Muere Paquito, el entrenador del ascenso del 93

El fútbol español en general y el Racing en concreto despidieron ayer a Francisco García Gómez (Oviedo, 1938-Valencia, 2024), que a los 86 años dejó de aprender en la que se había convertido en su ciudad de adopción; su segunda casa desde que en los años sesenta se erigió como una leyenda del Valencia.

El Racing adorna apenas un año de su trayectoria, pero dejó huella, y mucha, en Santander, en especial en aquellos que le trataron de cerca. Eso en lo personal, porque en lo profesional fue nada menos que el entrenador del ascenso de 1993, ese que abrió 19 temporadas consecutivas en Primera con el único paréntesis de la 2001-2002, en la que precisamente Quique Setién, uno de los futbolistas que tuvo a sus órdenes y que siempre ha destacado su admiración por el asturiano, emuló a su viejo míster.

«Un muy buen entrenador, pero sobre todo una extraordinaria persona, que fue fundamental en mi carrera; un crack», recordaba Jesús Merino al conocer la noticia. Más allá iba aún un Ángel de Juana 'Geli' que guarda un excelente recuerdo de quien fue su técnico: «Un diez en todo lo que puedas imaginar; en el fútbol y en lo personal. Una persona generosa y maravillosa».

Asturiano de nacimiento, histórico jugador del Real Oviedo y el Valencia y después entrenador trotamundos establecido definitivamente entre Valencia y Villarreal, llegó a entrenar profesionalmente hasta 2004, cuando abandonó el banquillo del submarino amarillo para seguir el fútbol, pero ya desde la barrera, y dedicarse a otras aficiones, entre ellas la lectura. Por el camino deja 497 partidos dirigidos entre Primera y Segunda, 327 partidos en la máxima categoría como futbolista y nueve internacionalidades en una época sin cambios y con un calendario muy escaso. Un grande, echando mano de una expresión que le gustaba, alumbrado de soslayo por los focos, fue suplente en la selección que en 1964 consiguió la primera Eurocopa para España.

Para Cantabria el nombre de Paquito estará siempre ligado a una fecha: el 29 de junio 1993; el día en el que el Racing celebró su regreso a la élite. En aquel momento el club le pudo haber tratado mejor, porque pocos días después se le comunicó que no seguiría dirigiendo al equipo, pero ese mismo Racing le rendirá mañana homenaje con un minuto de silencio antes del partido frente al Eibar, como lo harán también el Real Oviedo, el Valencia y el Villarreal.

Porque en solo un año, más allá del peso histórico de aquella campaña, dejó un profundo recuerdo, tanto en lo futbolístico como en lo personal. Muchos de los jugadores de aquel ascenso de 1993 recuerdan su capacidad futbolística, su influencia en sus carreras y destacan por encima de todo a la persona. No es un clásico tras la despedida; lo llevan haciendo tres décadas.

Paquito llegó al Racing en verano de 1992 de la mano del entonces secretario técnico, José Antonio Saro, en una temporada en la que los verdiblancos buscaban el regreso a Primera tras el descenso a Segunda de 1987 y a Segunda B en 1990. Para ello se repescó a Quique Setién y Tuto Sañudo, se fichó a futbolistas como Mutiu Adepoju, Jesús Merino, Edu García e Ivica Barbaric, entre otros, y se buscó como entrenador a un técnico con experiencia contratasda en ambas categorías. Se le firmó por un solo año, con el compromiso táctito de que en caso de ascenso renovaría.

En una temporada no exenta de dificultades y con algún desencuentro con el entorno, el técnico consiguió el ascenso tras 38 jornadas de Liga y una promoción contra el Espanyol que se resolvió en el partido de ida con un tanto de Michel Pineda, junto a Andrei Zygmantovich uno de los dos fichajes de invierno de aquel año. Sin embargo, no se le ofreció continuar y no pudo dirigir al Racing en la máxima categoría. Fue sustituido por Jabo Irureta y el excelente rendimiento del equipo, octavo en la clasificación final, evitó la crítica a posteriori ante una controvertida decisión basada más en agentes externos que internos.

Y todo a pesar de que fue, en palabras de otro de sus jugadores, Javi Roncal, «un gran entrenador; de los que dejan huella, Amable y siempre positivo, me enseñó mucho. Yo era joven y me hizo crecer como futbolista, Vino con ideas de entrenamientos que innovadores, dinámicas y distintas, pero lo mejor era como persona. Guardo muy buen recuerdo de él».

