Con el mar ya en el seudónimo
Pintar lo impintable. Por intentarlo que no quede. Marnay —que lleva el mar ya en el seudónimo— aspira a pintar la incorpórea forma olorosa del ... mar. El olor de la mar. Más aún: la fragancia marina del mar, el olor a mar del mar. El olor a mar de cuando el mar se retira y deja de mar impregnada la húmeda playa. El olor a mar de la arena que orna con diademas de oro el azul de las olas revolconas.
El olor a mar de la soleada playa, que no es el olor a mar de la umbría escollera o la roca percebera. El olor a mar abierta de la altamar, que no es el olor a mar dormida de la mar bella. El olor a mar del pescador, que no es el olor a mar del pescadero. El olor a mar de la pescadora que eviscera los jureles con los dedos. El olor a mar del que va al bacalao, que no es el olor de mar del que va a chirlas por las musgosas quebrantas. El olor a mar de los bañistas tras su ser en el mar del baño. El olor a mar que unos se quitan en la ducha y otros conservan todo el día en la piel, lo comparten en el bus, lo exhiben en las terrazas o lo pasean gozosamente por la ciudad con salino rebozo.
Sal, yodo, brisa, sol, quemazón....En el catálogo de su exposición en el Museo Marítimo del Cantábrico, abierta hasta septiembre, Marnay fija en nueve líricos mandamientoss su intención plástica: «Trato de cabalgar la ola, / y en tu orilla / varar. / Allí, sentir tu cadencia / contemplar tu llegada / y ver cómo te vas. / Oler tu aroma / escuchar tu ritmo / y pintar». En definitiva: pintar cual vive, ebrio de bar, al ritmo que ante el soporte marca a su pincel el mar.
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