Mico al pasiego
Sabiduría pasiega: «¡Y a mí, que me echen micos!». La frase ha caído en desuso, porque lo que no se escribe pasto del olvido es. ... Todo pasiego llega a Madrid con mañas propias. La vida le ha enseñado cuanto sabe. Que no es poco. Cuanto encuentra al paso lo interioriza. Y, una vez «craneado», lo acomoda a su particular manera de entender la vida, nutriendo la «filosofía pasiega». Que clama por alguien que le de cobijo en los libros.
A título de ejemplo, valga el aforismo que Leoncio Suárez, maestro de Vega de Pas, recoge en su entorno y lo transmite a la redacción de 'El Cantábrico'. Clarinazo de aviso: el periódico lo transcribe en la edición del tres de marzo de 1905. Así: «Y por si no lo has oído referir, voy, lector, a contarte el caso, tal y como me lo transmitieron. Fue un zagalón pasiego a servir en la Corte, en casa de otro que tenía un puesto de vacas. Encargó el último al primero que, al pasar por cierta calle, tuviera cuidado con que no se le plantase encima un mico que en la misma había.
Efectivamente, al pasar nuestro conterráneo por la calle citada se vino sobre él el mico; pero en tan mala hora que fue la última de su vida, pues el hijo de Pas le sacudió tal garrotazo en la cabeza, que puso fin a la serie de sus acometidas... «¡Y a mí, que me echen micos!», fue la respuesta que dio a su amo, cuando al volver a casa, le preguntó éste qué tal se había visto con el cuadrúmano».
De donde se deduce ser arraigada costumbre pasiega resolver los asuntos más espinosos enarbolando contra quien los provoca su justiciera vara de arrear las vacas.
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