¡Sí quiero!... y directos al Trueba
Javier y Lorena celebraron su boda y tras el banquete, y aún vestidos de novios, llevaron a sus invitados al pabellón torrelaveguense para ver el Alega-Palencia
El reloj se acercaba ya a las siete de la tarde cuando Javier García (Santander, 1990) y Lorena Bravo (Santander, 1986) salieron del restaurante a ... toda prisa todavía con el eco de los brindis. Ella vestida de blanco, él con traje marrón oscuro. En la calle el aire arrastraba un aroma que anunciaba baloncesto en el Vicente Trueba. El Grupo Alega Cantabria se preparaba para recibir al Súper Agropal Palencia a las siete en punto y los recién casados, con algo menos de una docena de invitados a rebufo, caminaban hacia el pabellón como en procesión.
«Veníamos de la comida, después de casarnos en el ayuntamiento, y decidimos ir al Alega», recuerda Javier, con una voz teñida con el brillo de lo irrepetible. «Como siempre vamos no queríamos perdernos el partido. Me calenté, quería comprar entradas para todos... y al final las compré. Pero fue sobre la marcha», recuerda Javier.
El Alega se llevó una auténtica paliza esa tarde ante un Palencia de otro planeta. Nada menos que 58-107. Pero en esa ocasión, el marcador fue una nota al pie de algo más grande: una historia de amor y fidelidad deportiva. «Éramos diecinueve en total», cuenta él. «Una boda pequeñita, íntima. Y lo del Alega fue una manera de hacer algo diferente. Se me ocurrió a mí, la verdad», dice riendo. La historia entre Javier y el baloncesto empezó mucho antes de que conociera a Lorena. De niño iba al pabellón a ver a los Lobos Cantabria con las entradas que le regalaban en el colegio. «Cuando los Lobos desaparecieron y se fueron a Santander, les perdí la pista totalmente», recuerda. «Años después, cuando el baloncesto volvió a Torrelavega con el Alega y un amigo mío empezó a ir a verles, fui al partido del ascenso contra el Albacete. Con Bulic, Sans y toda esa gente en el equipo. Aquello fue increíble. El pabellón a reventar. Entonces miré el calendario de la siguiente temporada y dije: 'Me hago socio'. Y hasta hoy».
Lorena en cambio no era aficionada al baloncesto ni por asomo. «A ella el deporte en general no le gustaba», dice Javier, sonriendo. «Fue un partido especial de Navidad, contra el Melilla, cuando le convencí. Era una promoción para socios y si llevabas a alguien te daban una entrada barata. La animé a venir. Fue un partidazo, con prórroga incluida, y desde entonces empezó a engancharse», relata. La siguiente vez ya no hubo que insistir tanto. «Le compré una entrada para el siguiente, contra el Almansa, otro partidazo. Y por Reyes le regalé el carné de segunda vuelta. Desde ahí, aficionada total».
El Vicente Trueba se ha convertido para ellos en algo más que un pabellón. «Ya es una costumbre. Cuando hay partido, si se puede, hay que ir. Tenemos los mismos asientos desde hace tres años y vamos siempre los mismos. Es un ambiente de risas, de comentar el partido... y de desahogarse un poco también», comenta. «Cuando fallan, echamos pestes; cuando hacen un partidazo, lo celebramos. Pero es nuestro sitio», admite Javier.
Por eso, cuando se acercaba el día de la boda y vieron que coincidía con el partido, no hubo muchas dudas. Aunque Lorena al principio se resistiera. «Se lo dije a mi testigo, Zubi, que también es socio, y me animó. 'Sería la leche ir todos al Trueba'», recuerda Javier. «Lore me decía que estaba loco, que la gente no iba a querer, que no les gusta el baloncesto. Pero luego, cuando quedaban dos o tres días empezaron a escribirme amigos y también mi hermana diciéndome que sí, que querían ir». Música para los oídos de Javier. «Total, que compré diez entradas. Ni mis padres ni los suyos quisieron venir, pero los demás se animaron. Ya no había vuelta atrás».
A pie de pista
Llegaron tarde entre risas y carreras, cuando el pabellón ya hervía. «Entre la comida y la celebración se nos echó el tiempo encima. Nos reunimos todos en la puerta y entramos juntos», relata. Su amigo Zubi habló con el responsable de prensa del Alega, Borja Barrete, y como sus entradas estaban en una zona del pabellón llena de gente de Palencia, desde el club les indicaron que pasaran a pie de pista. «Allí nos sentamos y nos hicieron fotos para subirlas a redes sociales, aunque no salimos muy favorecidos», bromea.
La escena fue tan insólita como divertida. Los aficionados del Palencia, a pocos metros, se contagiaron del ambiente. «La gente muy maja y muy simpática. Nos animaban a darnos besos, a brindar... Con los tambores gritaban: 'Vivan los novios'. Fue surrealista y gracioso a la vez», cuenta Javier desde el hotel del Madrid donde la pareja pasó la noche del domingo antes de tomar un avión rumbo a Japón para iniciar el viaje de novios. «En el descanso nos saludaban, nos pedían fotografías y al final del partido nos decían que éramos el MVP. Una locura».
No hubo victoria, pero sí un recuerdo inolvidable. «Fue una derrota muy, muy dura», admite Javier. «Una debacle, pero me lo pasé genial. El Palencia tiene un equipazo, se veía el nivel de los jugadores. Son arrolladores. Pero los nuestros tienen que echarle más ganas. Hay que luchar más», se queja. Cuando terminó el partido los novios salieron con bufandas del Alega sobre los trajes. Entre tambores, risas y aplausos se escribía una historia que no cabía en el marcador: una boda entre canastas. Afuera, la noche se abría como un respiro. Ayer tomaron el avión con destino Japón para disfrutar de su luna de miel. «Mucho turismo, mucha comida rara y mente abierta. Y claro, estaremos pendientes del Alega. Aunque sean solo los marcadores, algo habrá que mirar desde Tokio», sonríe Javier.
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