El peor modelo para Cantabria
Es un suicidio ahondar en el turismo de tercera vivienda, por empobrecedor, irrespetuoso e insostenible
En Cantabria no se ha diseñado una estrategia propia de desarrollo partiendo de un análisis de nuestras potencialidades y contexto, con un debate democrático que ... enriqueciera y generara consensos de hacia dónde queremos ir. No, eso requeriría conocimiento de nuestra realidad, participación social, transparencia política, pensamiento en el medio y largo plazo...
Aquí, el plan es que no haya plan. Ni territorial ni económico ni social... Y en ese «río revuelto» es donde, a base de pelotazos, ganan determinados «pescadores». Por eso hablamos de modelo impuesto, porque no ha interesado nunca un auténtico debate público al respecto y los distintos gobiernos se limitan a matizar el rumbo marcado por los de siempre para enriquecerse con lo de todos. Sobre eso, improvisan hasta donde les dejemos: ayer fracking y Campus Comillas, hoy otra vez ladrillo y polígonos vacíos, mañana eólicos y superpuertos deportivos. Están en 2025 desarticulando los últimos concejos abiertos, sin desarrollar la ley de comarcas aprobada el pasado siglo, echando otra vez al cajón el plan de ordenación territorial, que es la base sobre la que se sustenta todo en una sociedad avanzada.
Nuestro estatuto de autonomía establece que Cantabria tiene competencia exclusiva en ordenación del territorio, urbanismo, vivienda, agricultura, ganadería, pesca, industrias agroalimentarias, patrimonio, cultura, comercio interior, turismo, industria, etc. Pero sus gobernantes actúan como incompetentes, poniéndose de perfil para que pase arrasando hasta el fondo el mercado, responsabilizando a otros ámbitos, derivando al caciquil reparto de favores desde los ayuntamientos, como hacen la ley del suelo o el decreto de apartamentos turísticos. ¿Se presentaron a gobernar nuestra comunidad o a hacer dejación contra ella?
Cantabria tiene una gran tradición agroganadera y el deber estratégico de garantizar su soberanía alimentaria, pero estamos sellando con hormigón nuestros mejores suelos. Cada vez producimos menos lo que necesitamos, importando lo importante. La industria no para de perder peso en el PIB y el empleo, en favor de un modelo turistificador basado en la temporalidad y la precariedad, con salarios que no alcanzan el alza de la vivienda o los bienes de consumo. Una apuesta que nos empobrece en todos los sentidos y nos hace dependientes de una actividad económica extremadamente frágil.
Cuando los problemas que acarrea este modelo de (sub)desarrollo se ponen de manifiesto, la clase política ofrece soluciones falsas que ya hemos visto fracasar: nos vende el consejero que para acceder a la vivienda «hay que construir mucho, muchísimo». Pero es allí donde más se construyó en la anterior burbuja, donde más difícil resulta adquirir una casa o alquilar para todo el año, porque la población local precarizada no puede competir con la que adquiere vivienda vacacional, ni con los fondos de inversión a los que la desregulación invita a especular con nuestro futuro. Se confirma que no quieren aprender nada de las crisis recientes, ni de la inmobiliaria ni de la sanitaria, y nos llevan otra vez a tropezar con ese ladrillo.
El turismo debiera ser complemento de una economía productiva y no un altar ante el que sacrificamos todo, convirtiéndonos en figurantes de un parque temático. Debiéramos acoger visitantes que apreciaran nuestro patrimonio natural y cultural, contribuyendo a su conservación, en lugar de destruirlo. La actividad económica tiene que servir para mejorar nuestra calidad de vida, no para degradarla. Pero eso requiere estrategia y regulación, gobernantes que valoren lo nuestro y ejerzan las competencias que la legislación vigente les encomienda para protegerlo.
La carencia de un modelo propio ha colocado a Cantabria sobre el peor de los escenarios, el que no ha podido desarrollarse en otros territorios donde sí ha habido normativa, basado en el turismo de tercera (porque ya tenían otra en el Mediterráneo) o quincuagésima vivienda (porque compran para especular con ella). Se construyen urbanizaciones repetitivas incluso más grandes que la propia localidad, con cientos de sentencias de ilegalidad que el resto tenemos que indemnizar. Han hecho propietarios a los turistas, con poblaciones que no se reconocen, expulsan a sus vecinos y pasan de fantasmales a multiplicarse en determinados periodos, sin recaudación para sostener servicios públicos proporcionales, ni suelo disponible para las dotaciones necesarias. Solo falta que ahora derive hacia el turismo de borrachera y despedida de soltero, para pasar de «la Ibiza del norte» al «Magaluf del norte», pero ya tenemos más porcentaje de vivienda esporádica que ellos.
Han impuesto en nuestra tierra el modelo más empobrecedor, irrespetuoso e insostenible; el más difícil de acotar, organizar y compensar. Y pretenden ahondar en él. Más nos vale movilizarnos para cuestionarlo, impugnarlo y cambiar de rumbo, porque Cantabria es finita.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión