No hay como volver al colegio de la infancia para comprobar cómo empiezan a curtirse los aún tiernos cerebros de las generaciones venideras, aquellas que, ... con el permiso de los enredos del ministro de turno, deberán sostener nuestras pensiones, a ser posible mucho antes de que cumplamos los 75 años. El olor del aula, la autoridad benévola y complaciente del maestro, el murmullo en el patio, la ingenuidad como tesoro de los alumnos... Pasan los años, pero hay cosas que no cambian, afortunadamente. Así que con este placentero entorno y ante un selecto auditorio de veinticuatro escolares de entre seis y siete años y una maestra vocacional, empeñada en despertar la curiosidad de sus alumnos, fue más satisfactorio de lo previsto trasladar los pros y contras del oficio al que uno se dedica.
Que prestaran tanta atención es un misterio. Quizá el proyecto del noticiario escolar que han creado en su aula fue una ayuda. Y también la curiosidad que les despertaban las portadas del volcán de La Palma. Aquí hay cantera, pensé. Y aunque quién sabe si alguno, dentro de unos años, acaba siendo del gremio, no fue ni mucho menos la profesión más demandada entre ellos. En el aula había otra que despertaba un mayor interés entre los chavales: veterinario. Muy bonito eso de ser 'contador de historias', pero aquí nosotros queremos ser de mayores veterinarios, debieron pensar al oírme. Y como los niños dicen lo que piensan, tampoco fue de extrañar que en el interrogatorio final, además de las preguntas habituales de por qué o en qué momento uno elige la profesión que elige, alguno de los indecisos se saltara el guion y fuera directamente al grano: «¿Cuánto se cobra?». Entonces hablé de la vocación, de la importancia de la formación, del estudiar lo que te gusta... Bla, bla, bla porque en el fondo sabemos que en las respuestas -con cifras- a este tipo de preguntas está la clave del porqué hay oficios sin cubrir por falta de personal en una sociedad cada vez más formada.
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