El poeta que nos dedicaba servilletas, libros o periódicos
Germán Trugeda
Jueves, 27 de febrero 2025, 01:00
Se murió Ángel. No vamos a decir que era un hombre bueno, que es lo normal en estos casos, porque, más allá de que sea ... cierto y muy cierto, escribir cosas normales al lado de Ángel Sopeña no viene a cuento.
1. Besos. Siempre le saludaba con un «Ángel Sopeña, el mejor poeta del mundo». Hasta que un día él mismo me comentó: «Eso me lo decía siempre mi amigo Roberto Orallo, pero añadía: y él más cariñoso». Lo clavó Orallo, pensé entonces. Recordaremos los pinchazos de su bigote con nostalgia, quién nos lo iba a decir, porque no había vez que te lo encontraras, donde fuese y con quien fuese, y no te plantara un par de sonoros besos, siempre acompañados de frases amables.
2. Sajonia. Durante muchos años, la cafetería Sajonia y Ángel fueron inseparables; lo mismo daba una hora que otra, un día que otro. Café, agua con gas, gintonic, rabas, tostadas o tortilla, con o sin orden, solo se guiaba por lo que el cuerpo le pedía, más allá de la hora que fuera, o de lo que hiciera el resto de la gente. La amabilidad, paciencia y cariño de los camareros hacia él era infinita. Chema, Mariano y Juanjo merecerían ser nombrados en cualquier biografía que de él se hiciera. Allí nos dedicaba servilletas, libros o periódicos, cualquier soporte valía. Todos los que compartimos tiempo con él allí tenemos dedicatorias, versos inéditos, reflexiones y recuerdos manuscritos de su puño y letra. Para mí aquellas charlas fueron impagables, pues suponía conversar con una persona inteligente, sensible y divertida. Aprendí mucho, muchísimo, pero es que además no parábamos de reírnos; de hecho, la mayoría de las veces eran conversaciones inclasificables, surrealistas, en las que pasaba de la vida del padre de Vivaldi a historias de las monarquías rumanas, pasando por los zombies que toman café, Cervantes o el vuelo de las libélulas.
3. Palabras. Y aquí Ángel, como dicen ahora, era nivel Dios. Desde aquel 'Elegías y fragmentos', salido de la librería Puntal (gracias Gloria y Salcines), y que Ángel me dedicó cuando yo tenía catorce años, todo lo que escribía me deslumbraba. Tengo que reconocer que no entendía -no entiendo- mucho de lo que escribía, la mayor parte; pero, al mismo tiempo, me emociona, me encanta. Cada palabra de sus poemas es, cómo decirlo, exacta. Y leerlo en alto, un placer para quienes amamos, pues eso, las palabras.
Bueno, pues esto es lo que nos queda de Ángel, que no es poco: el recuerdo de una persona maravillosa, extraordinaria. Es hora, querido Ángel, de devolverte tantos besos, por eso se los quiero mandar hoy a Loles, a Pablo, a Miguel y a Mario.
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