La semblanza se repite una y otra vez. «Tuve la fortuna de tratarle y conocerle como entrenador y como persona. Si en lo primero era un diez, en lo personal era extraordinario. Siento mucho su pérdida», recordaba ayer Pedro Alba, miembro de aquel equipo técnico. Central de esa plantilla era Manolo Cantudo: «Era el mejor. Nos divertíamos con el trabajo; lo hacía ameno. Correcto en el trato, gran entrenador y mejor persona».

Aquel ascenso fue el primero de los tres que consiguió como preparador. La temporada siguiente hizo lo propio con el Rayo Vallecano, donde curiosamente tampoco siguió, aunque sí dirigiría a los madrileños un curso después en la máxima categoría, y, por último, con el Villarreal.

A Paquito lo del fútbol le venía de familia. Su tío paterno, Ricardo, había sido defensa del Oviedo y ya de niño conoció por dentro el equipo carbayón y el Stadium Buenavista, apadrinado en cierto modo por Lángara, Herrerita y Emilín, amigos y compañeros de Ricardo.

Debutó en el primer equipo azulón en 1958, y como recuerda el propio club asturiano, «formó con Iguarán una de las mejores líneas medias del fútbol español. Los aficionados oviedistas más veteranos aún recuerdan con nostalgia la gran clase de la pareja centrocampista Paquito-Iguarán».

Tras cinco años, siempre en la máxima categoría, y cuatro temporadas consecutivas como titular en la medular carbayona, fichó en 1963 por el Valencia para vivir los que probablemente fueran los mejores momentos de su carrera.

A su llegada coincidió brevemente con Nando Yosu, con el que se proclamó campeón de la Copa de Ferias, y a lo largo de sus más de 300 partidos en el club che, formando pareja con Roberto Gil Claramunt, entre otros ganó también la Liga y la Copa. Internacional con la selección española absoluta, debutó el 1 de noviembre de 1962 y jugó nueve partidos con la selección española. Antes de colgar las botas con 35 años, accedió a ofrecer un último servicio al club: jugar con el Mestalla, entonces en Segunda, para tratar de evitar el descenso del equipo a Tercera División.

Ni una temporada estuvo en blanco, porque en el curso 73-74 ya entrenó al Gandía, en el que fue su debut en los banquillos, para pasar después al Atlético Madrileño. Un año estuvo sin entrenar antes de abrir en 1976 una larguísima carrera en las dos máximas categorías: Valladolid, con el que debutó tanto en Primera como en Segunda.

Castellón, Hércules, Valencia, Cádiz, Figueres, Las Palmas, Racing, Rayo Vallecano, Osasuna, Onda y Villarreal, en algunos de ellos durante dos y etapas, jalonaron su trayectoria hasta 2004, cuando se retiró de los banquillos, que no del fútbol, con 163 partidos dirigidos en Primera y 334 en Segunda a sus espaldas y todavía tuvo tiempo para llevar a cabo una labor inestimable en la cantera grogueta.

Esas más de tres décadas dieron para mucho: para precisamente que en 2004 dejara ver su emoción en la previa de la semifinal de la Copa de la UEFA a la que había llevado al Villarreal, en la que le eliminó precisamente el Valencia, y para beber un trago muy amargo: la de la temporada 83-84, en la que una lesión de Kempes lastró desde el principio el proyecto que imaginaba para el Valencia y en la que dimitió tras 26 jornadas, abortando la ilusión de dirigir a uno de los clubes de su vida.

Después llegaron infinidad de banquillos y la definitiva jubilación en Valencia, aunque sin olvidar nunca los orígenes para visitar su Oviedo natal, entre otros motivos para participar en alguna reunión de antiguos futbolistas. «Siempre presumió de su condición de carbayón y de su enorme oviedismo. Mientras su salud se lo permitió, no se olvidaba nunca de interesarse por la marcha de su Real Oviedo y de ver sus partidos por televisión los fines de semana», destacaba junto a sus condolencias el club que le vio nacer para el fútbol.

«No hay que parar de estudiar nunca», decía quien fue un apasionado de la lectura y compañero de promoción de Luis Aragonés que devoraba prensa y se animó incluso a escribir cuentos sobre fútbol no ya al final de su carrera, sino en plena juventud.

Su buen carácter, que en ocasiones pudo jugar en su contra para imponerse en algún vestuario, un regate de elaboración propia bautizado como melocotón con el que lideró como capitán del Valencia al título liguero de 1971, forman parte de su legado; del que podrán presumir su mujer y sus tres hijos. Como lo es también, y lo será siempre, una parte de aquel magnético ascenso del 93 que corea la Gradona. Mañana lo hará, un poco, en honor a Paquito..