El final de la palmera canaria
Deben reaccionar las administraciones con premura, deben apoyarse en los expertos y organizar un protocolo riguroso y serio
Oscilando entre el miedo a la repetición y al tedio y la conciencia del riesgo de una importante pérdida patrimonial e histórica, me costaba decidirme ... a escribir estas líneas sobre esa epidemia que mata a nuestras palmeras. La contemplación diaria del territorio urbano y rural con la tremenda certeza de que quedan pocas oportunidades para evitar que desaparezcan las palmeras canarias de Cantabria me decide a escribir quizás las últimas líneas al respecto, si bien debo admitir cierto recelo, desánimo y pesimismo. Lo cierto es que hay lugares en la provincia en las que ya no se ven ejemplares vivos. Las que fueron elegantes palmeras que escribieron la página indiana de nuestra historia y adornaron nuestros paisajes, se deshacen como un olvidado castillo infantil de arena en una playa castigada por el sol.
Hace apenas 10 meses avisábamos, de la mano de los expertos, de que el picudo rojo, ese escarabajo devorador, había llegado al territorio y de que, en algunas zonas sobre todo en las costeras se merendaba sus suculentos troncos. Señalábamos que, como otras epidemias, podía frenarse con tratamientos protocolizados en manos de profesionales. La actuación debía ser total y global, siendo necesario tratar tanto las palmeras públicas como las de propiedad privada pues todas al verse afectadas se contaminan entre sí. El modo de hacerlo debía diseñarse desde los ayuntamientos y desde la administración, pero urgía información, organización y rapidez en la respuesta.
Por desgracia, no ha sido así. Algunos ayuntamientos actuaron, pero de forma desorganizada, y entre los propietarios privados hubo quienes comprendieron la situación y trataron sus ejemplares, mientras que otros, al no saber lo que ocurría porque nadie se lo explicó, no hicieron nada. Cientos de palmeras desangeladas, muertas y actuales focos infecciosos se mantienen en pie en todos los lugares, algunas han perdido las palmas y solo se conserva el tronco, reservorio de escarabajos que buscarán palmeras cercanas para continuar el desastre.
En Santander, en el Sardinero se cuentan alrededor de tres decenas de palmeras infectadas y agonizantes, públicas y privadas, que continúan contaminando. Palmeras muertas en edificios señeros como la Quinta Labbat o la iglesia de los Redentoristas y también en jardines públicos y privados. En el parque tecnológico de Santander, en el entorno de la Consejería de Desarrollo Rural varias palmeras infectadas languidecen, y mantienen el ciclo infeccioso.
Las comarcas de interior en los valles del Pas, Besaya, Nansa y Saja han sido devastadas, y en Torrelavega, Iguña, Bezana, Cayón, Penagos, Piélagos, Toranzo, o Buelna cuesta ver una palmera sana. Ambos tramos litorales sufren asimismo los efectos del depredador, hacia el este con Ajo, Isla, Noja, Somo, Santoña, Laredo, Castro Urdiales y las márgenes del río Asón; al oeste la amenaza ha llegado a Suances, Santillana, Comillas, Cabezón de la Sal y San Vicente de la Barquera.
El panorama es desolador. Lugares fieles a la Historia, como la casa del escritor José María de Pereda en Polanco, la casa solar del marqués de Comillas, la iglesia de la Asunción en Torrelavega o la casona de Bustamante en Renedo de Piélagos, han perdido esas palmas con protagonismo patrimonial e histórico. Incluso la Granja Escuela de Heras, Centro Integrado de Formación Profesional con excelencia en el sector agroalimentario y en donde se forman nuevos técnicos en jardinería, ve morir sus palmeras. Cientos de ejemplares contaminados jalonan los caminos y entristecen nuestros pueblos, contaminando a los ejemplares supervivientes que, gracias al esfuerzo de sus propietarios, todavía mantienen sus copas de palmas verdes y vigorosas apuntando al cielo. Este es el caso del jardín del Palacio de Ocharán en Castro Urdiales que conserva en estado de revista alrededor de 130 palmeras tratadas, una isla entre palmeras languidecientes; o el jardín del balneario de Puente Viesgo que mantiene un pequeño palmeral verde rodeado de olvido.
Es probablemente la última oportunidad. El Sardinero con su imagen palmeril y árboles centenarios en Reina Victoria, la península de la Magdalena, la plaza de Italia, Piquío, el Alto de Miranda, el parque de Mesones y sus alrededores del Racing o la finca de las Pérez en Mataleñas, perderán ese sabor y esa imagen balnearia.
Es necesario actuar con urgencia, no habrá nuevos tiempos, detener esta extinción depende de nosotros. Deben reaccionar las administraciones con premura, deben apoyarse en los expertos y organizar un protocolo riguroso y serio, se debe informar a los propietarios y proponer alternativas de actuación. Se han perdido muchas palmeras, y con ellas parte de nuestra historia indiana. A este ritmo se perderán todas y lo peor es que sucede ante la indiferencia. Estas líneas se escriben cuando aún estamos a tiempo de salvar las que quedan.
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