Nadie quiso perderse la fiesta
Gran despliegue de la afición del Sámano para arropar a sus jugadores antes, durante y después de un partido copero que llenó las gradas del estadio castreño de Riomar
Cualquiera que haya vivido un partido en Sámano sabe que 90 minutos en el feudo de los Lobos son muy intensos. Esta vez no era ... Vallegón, sino Riomar el terreno de juego elegido, pero daba igual. Los jugadores iban a notar el aliento de la grada. Pese a la pista de atletismo, sí, pero también mucho más poblada. Enfrente, todo un Deportivo. Que es un Segunda División, pero no uno cualquiera, sino todo un campeón liguero; el club que puso contra las cuerdas al Milan, el conjunto que tuvo Europa a sus pies. Y, eso, los que ya empiezan a peinar canas, no lo olvidan.
En visos de recuperar su memoria histórica, los gallegos se dejaron a su estrella, Yeremay, en el banco, y también a Stoichkov. El apodo hizo dudar a algún despistado, que se preguntaba si era hijo del mítico búlgaro del Barcelona. En realidad este es de más cerca, de Cádiz, tiene nombre de cantaor , Juan Diego Molina. Eso sí, en el once estaba Luismi Cruz, uno de los peligros más claros para la meta este jueves defendida por Masach.
Mucho tiempo antes del pitido inicial los alrededores del estadio ya presentaban el aspecto de los días especiales. El 'pincho pote' de los jueves se trasladó a esa zona de la localidad para acceder al recinto con tiempo de alentar a un equipo que tenía mucho que ganar y nada que perder. Cánticos, música, bebida y, sobre todo, camisetas naranjas en una macrodiscoteca preparada en los aledaños del campo para vivir una jornada tan festiva como futbolística.
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Ex jugadores del equipo, aficionados habituales y Lobos de nuevo cuño unieron fuerzas en una previa que tuvo canciones de actualidad, música en directo y esas miradas de esperanza del que piensa que todo es posible. El momento más intenso y festivo de loas horas previas al duelo fue la llegada del autobús del Sámano al campo. Decenas de bengalas de alzaron al cielo para alentar a los suyos, para animar a unos jugadores que miraban atónitos como los suyos se dejaban la garganta dos horas antes del pitido inicial. El recibimiento dio paso a una tregua, un ojo del huracán necesario para reponer fuerzas para la verdadera batalla, la de la grada, la de los 90 minutos de encuentro.
Mayoría naranja y gris, la de las sudaderas de los jugadores de las categorías menores de la entidad local, que no cesaron de apoyar a sus ídolos. Riomar se llenó en una noche histórica que no podía tener final amargo, porque la fiesta estaba servida. El Sámano ya había hecho historia, su historia, antes y durante el partido.
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