Mordiscos a las palabras
¿Qué otra cosa puede hacer uno con la canción de su vida? Vivir las palabras. De eso fue la visita de Quique González
Álvaro Machín
Santander
Sábado, 22 de febrero 2020, 13:15
Después de recorrer la calle Caracoles acabé sentado en un banco. Junto a la iglesia con techo de madera de cactus, en una placita donde ... el sol sabe a menú especial de fin de semana. Allí, con la euforia del consciente de que nadie le conoce, abrí 'Vista cansada' y me puse a leer en alto poemas de un libro dedicado por Luis García Montero. En San Pedro de Atacama (Chile), en mitad de un desierto, como en todas partes, leer en alto le da más años de vida a las palabras. Anoche (el jueves noche, para cuando ustedes lean) me acordé de esto desde la fila 17 de la Sala Argenta. Buscaba formas de explicar lo que ha hecho Quique González y me acordé de aquello. El músico cogió las frases del poeta y las leyó en alto a su manera para grabar su último disco, el que esta semana trajo debajo del brazo hasta el Palacio. 'Las palabras vividas'. El título encaja.
Hay algo que tienen en común Luis y Quique. Cuando crean párrafos y otros los leen o los escuchan, parece que se puedan tocar las palabras. Vestirlas, ponerles corbata o calcetines. Darles besos o pegarles mordiscos. Y hacen que alguna vocal o consonante se quede taponando los huecos entre los dientes (o los poros de la carne donde hubo heridas). Son palabras más vividas porque parece que todos las hemos vivido algunas veces. González en esta gira lo canta todo algo más lento, como reposándolo. Para hacer bien la digestión. Y él, a la vez, mastica su carrera repasando etapas. Empezó con 'Bienvenida' y con un 'esto es para ti, Nora'. Su niña, su presente. Como la presentación en la distancia que hizo de García Montero. 'Admirado amigo, increíblemente admirado poeta y ciudadano'. Luego fue dando saltos, pasos cortos (como cuando baila, siempre con pasos cortos). Tocó un par de temas de 'Kamikazes enamorados', un disco 'emparentado –dijo– con las palabras vividas'. Luego se marchó a la explanada infantil de La Quinta de la Paloma en la que construyeron la M-30, a las estrofas que compuso en el ya cerrado Hotel Central (que a mí también me trajo recuerdos) o a la casa de sus padres. Madrid, Santander, Conil de la Frontera… Discos, canciones. 'Dice Luis que escribir un poema o una canción es preparar una cita con alguien'. Al decir eso, a algunos (a mí, venga), les pasó la vida por delante de los ojos.
De lo mejor de la noche (más allá de la emoción sincera que desprende el artista al saber que toca en casa), el elenco de músicos y la variedad de instrumentos (con un Diego Galaz que, por tocar, debe tocar bien hasta los pies para hacer masajes). Los cinco que acompañaron a Quique en el concierto consiguieron eso tan difícil que es trasladar al asiento el sonido de las partículas de piel muerta que caen tras rozar con las cuerdas de la guitarra.
'La canción que dio origen a las palabras vividas', dijo en el tramo final. Hace veinte años. El prólogo de lo que ahora han hecho el músico y el poeta. La de primeras veces que habré contado yo la historia de 'Aunque tú no lo sepas'. La cantidad de oídos y saliva... ¿Qué otra cosa puede hacer uno con la canción de su vida? Vivir las palabras. De eso fue la visita de Quique González.
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