Fondo de armario del escritor
El fondo de armario del escritor se trasluce en sus escritos. Quienes no tienen fondo de armario porque poco han leído y nada han asimilado ... están de enhorabuena. La fórmula filosofal se ofrece al alcance de su mano como flor del paraíso. ¡Eureka, los escribidores han descubierto que la inteligencia artificial (IA) puede escribir por ellos los artículos que ellos no pueden escribir por sí solos, estrujándose el cerebelo! Explican a la IA –que así se abrevia la tal– sobre qué quieren escribir y a la velocidad del rayo la ayudante electrónica, que no tiene rostro, ni melena al viento, ni manos con uñas de porcelana, ni hombros dorados ni senos turgentes, pero que almacena en su seno digital toda la sabiduría del mundo en un santiamén, excreta un texto que sería perfecto si tuviera alma, corazón y vida, mala leche, retranca y bilis, hiel y miel, aliento humano, en suma.
Con el borrón obtenido, sin más aquel que el corta y pega, el escribidor no tiene más que redondear el tramposo producto mecánicamente obtenido, perfecto sin perfección, armónico sin armonía, genial sin genialidad, ajustándolo a su presunto propio estilo, el estilo que nadie mejor que él (o ella) sabe que no tiene, que nunca podrá tener, porque el estilo es uno, uno es el estilo. Tratar de dar el pego con la IA vale para los tontos del bote, pero no para los sabios. «Bienaventurados mis imitadores porque suyos serán mis defectos» es aforismo que tanto se atribuye a Quevedo, como a Benavente o a Borges.
La IA nunca dirá de Quevedo que tenía la casa más solariega, porque falta de tejado daba en ella el sol a todas horas, ni la malaleche aquella de que en Castilla las mujeres aran los campos con maridos, cogiéndolos por las piernas y dándoles la vuelta. Que entre cabrones literarios anda el juego de los clásicos, con permiso de la IA.
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