Alfonso Ussía, en el Valle de los Laureles
Calixto Alonso del Pozo
Viernes, 5 de diciembre 2025, 14:14
Se ha ido demasiado pronto para los que le querían. Y lo ha hecho atado a la columna, como tantas veces repetía, de su oficio ... de articulista y escritor.
Hacía ya unas semanas que venía enviando mensajes en morse a sus lectores del Debate. Citaba a sus médicos, mencionaba a sus amigos e incluso se disculpaba hace apenas unos días al comenzar una columna… «Hoy me duele todo y no tengo ganas de escribir».
Hasta el final ha cumplido su compromiso con su periódico, sobreponiéndose a la enfermedad sin quejas ni lamentaciones.
Tocado por Savile Row, conservó su finísimo humor anglogaditano e íntegra su ironía. Y agigantó su humanidad derrochando un genoma básico que configura al hombre, y que lo es el rasgo de su amabilidad.
Tras saberse enfermo tomó si cabe más conciencia de sí mismo, siendo aún más amable en un propósito mayor que lo abarcó y que fue el de servir a su familia y a los demás. Sonreía a sus vecinos y a quienes a él se acercaban, y abrazaba a todos sus próximos.
Fue afortunado en esto último. Tuvo magníficos amigos, incondicionales. Ellos saben quiénes son. Los convocaba y frecuentaba de continuo. Ya instalado en Ruiloba era esperado en Comillas, Mazcuerras, Ruente o Cosgaya. Les regaló su palabra, su gracia oceánica y su melancolía, puesto que su chispa de poeta buscó y encontró la belleza en esas compañías.
Alfonso Ussía fue intenso y valiente. Sus escritos le procuraron éxito y muy serios disgustos, puesto que siempre pensó por su cuenta. Látigo de pedantes, fatuos y presuntuosos de toda clase, su derroche de rimas fue parejo a la defensa de sus ideales, defendidos con ternura y humor mordaz a partes iguales.
Algunas de las empresas a las que sirvió con toda lealtad y empeño no se comportaron con él a la altura debida cuando sucedieron los desencuentros y las rescisiones. Nunca se preocupó como debía de formalizar acuerdos de trabajo y ello le procuró dolorosas decepciones.
Pero de todo se levantó. Pilar Hornedo le regaló amor y comprensión sin límites, acompañada de sus hijos y de sus nietos. Hace unas semanas escribió una suerte de alternativa parnasiana a su hijo Alfonso, quien ya ha demostrado ser heredero de los principios y de la raza de articulista de su padre.
Madrileño en ejercicio, con indisimulada nostalgia del San Sebastián de su niñez y de su juventud. Se dolía como pocos del supremacismo nacionalista, que no aprobaba ni aceptaba, y lo combatió arrostrando los riesgos de aquellos años ya pasados y que sus cercanos tan bien conocieron, «aquí estamos para lo que gustéis matar, hijos de p**a»… Así remató un artículo antes de que le obligasen a llevar escolta.
Y se hizo montañés por derecho, tal y como le gustaba proclamarse. Se cobijó en su valle de los laureles y sin ruido y por su gusto ha sido uno de los grandes voceros de nuestra tierra, de su gente, de los bolos… Algo se le debe por todo ello y no estaría de más reconocérselo.
Que sus amigos se refugien en su recuerdo y que le lloren sus lágrimas más sentidas, puesto que deja un profundo sentimiento de ausencia.
Con la misma emoción del primer saludo, hoy te despido con la esperanza de que ocupes el sitio que tu grandeza merece.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión