Obituario
Cantabria ha perdido a uno de los artesanos campaneros más prestigiosos y queridos de la región, Pedro Buenaga Corrales. Un hombre con una pasión, sus ... campanos, y una devoción marcada por la Virgen del Moral y su familia.
Nació en Vallejo (Molledo) el 13 de junio de 1945, y allí vivió hasta 1974, cuando se casó en Aguilar de Campoo con Paula González Rodríguez y se trasladó a vivir a Los Corrales de Buelna, donde tuvieron dos hijos, Paula y Pedro. Desde muy pequeño vio hacer campanos a su tío Elías Corrales (el 'Campanero de Las Presas', hermano de su madre, Manuela), quien empezó esa tradición familiar en los primeros años del siglo pasado. Una tradición artesana que él dio continuidad con su padre, Pedro Buenaga Pernía.
Tras fallecer Elías en 1964, padre e hijo comenzaron a vender sus primeros campanos en la feria de Cabuérniga. El primero se vendió el 22 de octubre de 1965 y pronto su fama se extendió como el sonido de las buenas campanas.
Pedro compartía esa pasión con la devoción por la Virgen del Moral y su braña, donde su abuelo, Pedro Buenaga Moral, estuvo de pastor sesenta años. Una veneración que vivió desde muy pequeño, trasladándosela a sus descendientes. Moral era su lugar preferido y no lo cambiaba por ningún otro. Como él decía, «Moral es Tierra Santa y lugar Sagrado».
Hombre muy familiar, gustaba de viajar con su mujer y sus hijos a cualquier lugar, pasar ratos juntos, «preocupándose de que todo y todos estuviéramos bien y felices y demostrando su amor incondicional siempre», evocan sus hijos.
Era muy aficionado a los toros y le gustaba ir todos los años a la plaza de toros de Cuatro Caminos de Santander durante la Feria de Santiago. También era asiduo a todas las ferias de año de ganado de Cantabria, siempre ataviado con su traje de pana, boina, albarcas y su palo.
«Como padre, fue nuestro héroe, nuestro ejemplo y nuestra inspiración. El mejor padre que se puede tener. Como esposo, un hombre admirable, increíble y el mejor compañero de viaje. Como abuelo, inolvidable, siempre transmitiendo su sabiduría y experiencias de forma entrañable y cariñosa. Y sin pretender ser jactanciosos, como persona (sobradamente conocido), fue un buen y respetuoso amigo de sus amigos».
Hasta los 79 años siguió haciendo campanos, enseñando su arte a cuantos se acercaban, siempre amable, siempre paciente y con la sabiduría del que se ha forjado como una buena campana, con mano firme y buena materia prima. La sociedad pierde uno de los mayores defensores de las tradiciones de Cantabria, sabiendo todos por quién doblan las campanas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión