Calma, que ya hay alarma
No quisimos alarma social mientras el virus era más controlable y ahora declaramos alarma oficial cuando lo es menos. Siga los consejos: mejor tarde que nunca
El pasado jueves, a primerísima hora de la mañana, crucé una apuesta con la más joven de mis hijas. Solemos retarnos como una ... gimnasia de prognosis: aprender a comprometerse con una predicción, pero basada en estimación de probabilidades y no en meros caprichos. Mi augurio fue que las clases serían suspendidas a partir del lunes y por dos semanas. Diez horas después ya había ganado la apuesta (sin mucho mérito, lo admito). La conciencia de las autoridades tiene una curva muy parecida a la del virus: al principio la línea de reacción es casi plana y, de pronto, sube en vertical. Así hemos pasado en cuatro días de no crear alarma social a declarar alarma oficial.
Mientras empleaba el pasado fin de semana en recorrer los libros de Teresa Cobo sobre la obra del túnel de la Engaña y de José Ignacio Flor sobre cómo cambiar la educación sin cambiar las leyes, veía con cierta estupefacción cómo el afamado portavoz de la crisis decía que, si su hijo le preguntase sobre ir o no ir a la manifestación del 8-M el domingo, le respondería que hiciera lo que quisiera. Hombre, pensaba uno, para hacer lo que nos dé la gana no necesitamos ni coordinadores ni portavoces ni autoridades. ¿De qué servía que unos cuantos se quedasen en casa oponiéndome probabilísticamente al fantasma del coronavirus, si miles de personas se disponían a intercambiar vapores en concentraciones multitudinarias? El sentido que ello pudiera tener en una estrategia epidemiológica («de contención», nada menos) se me escapaba por completo. ¿A cuánta gente, podemos preguntarnos hoy, habrá contagiado la ministra Montero por no quedarse en casita y por hacer, como el señor Simón aconsejaba a su hijo, «lo que quiera»? Pregunta periodística sin respuesta posible, pero tampoco la necesita; basta con que sea una pregunta no disparatada.
De golpe, el Gobierno pasó a hablar de gran crisis nacional. Pero El Diario Montañés mostraba este mismo martes la fotografía de veinte pasajeros procedentes del vuelo de Milán de la tarde anterior. Unos con mascarillas, otros sin ellas... Lombardía al borde del colapso y Santander (entre otras ciudades) recibiendo gente de Lombardía como si tal cosa. Muy proactivo no parece, o viene mal en el diccionario la definición de proactivo: «...anticipándose a los acontecimientos». Alegan los responsables que no tuvieron datos muy malos hasta el domingo por la tarde. Pues nada, enhorabuena por los mecanismos de prevención y por la capacidad de anticipación, qué más se puede decir. Ahora la «contención» es el auto-arresto domiciliario.
Tampoco entendí la clausura de mi antiguo colegio mayor, el San Ignacio de Loyola, al suspenderse las clases en las universidades madrileñas. Los colegiales del Loyola son de fuera de Madrid; si cierras el colegio los redistribuyes por toda España desde uno de los principales focos de coronavirus, la comunidad capitalina. Otros colegios universitarios han sido más razonables, pero en general ha habido mucha desbandada estudiantil, poniendo en riesgo alto a zonas que registraban menos impacto del contagio. Sólo del Loyola, una gota en el océano del alumnado madrileño de educación superior, 200 jóvenes han huido al resto de España, sin saber si estaban infectados o no. ¿Era esto razonable?
Las mocedades de la corte, pues, han corrido a provincias a jugar a la ruleta china. Magnífico ejemplo que se habrá de estudiar el día de mañana en las facultades de Medicina, de Biología y de Psicología, quizá incluso la de Veterinaria. Lo lógico es que las universidades, al tiempo que cerraban, hubiesen recomendado a sus alumnos una cierta reclusión.
Otro signo disruptivo fue la fiebre de compras en los híper. Los ciudadanos no se fiaban de las autoridades. Si todo está bajo razonable control y se aseguran los suministros, ¿para qué te ibas a comprar doce botes de champú y otras doce bolsas de merluza congelada de El Cabo? Se ha vendido papel higiénico como si la pandemia de coronavirus no fuera respiratoria, sino intestinal. Y es que, finalmente, por una de las paradojas que forman la esencia misma de la comunicación humana, el poder produce el pánico que trata de evitar. Tanto decir que no pasa nada y que estamos en fase de no sé qué, cuando se avisa súbitamente de fenómenos de más escala se provoca la alarma. Pues no se alarma el atento, sino el desprevenido. En el Centro Hospitalario Padre Menni, de Santander, reforzaron las medidas más allá de las oficiales, ya que cuidan pacientes con muchas patologías y, por tanto, vulnerables. Ejemplo de prevención que las familias han agradecido y que muestra que se podían hacer más cosas sin incurrir en sobreactuación.
Usted habrá visto alguna vez esos pequeños souvenirs del Reino Unido (tazas, magnéticos, camisetas) con el eslogan que condensa la tradicional flema británica: 'Mantenga la calma y siga adelante' (Keep calm and carry on). El profesor Giovanni Bruni ha parodiado esta frase como 'Mantenga la calma y póngase enfermo' (Keep calm and get sick), al recoger en Twitter una foto de asistencia masiva de ingleses a una carrera hípica. Nuestras autoridades nos han permitido ir a muchos hipódromos en las últimas dos semanas, incluidos los escolares. No querían alarmar. Pero el alarmarse es un rasgo entre cognitivo y emocional que ha sido seleccionado por la evolución de la humanidad. Algún provecho tendrá para no haber provocado la extinción de quienes lo experimentan. El alarmarse, a veces, es bueno: ante un incendio, un accidente inminente, unos síntomas de infarto, un jabalí atacante... Nuestro sistema nervioso es en sí mismo un sofisticado sistema de alarmas.
No hemos querido alarma social mientras el virus era más controlable y ahora declaramos alarma oficial cuando lo es menos. Antes tenía usted que estar tranquilo porque no había alarma; ahora, porque la hay. Calma, que ya hay alarma. Mi consejo es que obedezca el aislamiento indicado, porque es mejor tarde que nunca. Sea usted responsable con las personas en riesgo y ayude a los profesionales sanitarios.
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