Fernando Alonso, una inspiración de futuro
El asturiano volvió a demostrar que sigue siendo un ejemplo para los más jóvenes, empezando por su pupilo Bortoleto
David Sánchez de Castro
Lunes, 30 de junio 2025, 19:54
Aunque el séptimo puesto no sea el resultado soñado, Fernando Alonso volvió a demostrar en Austria que sigue siendo mucho más que un piloto veterano: ... es un faro para las nuevas generaciones. Uno de los que mejor conoce su legado es Gabriel Bortoleto, el joven talento brasileño que el domingo, en el Red Bull Ring de Spielberg, logró sus primeros puntos en la Fórmula 1 tras acabar octavo. Lo hizo, además, a rebufo de su propio mentor.
Pocos dudan ya de que Alonso, incluso sin opciones reales de podio, sigue siendo un referente absoluto dentro del paddock. A sus 43 años, mantiene una capacidad de pilotaje que le permite estar por encima de las prestaciones de su Aston Martin. En Spielberg volvió a firmar una carrera inteligente, limpia y resistente, de esas que solo entienden los que saben jugar con las herramientas que tienen, aunque estas no estén a la altura de su ambición. El séptimo puesto no refleja grandeza en el papel, pero sí en el contexto. Y en ese mismo escenario, justo detrás de él, cruzó la meta un debutante que carga con la pesada herencia de las leyendas brasileñas que le precedieron: Gabriel Bortoleto.
El joven piloto de Sauber, compañero del veterano Nico Hülkenberg esta temporada, venía rozando los puntos desde hacía varias carreras. Esta vez, por fin, logró culminar. Lo hizo en una carrera sin errores, con ritmo sólido y una dosis de paciencia impropia para un novato. No hay que irse muy lejos para entender de dónde viene esa madurez. De Alonso, que no solo es su representante a través de A14 Management, sino también su referente desde niño.
Lo que hace especial esta historia es que ambos compartieron pista, espacio y tiempo reales. Y no solo eso: compitieron directamente, vuelta tras vuelta, sin margen para el error. «Fue como una contrarreloj en bicicleta, todo el rato con Bortoleto a rebufo», explicó Alonso tras la carrera del GP de Austria. «Gracias a Lando (Norris), que iba delante marcando el ritmo, pudimos mantenernos todos en trenecito. Pero sí, ha sido divertido tener a Gabriel tan cerca. Me alegra mucho verle ahí, puntuando. Se lo merece», decía Alonso, que nada más bajar del coche después de su tercera carrera consecutiva en el 'top 10', algo que no lograba desde hacía más de un año, se fundía en un abrazo con el diamante que él apadrina y pule a su imagen y semejanza.
La imagen fue poderosa. Alonso, con la sabiduría del veterano, marcando el ritmo. Bortoleto, con la frescura del recién llegado, copiando cada trazada, absorbiendo cada detalle. No hubo adelantamiento, ni falta que hizo. Bastó con verlos rodar juntos para comprender que hay una herencia en marcha.
Bortoleto no es un producto mediático. No ha irrumpido con declaraciones ruidosas ni con una campaña de marketing detrás. Su forma de presentarse al gran público ha sido silenciosa pero efectiva: trabajo, resultados y respeto. Su paso por la Fórmula 2 dejó huella por consistencia más que por destellos, y su llegada a Sauber se cocinó con discreción. Pero su talento ya está ahí, en la parrilla, donde importa. Y no es casual que esté donde está: Alonso le detectó pronto, le acompañó en su formación y apostó por él sin reservas.
La relación entre ambos va más allá de un contrato de representación. El respeto es mutuo y genuino. Para Bortoleto, Alonso no es solo un jefe, sino una figura de referencia desde que empezó a soñar con la F1. Para Alonso, Bortoleto representa un legado que trasciende lo competitivo: formar a quien puede tomar el testigo, pero hacerlo con los valores correctos.
Bortoleto, «sobre todo inteligente»
«Gabriel es rápido, pero sobre todo es inteligente», ha dicho Alonso en otras ocasiones. «No quiere quemar etapas: escucha, pregunta, aprende. Y eso, en esta categoría, es clave. El talento te mete, pero lo que te mantiene es la cabeza», recuerda el asturiano. Austria confirmó ese diagnóstico. Bortoleto no se dejó llevar por la emoción de puntuar por primera vez, ni cometió errores en la persecución a su mentor. Simplemente hizo su trabajo. Con cabeza.
La parrilla actual de Fórmula 1 está cada vez más repleta de juventud. Pilotos de 20 o 21 años que llegan con prisa y hambre, pero también con presión extrema. Ejemplos de ello son Lawson, que ha pasado de ser una avispa sobrevolando para Alonso a una mariposa que le revolotea, o Tsunoda, que sustituyó al neozelandés en Red Bull para hacerlo igual o peor. En medio de ese ecosistema, el asturiano sigue siendo el piloto más longevo… y uno de los más respetados. Su veteranía ya no es solo un dato estadístico, sino una lección viviente de cómo sobrevivir (y competir) durante más de dos décadas en el máximo nivel. Y ahora, además, se convierte en maestro silencioso.
Austria fue, por tanto, más que una carrera para Alonso y Bortoleto. Fue el símbolo de un relevo natural que no necesita dramatismo ni despedidas. El español sigue en forma y con ganas. El brasileño apenas empieza, pero ya da señales de que está donde debe. Uno guía, el otro aprende. Y el futuro, aunque todavía lejano, ya empieza a vislumbrarse con claridad.
El octavo puesto de Bortoleto es solo un número. Pero, como ocurre con casi todo en Fórmula 1, los números esconden historias más grandes. Y esta, la de un ídolo que empieza a rodar con su heredero, merece seguir escribiéndose.
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