros que abren su línea narrativa a asuntos de carácter más testimonial, como, por ejemplo, 'Doble vida', pero, en cualquier caso, pese a esas diferencias, tanto los poemas líricos como los narrativos fluyen por un mismo cauce en el que los detalles físicos dan forma a las ideas, a percepciones que resultan del todo creíbles, a interrogantes que ayudan a crear una molesta sensación de inseguridad emocional.
Soles de Media Noche
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Autor: Mónica Doña
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Editorial: Renacimiento.
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Páginas: 80
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Precio: 4,00 euros.
'Soles de medianoche', libro con el que Mónica Doña obtuvo el Premio Internacional de Poesía Gonzalo de Berceo en su primera convocatoria, está divido ... en cuatro secciones que delimitan temáticamente el asunto que las particulariza. Así, la primera, titulada 'Humano y feroz' , está integrada por poemas que ofrecen una visión del mundo «desenfocada» en la que lo animales –araña, osa, rana o golondrina, por ejemplo–―se comportan de una forma más humana que los propios humanos. La naturaleza, de la que el ser humano ha huido dejando tras de sí tierra quemada, muestra sus dones en aquellos seres que permanecen fieles a su esencia. Unos versos del poema titulado '¿Quién domestica a quién?' resulta paradigmático en este aspecto: «Es la supervivencia quien hermana / y reparte trabajos necesarios / según la habilidad de cada cual». Lo que llamamos civilización ha transformado el orden de valores. Cuanta más conciencia tenemos de nuestra individualidad, más egoístas y violentos nos hemos vuelto. El afán de preservar esa individualidad nos ha convertido en testigos mudos y cómplices de la destrucción. «Nos han dejado solos / con un dios insaciable / que nos pide monedas a cambio de licencias / para poder matarnos los unos a los otros», escribe Doña en el poema 'Licencia para matar'.
Un cambio de registro se revela en la segunda sección, 'Lo invisible', que encabeza una cita de san Juan de la Cruz. Tras todo acontecimiento objetivo existe algo indefinible, algo que solo podemos imaginar porque está más allá de nuestra precepción, algo que nos habla de nosotros mismos ―–como ocurre en el poema 'Carta a Cupido'–― y también del mundo que nos rodea, un halo invisible ―los poemas 'El ángel del instante' y 'Mística' hablan de ello― que envuelve lo real. El mundo se recrea con imágenes que invitan a establecer conexiones entre el paisaje y los objetos físicos y el paisaje gráfico de la página, aunque la experiencia de la lectura será siempre inferior a la de quien experimenta en primera persona el estado emocional que incentiva el proceso de la escritura. En la poesía de Mónica Doña no es difícil encontrar un tono solemne combinado con medidas dosis de irónico escepticismo. A veces, da la sensación de que algunos poemas están hechos de nada y otros, sin embargo, explicitan que la fuente de inspiración se encuentra en algún lugar de la memoria, un lugar que el lenguaje se encarga de rescatar y de hacerlo comunicable: «Cómo no amar la noche y su silencio / si es el único tiempo que nos lleva / al ensimismamiento, preludio tantas veces / de alguna jubilosa evocación». La última sección el libro, 'Soles a medianoche' parte de un principio contradictorio que, sin embargo, físicamente es posible contemplarlo en la parte más septentrional de nuestro planeta, se produce en áreas al norte del Círculo Polar Ártico y al sur del Círculo Polar Antártico. Un sol que luce durante las 24 horas del día, lo cual produce ciertas anomalías en nuestro organismo, aunque también, como escribe Doña en un poema homenaje a Louise Bourgeois, también puede «limpiar de telarañas nuestros ojos». En todo caso, los últimos versos del poema con el que finaliza el libro son, para quien necesita encontrar explicaciones que el poema no tiene porque ofrecer, suficientemente esclarecedores: «Aunque esta vez el juego sea esbozar / lo que ya está perdido / y el ardiente recuerdo ha eternizado en mí / como sutil destello en la tiniebla, / como íntimo sol de medianoche». Pero Mónica Doña no habla de asuntos fantasmagóricos, solo representa ecos de su experiencia humana, de lo que ve a su alrededor, de lo vivido, y lo hace con un lenguaje musical y vivo que gira y gira sobre los mismos temas. El anhelo y la pérdida condicionan el amor y la compasión, pero, a la vez, hace que lo imposible, lo invisible, se vuelva poco a poco plausible.
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