Del barrio al McDonald's: la lenta agonía de los mercados
Sustituir la autenticidad de los mercados por franquicias idénticas de norte a sur del país, no es progreso
Los mercados son mucho más que un espacio de compraventa. Son lugares de encuentro, de vida de barrio, de intercambio humano y cultural. Son memoria ... viva de nuestra ciudad, un reflejo de nuestra identidad y de nuestra forma de convivir. En Santander, los mercados han sido históricamente el corazón de muchos barrios: puntos donde la vecina de toda la vida conoce a quien le corta el pescado, donde los jóvenes descubren sabores de la tierra, donde se da vida al pequeño comercio y se sostiene a las familias que lo levantan día a día.
Sin embargo, en los últimos años estamos asistiendo a un proceso de deterioro y abandono de estos espacios que no es casual ni inevitable: tiene responsables con nombres y apellidos. El Partido Popular y la alcaldesa, Gema Igual, han tomado la senda de dejar morir los mercados municipales para abrir la puerta a grandes cadenas comerciales que nada tienen que ver con la esencia de Santander.
Los ejemplos más recientes son dolorosamente ilustrativos. En el Mercado de México, la instalación de un Mercadona ha supuesto la puntilla para el pequeño comercio que resistía. El espacio que debería ser motor de vida comunitaria se ha convertido en un supermercado más, idéntico a los que podemos encontrar en cualquier ciudad del país, borrando de un plumazo la singularidad que nos hace diferentes.
Lo mismo ocurre con el Mercado de Puertochico, donde la apertura de un McDonald's simboliza la sustitución de lo local por lo global, de la tradición por la uniformidad. Un espacio con historia y con identidad, que podría haberse revitalizado apoyando a los productores locales, se entrega ahora a la lógica del fast food.
El problema no es solo la pérdida de puestos de trabajo en el pequeño comercio, ni siquiera la merma económica para los autónomos y familias que dependían de estos mercados. El problema es que el Ayuntamiento está permitiendo —y en muchos casos, promoviendo— una auténtica mutilación de la identidad de Santander. Lo que desaparece no se recupera. Lo que se sustituye por un modelo uniforme nos hace más pobres cultural y socialmente. Y no se trata de una fatalidad inevitable. Hay modelos alternativos, hay ejemplos en otras ciudades de España que han sabido recuperar sus mercados como espacios modernos, sostenibles y atractivos sin perder su esencia. Ahí están los casos del Mercado de San Miguel en Madrid, y el de La Boquería en Barcelona. Ciudades que han sabido ver en sus mercados no un problema, sino una oportunidad para generar empleo, atraer turismo de calidad y reforzar la vida de barrio.
¿Por qué en Santander no? Porque falta voluntad política. Porque el PP gobierna pensando en lo inmediato, en la foto fácil y en contentar a las grandes cadenas, y no en proteger el patrimonio vivo que son nuestros mercados. Lo fácil y rápido es entregar estos espacios a quienes tienen músculo económico y capacidad de pagar un alquiler elevado. Lo difícil, pero también lo necesario, es apostar por un proyecto de ciudad que ponga por delante a los pequeños comerciantes, a la producción local, a la cultura gastronómica propia y a la convivencia vecinal.
La responsabilidad de la alcaldesa, Gema Igual, es enorme. Ella no solo permite esta transformación, sino que la justifica como si fuera progreso. Pero el progreso no puede significar perder lo que nos hace únicos. No puede ser sustituir la autenticidad de los mercados por franquicias idénticas de norte a sur del país. Eso no es progreso: es decadencia y pérdida de identidad.
El PP tiene un modelo de ciudad que reduce Santander a un escaparate sin alma. Una ciudad que privatiza servicios, que entrega espacios públicos a intereses privados, que desprecia la memoria de sus barrios y que no entiende que el patrimonio no solo está en los edificios o en las playas, sino también en los espacios donde late la vida cotidiana.
Defender los mercados es defender una ciudad más justa, más inclusiva y más viva. Significa apostar por la economía circular, por los productos de kilómetro cero, por la sostenibilidad y por el empleo de calidad. Significa revitalizar barrios, ofrecer espacios de socialización y reforzar la cohesión social.
La ciudadanía de Santander merece un Ayuntamiento que entienda esta realidad y que actúe con valentía. Que mire hacia ciudades que han sabido transformar sus mercados en motores de modernidad sin renunciar a su esencia. Que escuche a comerciantes y vecinos antes que a las multinacionales. Que proteja lo que nos hace diferentes en lugar de entregar nuestra ciudad al monocultivo de las franquicias.
Estamos a tiempo de reaccionar, pero el tiempo corre en contra. Cada mercado que se entrega a una cadena es una parte de Santander que desaparece. Y recuperar lo perdido será mucho más difícil que conservar lo que aún tenemos.
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