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Hay una edad en la que todo es posible. Un tiempo en el que la fantasía es tan verosímil como la realidad. Hasta que caemos del guindo y nos pasan por encima los camellos de los Reyes Magos. Un día despertamos. Y toca creer en uno mismo. Las niñas podemos jugar al fútbol igual o mejor que los niños. Y nadie puede decir que no es posible.

Un equipo de fútbol de niñas ha ganado la Liga de Tercera Alevín de Cantabria en un grupo en el que los otros catorce conjuntos son masculinos. Rara vez ha ocurrido y nunca hasta ahora en esta tierra. Las futbolistas del Racing, de diez y once años, no sólo han sido iguales a los niños con los que competían, sino que han arrasado. Han disfrutado de esa superioridad que es intercambiable, rotatoria, fruto del esfuerzo y del entusiasmo propios del juego y del deporte. «Somos una piña». Dentro de unos años no podrán con la preponderancia masculina impuesta por la complexión física, una ventaja que no responde a méritos sino a leyes biológicas. Las chicas tendrán que jugar contra las chicas, en campeonatos que, no obstante y poco a poco, rompen la barrera de la indiferencia.

La gesta de las chavalas del Racing insufla aire fresco en el masculinizado mundo del balompié y en un club en el que el equipo grande, el de los hombres, ha cerrado la peor temporada de su historia. Es una feliz noticia en un año en el que ha eclosionado un movimiento social que reclama a voz en grito y en la calle una igualdad real entre ambos sexos.

Las alevines del Racing también han sido superiores a esos padres, «y sobre todo madres», que las han insultado desde las gradas con exabruptos vulgares y sexistas. Ni el machismo es una actitud exclusiva de varones ni la igualdad es un principio por el que sólo luchan las mujeres. Pero esas son disquisiciones para adultos. Hay una edad en la que todo es más puro. Las respuestas de estas chicas a los ocasionales menosprecios han sido sus victorias sobre el césped. Y el respeto a sus rivales. Niñas al poder. También en el fútbol. ¿Por qué no?

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