Elogio de las romerías
Hoy, el misterio místico de folclore y religión popular continúa brillando cada romería en el diálogo humanista y material, espiritual y profano
España posee un privilegiado patrimonio humanista que funde el arte con la costumbre, y éstos con la fe y la identidad cultural y social. Y ... las narraciones aldeanas de Manuel Llano, los relatos de Pereda por tierra y por mar, las descripciones de Amós de Escalante y la lírica de Concha Espina son realidad en este tercer milenio. En mi juventud, mozos y ancianos acudíamos a la misa solemne tras el volteo manual de las campanas. Con fervor, respeto y alegría, después de la misa mayor se acompañaba la procesión del santo patrón portado en andas por los hombres, el paso marcado por los piteros en Campoo y Toranzo y por los gaiteros en Lamasón y Peñarrubia, mientras los cohetes daban zambombazos en el aire y las chimeneas de las cocinas humeaban. Con ilusión, alegría y esfuerzo las escuelas de danza, letras y sastrería de los picayos han recuperado las tradiciones del folclore y la religiosidad popular, los mayores enseñando a los más jóvenes a danzar y cantar en torno al santo o la Virgen, mientras al son de las panderetas desgranan estrofas de sencillos versos centenarios. A continuación, el aperitivo de los vecinos, veraneantes y turistas en las cachaperas bajo la sombra de robles y hayas. Después, el almuerzo familiar en el salón, con tertulia a los postres. Seguían la siesta o partida de bolos, juegos infantiles y el partido de fútbol de solteros contra casados. Las ancianas rezaban por la tarde el rosario en la iglesia y el rumor unísono y sereno de sus plegarias se mezclaba con el aroma de incienso entreverado de humo de las velas. Al ocaso los jóvenes paseábamos hasta empezar por la noche la verbena: fiesta, amores y baile bajo las estrellas o empapados por la fina lluvia cantábrica, con la orquesta desgranando pasodobles y canciones del éxito del verano y unas bombillas iluminando con débil y vacilante luz la pradería entre los árboles.
Varios factores hicieron parecer que estas romerías veraniegas iban a morir, en primer lugar heridas por clérigos que, ultrajando el locus theologicus de la experiencia religiosa personal y colectiva, se empeñaron en silenciar la fe humilde hecha romerías por la gente sencilla de sus pueblos: fracasaron. En segundo lugar por la globalización; porque, si a finales del siglo pasado el folclore tradicional de las fiestas religiosas todavía no sufría la fealdad homogeneizadora de Internet, ya la televisión y los medios de comunicación mancillaban su belleza. En tercer lugar, por la secularización institucional, ataques laicistas de pseudointelectuales de salón que hoy sólo son rencor que no cabe en nuestra Constitución, la cual establece en su artículo dieciséis tanto la aconfesionalidad de España como la cooperación del Estado con la Iglesia católica en aras del bien común, dentro del orden público amparado por la ley.
Bien común del folclore costumbrista de la religiosidad popular, ambos humanismo cristiano, vínculo comunitario y memoria histórica del pueblo. Humanismo que trasciende lo espiritual al reforzar los lazos que hermanan a los vecinos en sus aldeas, muchas en la España vaciada, con quienes tornan a casa para la cita marcada en su calendario: la fiesta del santo patrón. Fe hecha convivencia y a su vez, respeto espiritual en el trato con la naturaleza. Si los romeros eran peregrinos a Roma, el caminar del pueblo tras el santo patrón entre peñas y bosques simboliza la fusión de hombre y naturaleza en valles como Campoo, Toranzo, Peñarrubia, Castro-Cillórigo o Lamasón, o de los pescadores en duelo eterno con la mar.
La naturaleza, templo abierto al infinito allende montañas y olas, es un espacio sagrado para las romerías con sus liturgias sacras y profanas que expresan la fe e identidad cultural del pueblo. Las flores y los vestidos tradicionales, las danzas y cantos de los picayos, el engalanamiento de la iglesia y del cementerio, los enjaezados carros, aperos y tudancas, la música del pitu, el tambor, las panderetas y las gaitas reverberada en las brañas, bosques y riscos, la aldea hermanada, todo es un espejo de la belleza de Dios. Ermitas y santuarios se suelen alzar en parajes sublimes y alejados, y la peregrinación de la romería, a veces costosa, conduce en su procesión lo creado al Creador. Quizá hoy el progreso y la globalización han afectado algo el misterio mítico de las antiguas romerías, cuando no había ni luz eléctrica, ni calles asfaltadas, ni teléfonos móviles, ni calefacción, ni Internet, ni tantos prodigios de la técnica que, por supuesto, bienvenidos sean. Pero, aún menoscabado el romanticismo del misterio mítico de las liturgias de antaño, hoy el misterio místico del folclore y religión popular continúa brillando cada romería en el diálogo humanista y material, espiritual y profano, ecológico y tecnológico, sagrado y profano del Creador con su creatura: la buena gente.
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