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Los Secretos, anoche en El Soplao.

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Los Secretos, anoche en El Soplao. Javier Rosendo

El poso que queda en todas las cuevas

Los Secretos repasaron décadas y biografías en acústico ante trescientas personas en El Soplao

Álvaro Machín

Santander

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Domingo, 7 de abril 2019, 14:48

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A nuestros chicos les llega de los discursos de película del entrenador increíble antes de la final de fútbol americano. O de las letras de algún reguetón con ínfulas. Legado, la palabra. En realidad tiene mucho más calado. En música es carrera cuando merece poner el término en mayúsculas. O respeto ganado. A mí me gusta poso. Que un grupo o un artista dejen poso -y que dure- es algo serio. Nada que ver con la fotocopia de reproducciones a toda prisa de alguien que escribe en una canción que ella «quiere salir a joder». Éxitos de yogur, con fecha de caducidad (o eso espero). Y cuando uno va a un concierto de un grupo con un bagaje honrado, con poso, suele pasar que los que escuchan tienden a verse por dentro. Recorrerse, si ya tienen unos años.

La cita con Los Secretos en El Soplao fue adentrarse en la cueva. En todos los sentidos. En todas las cuevas. Pasar por todas las edades. Revivir como un adolescente, ser un veinteañero, ir madurando (o lo que sea) sobre los treinta… Es verdad que tocar allí complica un poco las cosas. Formato, dificultades para la voz (que pasan factura con algún pellizco que no toca), ambiente lento… Hace mucho y la humedad es demoledora. Pero no es menos cierto que es un contexto fabuloso ahora que todo en la vida tiene que convertirse en una experiencia. Y eso fue. Una experiencia. Entre formas de agua y roca que llevan siglos dejando poso. Entre canciones que se posaron una vez y no se fueron nunca.

Son cuarenta años. Se dice pronto. Repitiendo lo de siempre -no hacerlo sería un engaño-, pero con la honradez por bandera y sin abandonar la obligación de componer nuevas canciones (este año sacarán nuevo disco, 'Mi paraíso'). Hay una frase de Álvaro Urquijo excepcional: «El secreto de nuestro éxito es que nunca hemos tenido éxito. Nunca fuimos superventas ni número uno». Pero siempre han estado. A base de un concepto tan tirado y tan sublime como la sencillez. El oficio.

Centrado en el concierto, formato acústico. Jesús Redondo con el teclado, Ramón Arroyo consiguiendo hacer con la guitarra reconocibles las melodías construidas con una banda entera y Álvaro Urquijo a la voz, a la segunda guitarra y a las historias. Ellos pueden permitirse el lujo de contar muchas. La de Sabina y Enrique con 'Ojos de gata', la del abuelo que les inculcó la música fronteriza o la de tres hermanos que montaron un grupo en 1978 a espaldas de su padre. Empezaron con 'No digas que no', hicieron que los trescientos que agotaron las entradas empezaran a cantar por lo bajo con 'Quiero beber…' y hasta regalaron una canción que Quique González escribió para Enrique Urquijo y sus problemas inspirándose en un poema del maestro García Montero y que Los Secretos se quedaron con ganas de grabar en su día como suya. 'Aunque tú no lo sepas'. Y 'Por la calle del olvido', 'Buena chica', 'Pero a tu lado'… Terminaron a medias con 'Déjame' porque les hicieron volver un par de veces a base de aplausos a pesar del frío. Dos tandas de bises y un significativo 'Adiós tristeza' con recuerdo para Enrique y Antonio Vega para marcharse por ahora. Porque irse, Los Secretos no se van nunca. Eso es el poso. El legado.

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