Una mujer decidida, centenaria y pionera al volante en Piélagos
Piélagos ha despedido hace apenas un mes a Isabel Michelena Somacarrera, y lo ha hecho recordando los hitos que atraviesan la biografía de esta célebre ... vecina de 105 años, trabajadora del campo, pionera al volante, involucrada en la vida vecinal y por tres veces 'Abuela' del municipio. «Hasta última hora quiso aprender y superarse. Era emprendedora. Pocas cosas se le ponían por delante», evoca su hija, Isabel Cayón.
La historia de su madre, la quinta de doce hermanos, comienza en mayo de 1920, en Sierrapando (Torrelavega). Se crió en una familia humilde que trabajaba el campo y la huerta, y también vendía leche puerta a puerta. Isabel fue a la escuela hasta los 14 años, pero desde bien pequeña, y al igual que sus hermanos, tuvo que contribuir a la economía familiar. «Había que sacar la casa adelante», incide su hija.
Se casó con Agustín Cayón y tuvo dos hijos, Fernando y la propia Isabel. Se fueron a vivir a Zurita, donde se ocupó de las tareas del hogar y de la huerta, y donde recibió «con orgullo» el reconocimiento de sus vecinos como Abuela de Piélagos, un galardón promovido por el Ayuntamiento para el que Isabel se preparaba con esmero.
En una reciente entrevista con este periódico posaba sonriente en el porche de su casa rodeada de numerosos geranios y haciendo gala de su carácter extrovertido. Porque Isabel nunca desdeñaba una celebración, y, aunque pospuesta por la pandemia, la de su centenario fue muy concurrida y animada. «Si podía, ella era la última en irse a la cama».
A los 50 años, llegó uno de los puntos de inflexión de su vida: a base de estudiar por la noche, se sacó el carné de conducir -el teórico a la primera, según se encargaba de subrayar- y aquello fue para ella una pequeña revolución. Era 1970 y solo había otra mujer en el pueblo con permiso de conducción. Su hija recuerda que el coche -el primero fue un R8, y luego llegaron el Ford Fiesta y el Seat Ibiza- le dio mucha libertad: llevaba a las vecinas a misa y a hacer los recados que precisasen, y también se encargó de trasladar a muchas embarazadas al hospital. Michelena también tuvo teléfono móvil, se entregó al punto con mucha dedicación -tejió preciosas chaquetitas de bebé «para media Cantabria» y mantas de sobrecama «para la otra media»-, se apuntó a incontables excursiones y cursos de extensión agraria, celebró la llegada de dos nietas y dos bisnietas, y trabajó la huerta hasta que el cuerpo se lo permitió, es decir, hasta los 100 años. Entre los «golpes» más duros de su vida está la pérdida de su hijo.
«¿Que cómo la vamos a recordar? -se pregunta su hija-. Pues como una mujer decidida que siempre tiró para adelante. En los buenos y malos momentos, ella miraba de frente».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión