Un polanquino que hizo de la generosidad un emblema de vida
El inesperado fallecimiento del traumatólogo Gabriel Argumosa (Rumoroso, 1956) ha producido un enorme impacto en Cantabria, por el prestigioso desarrollo de su profesión médica, también ... como fundador de la Cofradía de los Cocidos de Cantabria, y por su larga y prolífica divulgación en defensa y reivindicación de la gastronomía regional. Muchos han sido los elogios a esta labor los que se han vertido en diversos medios, pero quedaba por plasmar su imponente vertiente personal, que nos ha dejado una huella indeleble en cuantos tuvimos la suerte de disfrutar de su amistad. Fue Gabriel, en primer lugar, y sobre todo, un hombre hecho a sí mismo. En su Rumoroso natal vivió junto a sus padres, dedicados a la ganadería, con quienes el joven Gabriel colaboraba directamente en la explotación ganadera, alternándola con los estudios, primero como bachiller, y después como universitario.
Siempre tuvo muy a gala que todo lo que había conseguido se lo debía a tres de sus muchas virtudes: la seriedad, el tesón y un gran afán de superación. Así, combinando el trabajo ganadero con los estudios, ingresó en la Facultad de Medicina de Santander para cumplir una de sus ilusiones: ejercer la que consideraba la mejor profesión del mundo, licenciándose en 1979. Se especializó en Traumatología en el Hospital Marqués de Valdecilla, trabajando, primero, para el Hospital de Cruz Roja en Torrelavega, y después en el Servicio Cántabro de Salud, hasta que en 2002 decidió dedicarse por completo al ejercicio de la Medicina privada, abriendo una prestigiosa clínica en la ciudad del Besaya. Casado con Estela Echave, tuvieron un hijo, Marcos, y cuatro nietas, que eran su adoración.
Hombre reflexivo, nunca tomaba una decisión precipitada; cauto en los juicios y propicio siempre a aprender de los demás. Fue Gabriel un gran escuchador, clavando sus penetrantes ojos azules en su interlocutor hasta hacerle sentirle importante. No desparramaba inútilmente las palabras, por eso mismo sus opiniones siempre fueron escuchadas con respeto. Extremadamente generoso en tiempo y materia, gustaba de la buena mesa y, sobre todo, de las tertulias sobre mesa y mantel, aprendiendo. Sincero, jovial -siempre sonriente-, vivió con las manos abiertas. Ahora, en la casa del Padre, seguro que cocinará como solo él sabía hacerlo, un cocido montañés para los ángeles. Descanse en paz.
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