Futbolista delicado; entrenador de pico y pala
Iván Ania. El técnico que se doctoró al llevar al Racing a Segunda traiciona la hoja de estilo que usó en el campo para convertirse en un currante inquilino del banquillo
«Nunca jugaría en mi equipo un jugador como era yo». La frase es una sentencia. Toda una declaración de intenciones. Se la dijo Iván ... Ania (Oviedo, 1977) a El Diario Montañés allá por el mes de junio de 2018 en la primera entrevista concedida una vez elegido para dirigir al Racing. Fino, habilidoso y de buen pie; rápido, con piernas de jilguero, pero «de los que no defendía».
Apenas tenía cuatro años cuando ingresó en la Escuela Juventud Asturiana. Su padre y su tío fueron los primeros entrenadores de aquel 'zurdito' que pronto llamó la atención en el Principado. A los once años se lo llevó el Oviedo alevín y allí comenzó una relación de más de veinte años en azul. Con los libros en una mano y el bocadillo en otra, arrancaba por las tardes desde su barrio hasta La Corredoría, la Ciudad Deportiva 'carbayona', donde sacó el carné de futbolista y donde fue forjando ese carácter rebelde y un tanto autodidacta. Protestón e incorformista, fue un poco quebradero de cabeza para los primeros monitores que supieron canalizar el talento con la pelota con ese carácter revoltoso. Su fútbol convencía y fue internacional con todas las categorías inferiores del fútbol español. Le faltó la absoluta, pero en el libro de estilo de Javier Clemente y José Antonio Camacho lo tenía mal para aparecer y luego, ya en su ocaso, en la de Luis Aragonés, estaba lejos de la mejor camada de la historia.
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Jugó 16 temporadas en el fútbol español e hizo las maletas para marcharse al Rayo Vallecano, Tenerife, Nastic de Tarragona, Cadiz y Lorca a última hora, antes de regresar para colgar las botas en el Tartiere. Ania pertenecía a aquel Oviedo que bajó en 2002 a Segunda en lo que fue l inicio de una travesía de 23 años sin fútbol de élite en la capital del Principado. Un año más duró; al curso siguiente, con el Racing celebrando en El Sardinero el regreso a Primera y el Oviedo, cuarto clasificado, rumiando la impotencia, hizo las maletas para comenzar un viaje casi sin retorno, salvo para despedirse como futbolista.
No lo dejó esperar. Siempre quiso ser entrenador. Lo descubrió pronto, pero esa vocación le fue persiguiendo. «Ahora como entrenador vivo casi 24 horas pensando en fútbol, mucho más profesional que cuando era futbolista», dijo el año pasado, ya en Córdoba, donde tiene contrato hasta 2026.
El primer silbato y la primera gorra de 'míster' se la puso en el Covadonga -donde también entrenó José Alberto en sus inicios-, uno de esos clubes que crece a la sombra del Oviedo y del Sporting en Asturias y que sirve de banco de pruebas para los aspirantes a futbolistas y a entrenadores. Desde su inicio en los banquillos mutó. Se volvió mucho más intenso, contundente y exigente con lo que hacía y lo que mandaba hacer. Le salieron las cosas bien y pasó a formar parte de su Oviedo, en una labor ahora mucho más formativa, devolviendo a los jóvenes lo que el fútbol le había enseñado. Tras un paso previo por el Caudal, otro de los clásicos del fútbol asturiano, se cruzó España y aceptó la oferta del Villanovense, un equipo extremeño muy modesto en el que fajarse. Se alquila una casa cerca del campo y trabaja en lo que le gusta. Y allí, de alguna manera, comenzó su vínculo con el Racing. El volcánico Chuti Molina, en quien confió la propiedad del Racing por aquel entonces, el Grupo Pitma, apuesta por él sin dudarlo. «Será el mejor fichaje de la temporada», declaró el mandatario. Lo fue. Probablemente fue la mayor verdad que dijo el estridente manchego. Ania llegó a Santander con 41 años y aún con aspecto de futbolista. Pensaba aún como uno, pero ya no como lo habría hecho él mismo. Delgadito y a la moda, el ovetense puso en marcha un fútbol que hacia tiempo que no se veía por aquí. Le obligó a dar clases de golpeo y manejo del balón a los porteros, adelantó las líneas, apretó al rival en su área y en todos los partidos el equipo era protagonista. No importaba que jugase en Leioa o en el Villamarín, su fútbol era el mismo.
Su oportunidad
No le dio tiempo a que las canas que ahora peina y que le dan un aspecto más maduro asomasen por Santander. Su primer curso todo fue rodado. La ilusión que persigue al racinguismo, en parte fue él quien la echó mano. Por el camino pegó más gritos que los que hubiera imaginado cuando galopaba de futbolista la banda izquierda. Su charla en el vestuario de Merkatondoa, en el campo del Izarra, donde bramaba con las pulsaciones a mil, fue más escuchada que la canción de Eurovisión. «Son cosas que pasan», dijo sin entrar en más detalles días después.
Sincero y atrevido, sin pelos en la lengua, pero educado, sin pasarse de la raya con un micrófono delante. Vibró con el Racing en Son Malferit con aquel solitario gol de Aitor Buñuel le metió de lleno en la ruleta de los entrenadores. El ascenso a Segunda División confirmó el presagio de Molina, su descubridor, que más tarde le daría la puntilla tras prepararle una plantilla con retales y futbolistas de ocasión que ya habían dado todo lo que tenían que dar.
A Ania le gustaba vivir cerca del campo. Se alquiló una casa para él solo en Valdenoja y el primer año volvía a Oviedo los lunes, para pasar el día libre en familia. El segundo, pensaba darle un cambio a su rutina, pero le atropelló una destitución que por resultados estaba cantada. Le faltó fortuna y tiempo. Ania se marchó y el Racing comenzó una deriva más.
Lo que vino después fue todo muy rápido. Su paso por Santander le abrió las puertas del fútbol y se bajó otra vez al barro para aceptar una oferta de cuatro años en Algeciras. Duró tan solo dos y llegó el Córdoba a su puerta. Aquí ya lleva tres, ascenso mediante, y le queda otro más de contrato. No es sencillo.
Es curioso, pero en la última década, el Racing ha tenido cuatro entrenadores que nacieron en Oviedo. Los dos primeros lograron con el equipo su mejor éxito en los banquillos, ambos ascendieron a Segunda División y debutaron en el fútbol profesional: Paco Fernández e Iván Ania. De los otros dos que quedan, uno fue Javi Rozada, que empezó y no acabó la peor temporada de la historia del club.
El último es José Alberto, que por el momento ha superado las dos temporadas completas como entrenador del primer equipo, algo con lo que nadie había podido desde 1990. Por cierto, en 1993, el Racing subió a Primera con un tal Paquito, ¿se acuerdan? ¿Saben de dónde era?
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