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El cliente no siempre tiene la razón en el rock and roll

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L. Palomeque

El cliente no siempre tiene la razón en el rock and roll

Conciertos ·

Loquillo ofrece en Torrelavega un show irregular repasando temas que se alejan de los clásicos habituales

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Viernes, 14 de agosto 2020

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Hay personas que se ven dentro de las polémicas y hay personas que las generan. José María Sanz, Loquillo, está en el segundo grupo. No es algo nuevo, viene de décadas atrás. El rock nacional cuenta con una serie de figuras de la vieja escuela que entienden su trabajo como una forma de espectáculo global que incluye esa rock and roll actitud (y su errónea traducción al español) que se traslada fuera del escenario. Veamos nombres como Bunbury, el ausente Jaime Urrutia, añadamos a Rafael y en cierta medida, por ejemplo, a Coque Malla. Siempre por debajo del papel de nuestras folclóricas, pero haciendo de cada movimiento coreografía. En ese papel, provocan, generan choques ideológicos, compiten con su propia y alargada sombra. Y dan que hablar.

Loquillo protagonizaba la noche del jueves en el festival Viva la Vida de Torrelavega. Llegaba a la capital del Besaya con su show a medias con Gabriel Sopeña, vicedecano de la Universidad de Zaragoza, músico, letrista y compañero de batallas desde el año 91, compositor de temas como 'Brillar, brillar' o la ensalzada 'Hombre de negro'.

De negro -como es habitual- salió El Loco al escenario, escudado por Josu García a la guitarra, Laurent Castagnet a la batería, Alfonso Alcalá al contrabajo y el propio Sopeña alternando teclados, guitarra y voz, así como la novedad de ser un partenaire al que Loquillo da espacio, diálogo y protagonismo, llegando incluso a retirarse del escenario para darle cancha al ex Más Birras, grupo mítico de Zaragoza.

Veinticuatro temas saldaron en la capital del Besaya. Dos docenas de canciones que se alejan de los clásicos que probablemente el público esperaba. Pero como en tantas otras materias, en el rock and roll el público no marca la línea a seguir, sino que encuentra caminos nuevos por los que deambular, con mayor o menor reacción, cambiando el que hasta ese momento ha sido su punto de vista. Con ese giro ha ido evolucionando la historia de la música desde los albores del blues. No sonaron las canciones típicas pensadas para ser coreadas desde hace décadas, cuando el catalán se alzó como una de las referencias del rock and roll en español.

A cambio, se sumaron referencias y nombres. Luis Alberto de Cuenca, Montalbán, Mauricio Aznar o Paco Ibáñez. Palabras mayores. Letristas ante los que sacarse el sombrero, pero... poco hechos para el público mayoritario. No es lo mismo 'Cadillac Solitario' que 'Acto de fe'. Quizá esa falta de identificación lastró la entrega del respetable. Pero no fue lo único.

Loquillo paró 'Por Amor' para que «Gabriel se sintiera cómodo» ante un quiebro de la guitarra. También tuvo lo suyo para el personal de seguridad que, haciendo su labor, trabajando bajo las tablas, tal y como él lo hace encima, vigilaba el cumplimiento de las normas. «Que sea la útlima vez que pasas por delante de mi puto escenario. Aquí mando yo», espetó el cantante llegando al final del show, con suficiente maestría para que no cortara el recorrido de 'La Mala Reputación', una composición que le viene al pelo. «Haga lo que haga es igual, todo lo consideran mal», escribió Brassens, un texto que encaja con la postura provocadora, con más fondo, pero demasiada forma que caracteriza al artista, que lo es en su máxima expresión. Cabe matizar que, quien manda es la autoridad sanitaria y cada vigilante que se esmera en controlar que nadie se salte la norma, está protegiendo al público y por extensión, al propio sector musical.

Durante sus dos horas de concierto sonaron 'Los viejos amigos', ' No volveré a ser joven' o 'Antes de la lluvia'. En su intervención, Gabriel Sopeña hizo hincapié en la importancia de la música, del sector que engloba las manifestaciones artísticas, tan necesarias, deseando que «el presidente de nuestro país viniera para ver que la cultura es segura». «Además - añadió- le iba a gustar». No hay constancia, sin embargo, de que el Falcon haya viajado a más festivales desde su última incursión para ver a The Killers en el FIB. Aquellos años en que podíamos tocarnos, acercarnos, movernos, jalear, sentir cercanía... Como ahora en las plazas de toros, vaya.

Desde la prudencia, el público fue correcto. Medio millar de personas que mantuvieron la compostura en sus lugares, como manda la norma. Familias completas, espaldas vestidas con carteles de otras giras, padres coreando a sus hijos algunos estribillos. Entre los asistentes, el biógrafo de Loquillo ( y colaborador de DMúsica), Felipe Cabrerizo, o el periodista especializado en música Fernando Navarro, asombrado por el despliegue del festival torrelaveguense. «Esto no lo tenemos en Madrid», afirmaba, confesando que esperaba encontrar algo «más reducido, más sencillo». Por una vez, nos salimos del radar del centralismo como ejemplo en positivo, sin anchoas, sin sobaos, con cultura. Y eso merece un aplauso.

La entrada al recinto estaba, a primera hora de la tarde, endulzada con el 'I walk the line', de Johnny Cash. Cash es, a día de hoy, una figura casi mítica dentro del imaginario de la música americana, extrapolada a otras latitudes. Su biografía, cuajada de claroscuros, queda desdibujada por el poder de su legado musical. Más allá de familia, excesos, religión o caídas por el precipicio. Un simil, salvando las distancias, con el polémico personaje que, finalmente, disco tras disco, sigue siendo un nombre a tener en cuenta. Y eso, en un mercado voraz, ya es mucho.

No, no fue la mejor noche de Loquillo sobre un escenario, pero nadie dijo que el rock and roll deba ser perfecto para funcionar.

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