Una mujer sencilla que hizo de la fe la base de una vida cristiana
Hay biografías escritas con letras minúsculas como es la de Antonia, Toni, que no tendrán nunca una entrada en una enciclopedia pero que dejan una ... huella indeleble en quienes la cocieron porque fue una mujer sencilla, cuya grandeza residía en la nobleza de su corazón y en la quietud amorosa con la que habitaba el mundo. Antonia había nacido en junio de 1927, en Bercedo de las Henestrosas, un pueblecito de Valdeolea.
Conoció a quién sería su esposo, el vecino de Mataporquera, Constancio Rodríguez Gutiérrez, un ebanista, incansable trabajador que llegaría a ser empresario de construcción, con quien construiría una magnifica casa para acoger una gran familia trayendo al mundo a sus hijos Antonia, Conchita, Domi, Gelín, Chuchín y Juan Carlos, éste párroco de Nuestra Señora de la Asunción en Torrelavega.
En Mataporquera hicieron sus vidas hasta que por la enfermedad se fueron a vivir a Torrelavega, en 2012, junto a los suyos. Ama de casa por elección y por amor, hizo de cada rincón de su hogar un refugio cálido donde siempre había un lugar para quien necesitara compañía, un consejo, o simplemente la serenidad de su presencia.
De niña solo pudo asistir a la escuela de su pueblecito para aprender lo imprescindible como leer, escribir, las cuatro operaciones y poco más. Tal vez esta carencia avivó el ansia de aprender, de saber, inculcando a sus hijos el valor del estudio, aunque tuviera que esforzarse económicamente y separarse de ellos.
«Madre de familia de cinco hijos, atendió también a dos abuelas, siempre «en actitud continua de servicio»
Su vida estuvo tejida de gestos humildes, de esfuerzos silenciosos y de una entrega diaria que pocas veces buscó reconocimiento, pero que dejó huellas profundas en quienes la rodearon. Con una manera valiente y generosa de mirar la vida, enseñó que la felicidad suele encontrarse en las cosas más simples: en una mesa compartida, en el cuidado de los suyos, en los pequeños detalles que convierten la rutina en recuerdos imborrables.
Fue Antonina una persona humilde y muy discreta. Procuraba pasar desapercibida. Nunca se consideró más que nadie, más bien al contrario, se infravaloraba, como que lo que ella hacía era muy normal y poco meritorio. Como buena ama de casa eficiente y perfeccionista, a la vez que madre de familia con cinco hijos, y de atender a las dos abuelas en la última etapa de sus vidas, le hizo estar en una actitud continua de servicio, de preocuparse por los demás a tiempo completo, de abnegación personal, olvidándose casi siempre de sus derechos o apetencias.
Mujer de fe profunda enseñó a sus hijos a respetar «al Dios que todo lo puede», como solía decir. La fe, sin grandes teologías, fue un pilar fundamental en su vida.
Descanse en paz.
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