Un empresario fiel a sus principios y enamorado de Liébana
Su amplia sonrisa y sus ojos azules reflejaban en su rostro su humildad, compromiso y generosidad, con un carisma con el que se sabía ganar a todo el mundo y de una forma especial a los niños, para los que siempre tenía unas palabras cariñosas. Así era Juan Carlos Roiz, el empresario lebaniego de Carnicería Juanito, que ha fallecido a los 67 años de edad en la villa de Potes, después de luchar contra una dura enfermedad.
Siempre se declaró un perfecto enamorado de su tierra, reconociendo que si había un sitio natural en el mundo, sin duda alguna ese era su querida Liébana, una comarca «con siglos de historia y que sigue viva».
Porque a Juan Carlos, como muchas veces me reconoció, le enseñaron sus padres (Juanito y Esther) a seguir manteniendo vivas las tradiciones locales, y siempre procuró ser fiel a sus principios. Otra de las enseñanzas de sus progenitores fue que «nunca se debe de echar la culpa a los demás de lo que te pasa a ti, ya que uno tiene que creer siempre en lo que hace».
Fiel a las costumbres locales, la bajada anual de la Reliquia del Lignum Crucis a Potes; la procesión de La Santuca, la Virgen de Valmayor, o las fiestas de La Cruz, siempre estaban presentes en su vida y en su calendario personal durante el año.
Y qué decir de su presencia en las ferias ganaderas, de su conocimiento y a la vez su profundo respeto al mundo animal. El apretón de manos al finalizar un trato, así como el marcaje posterior con las iniciales familiares forma parte de la historia de esta tierra.
Juan Carlos siempre fue un fiel defensor de mantener la tradición en sus productos artesanos, que elaboraban en la fábrica familiar de embutidos. Pero se supo en todo momento adaptar a la época actual, sin dejar de dar un exquisito toque de innovación. Estaba convencido de que lo que realmente marcaba al producto era el productor, y para eso el boca a boca con los clientes era fundamental. «Llevamos en el mercado desde 1945», decía siempre orgulloso.
Sin duda, fue un enamorado de los lunes de mercado en la villa de Potes. Añorba a las personas que conoció que vendían sus productos en la Plaza ya que «sabían siempre lo que hacían y, sobre todo, porque eran ellos mismos».
Cuando compartíamos mesa decía que era importante sentarse y disfrutar de los productos extraordinarios de Liébana. Con cualquier persona con la que se sentía a gusto, sin límite de edad, porque aseguraba que «cada uno puede aportar su sabiduría y experiencia personal, y no cabe duda de que eso es magnífico y muy saludable».
En las muchas reflexiones y conversaciones que mantuvimos, ya que nacimos en la villa lebaniega los dos, solía decir que «Liébana se siente, por eso enamora. Hay que disfrutar sus pueblos, sus gentes, sus paisajes, sus productos, y sus cumbres, para volver. Yo me siento orgulloso de haber nacido aquí».
A sus hijos Marcos, Carlos Esther y Raúl, que lloran su ausencia, al igual que al resto de familiares, mi más sentido pésame.