Los goles malditos de El Molinón
En 1995, Quique Setién marcó para el Racing ante el Sporting, pero cuando el árbitro ya había dado el gol Ablanedo, el portero rojiblanco, alertó de que el balón no estaba en la portería al haberse salido porque las redes no estaban bien ajustadas. El colegiado, Rubio Valdivieso, anuló el tanto.
Cumplen todos los requisitos reglamentarios y se ejecutan con una brillantez excepcional. Incluso provocan ese estallido de alegría que caracteriza los goles marcados por tu ... equipo. Pero de forma inesperada, la ceremonia se paraliza. Es un mecanismo de 'coitus interruptus' que desespera la celebración. El árbitro parece embriagarse de un misterioso maleficio y desintegra la belleza para convertirla en ira que se retiene.
Dicen que la superstición conserva su poder en nosotros aun cuando no creamos en ella. Y a base de insistir, ahora que el Racing se enfrenta a un equipo gallego, tendré que considerar eso de que 'Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas'.
El gol de Mario en El Molinón la semana pasada ha revolucionado mis grupos racinguistas de WhatsApp recordando otro caso que ensombreció otra de las porterías de este legendario campo asturiano. Me refiero al golazo de Quique Setién al guardameta Ablanedo en 1995 que, como el de Mario, no subió al marcador por lamentables circunstancias, ambas relacionadas con empanadas mentales de los respectivos árbitros, seguramente embrujados por algún hechizo de los que circulan por los campos de fútbol.
Recuerdo muy bien aquel gol de Quique porque he escrito en ocasiones sobre él, con la circunstancia de que fue su último gol como jugador profesional. Habían pasado escasos minutos cuando un balón robado por Luis Fernández se cruzó en el camino de Quique cerca de la media luna del área asturiana. Con la derecha, el santanderino no dudó en empalmar un potente disparo raso que se coló acariciando el poste derecho del meta del Sporting. Fue el primer gol que el Racing marcó aquella temporada.
Después de que el balón entrara limpiamente en la portería, el colegiado, José Enrique Rubio Valdivieso, tras observar que ningún banderín se había alzado para denunciar algo que no había podido percibir, inició la carrera señalando el centro del campo. Había visto con sus propios ojos cómo el balón entró en la portería, así que su decisión no ofrecía dudas. Pero el guardameta había escuchado el impacto de aquel chut al estrellarse contra una valla publicitaria y después de levantarse de su fracasada estirada, fue a recuperar el balón que no estaba dentro, estaba fuera, evadido de unas redes que no se habían comprobado correctamente y que estaban mal ajustadas. Entonces, el portero asturiano tuvo la brillante idea de reclamar la atención del juez de línea, un colegiado gerundense llamado Caliano Lentijo que se creyó el cuento de hadas de Juan Carlos Ablanedo. Aquello creó un momento de confusión. Rubio Valdivieso comenzó a dudar. Quique interrumpió su celebración al descubrir que algo raro ocurría y persiguió al colegiado preguntando qué había pasado. La respuesta fue una tarjeta amarilla tras la protesta del capitán racinguista.
Antes de la aparición del VAR, no he conocido en el fútbol que un árbitro se desmintiera a sí mismo, ni que renegara de sus propios sentidos, principal recurso para administrar la justicia deportiva en aquellos tiempos. Rubio Valdivieso había visto el gol y lo había legalizado con su soplido. Pero cuando comprobó, alertado por las indicaciones de Ablanedo, que el balón estaba fuera de la portería, se dejó llevar por especulaciones fantásticas. Es cierto que existen millares de errores arbitrales por cosas que no se ven, pero sin el VAR no conocía ningún error por cosas que ya vistas, dejaron de creerse.
En aquella temporada (1995-96), los árbitros castigaron con sus decisiones al equipo cántabro en las primeras jornadas. En el partido contra el Sporting no sólo el trallazo certero de Quique fue invalidado, sino que en el minuto 40 el sportinguista Julio Salinas metió un gol con la mano mientras derrumbaba a Ceballos dentro del área de meta, la zona donde se protege al portero. Rubio Valdivieso había anulado el 0-1 para el Racing y daba por bueno el tanto del 2-1 a favor del Sporting, conseguido con doble infracción. El resultado final fue de 4-2 a favor de los asturianos.
Tras el partido contra el Sporting, los racinguistas se indignaron por la actuación de los árbitros y se invitó a los aficionados a salir a la calle para protestar. Se organizó una manifestación callejera guiada por una pancarta que decía: «Quieran o no quieran, el Racing en Primera».
La protesta continuó con un curioso gesto en los Campos de Sport. En el siguiente partido que se jugó en Santander contra el Sevilla en la tarde del sábado, 23 de septiembre de 1995, las peñas racinguistas alentaron a que los espectadores se levantaran de sus asientos y dieran la espalda al árbitro. Y así se hizo cuando el colegiado Díaz Vega y sus asistentes salieron al campo. Fue un gesto de protesta silencioso hasta que se escuchó el pitido del inicio del partido.
Los goles de Quique Setién y de Mario, además de una bella y honrosa factura, continúan reclamando esa justicia que se evapora en los maleficios de la ineptitud arbitral.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión