'La isla del tesoro', Joaquín Rucoba y el Plan General
«La planificación debe contribuir a proteger ese patrimonio, incluso el desconocido»
Para la magnífica 'Treasure Island' (1883) Robert Louis Stevenson, dos años antes de su publicación, dibujó personalmente el mapa del tesoro para entretener a su ... hijastro en una lluviosa tarde familiar escocesa. El mapa fue referente del relato para alcanzar tanto la meta última (el tesoro oculto) como la escala intermedia: el conocimiento de la isla, el hallazgo del camino por esa 'terra incognita' indiscutible donde dos bandos se enfrentaron en una de las grandísimas aventuras de la literatura universal.
Santander tiene su propio plano donde toda la ciudad queda al descubierto. La cartografía ha hecho que no quepa ya el desconocimiento de parte alguna del municipio. Asimismo, la ortofotografía aérea, mediante aplicaciones que pueden consultarse en el móvil, permite no solo ver el plano sino ver también la imagen real de la ciudad.
Disponer de plano, mapa u ortofotografía, sin embargo, no consigue que quienes no desean conocer un lugar se acerquen a él, siquiera con herramientas como esas. Hoy en día, lo ignoto de una ciudad para sus propios habitantes lo es solo porque hay una voluntad expresa que los aleja de espacios indeseados o, como poco, identificados como de conocimiento no necesario. No opera siquiera una mínima curiosidad inocente que lleve a un esfuerzo de indagación sobre qué es lo que esos retazos de la ciudad desconocida podrían ofrecer, sea lo que sea.
Los planos urbanos, además, carecen de aspas (preferentemente de color rojo, como la del mapa de Stevenson) que señalen el objetivo a desvelar. Podrían ser muchas las aspas marcando escenas inéditas para la población santanderina. Quienes accedieran a esos lugares asistirían, probablemente perplejos, a la variedad espacial, arquitectónica, ambiental y escenográfica que Santander puede ofrecer (y, de hecho, ofrece) a quien quiere conocerla. Tan solo hay que querer resolver esas incógnitas urbanas.
Son muchos los espacios de la ciudad abiertos a su descubrimiento y entre ellos está la zona del Prado de San Roque (Entre Huertas), donde existen singularidades tan exclusivas de Santander como las numerosas calles cuyo trazado, transversal respecto al eje principal de la ciudad y, por tanto, siguiendo las líneas de pendiente entre el antiguo paseo de la Alta (ahora, de Altamira) y el paseo de Pereda, al borde de la bahía, presentan una inclinación tan notable que su recorrido se produce, de forma prioritaria y dominante, mediante peldaños. Calles que son escaleras.
Las calles África y Salvador Hedilla (notable aviador llegado a Santander un 4 de mayo de 1914 en su monoplano 'Vendôme' para iniciar su afamada carrera aeronáutica) son dos de esos mundos escalonados que abrigan edificaciones merecedoras de ser (re)conocidas por la población. Ambas nacen en la calle San Celedonio (antes calle San Roque) a la que se abre, igualmente, un edificio poco visto en la calle Tantín 5-7 que ha sido posible documentar en el Archivo Municipal como obra de uno de los grandes arquitectos del cambio de siglo anterior: Joaquín de Rucoba. Un arquitecto laredano de renombre nacional que fue técnico municipal en Málaga, donde firmó el mercado de Atarazanas (1879, declarado Bien de Interés Cultural), pero que también fue autor del Teatro Arriaga de Bilbao (1890) y, en Santander, de la iglesia de las Salesas Reales (1898), hasta este momento la única obra a él atribuida en la ciudad.
Quitar el velo que cubre estas zonas incógnitas de Santander, adentrarse en el corazón de sus barrios ubicados en esa línea posterior al atractivo frente marítimo ocupado por sus dos conjuntos histórico-artísticos, disfrutar de espacios con esa vitalidad urbana debida a su abigarramiento y a su latir cívicos, son también actos de reconocimiento a una ciudad cuya alma está extendida por toda ella, pues no pertenece tan solo a lo que más pueda enorgullecerla sino que palpita gracias al valor de su conjunto y a un espíritu latente más allá de la condición estética de un edificio o del orden que pueda mostrar un trazado urbano.
La ciudad lo es todo, lo ordenado y armonioso y lo indómito y desordenado. Cada rasgo aporta identidad y, sobre todo, caracteriza espacios dotándolos de una personalidad propia merecedora de ser conocida y de poder mostrar su atractivo, sea cual sea.
La planificación debe contribuir a proteger ese patrimonio, incluso el desconocido, porque este edificio de Rucoba no solo no está protegido por el vigente Plan General sino que casi se intuye su desaparición pues, aun sabiendo ya quién fue su autor, la modificación redactada hace dos años para protegerlo (a él y a casi a otros trescientos más) no parece que, por ahora, vaya a ser tramitada…
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.