Una mirada feliz
Todos conocemos el síndrome de Diógenes como trastorno de la conducta que conlleva aislamiento social y una acumulación compulsiva de cosas, generalmente basura. Este patrón ... de comportamiento toma su nombre de Diógenes de Sinope, el filósofo griego de la escuela cínica. Sin embargo, Diógenes de Sinope ni de lejos tenía síndrome de Diógenes. Más bien al contrario. El filósofo llevaba hasta el límite la autosuficiencia de su filosofía cínica; vivía en una tinaja y sólo poseía un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco. Se cuenta que un día vio a un niño beber agua con sus manos y decidió prescindir también del cuenco.
Los que gastamos en los viernes tenebrosos un montante económico precario, situado en una horquilla muy próxima a cero —no es racanería, es desinterés—, nos sentimos próximos ideológicamente al tal Diógenes. Una familia italiana ha creado una gran polémica en su país por vivir con sus tres hijos en una pequeña cabaña en el bosque sin agua ni luz. Y tan felices todos, tanto que les ofrecieron una vivienda nueva o reformar la suya y dijeron que 'niet', nanai, para ti.
Pero nadie quiere eso. Todos queremos alcanzar la felicidad, aunque sea momentánea, con la simple adquisición de vestimentas y aparataje. Nadie quiere convertirse en esos infraseres que, ante la visión de un regalo desenvuelto, adoptan una mueca tan forzada que los músculos de su cara suenan como una puerta vieja. Nadie quiere ser el típico infeliz que no comprende las costumbres sociales. A veces asciendo por la escalera mecánica de un centro comercial y mi mirada se cruza con la de alguien que desciende cargado de bolsas. Todos queremos ascender perfectamente inmóviles por una escalera mecánica con una mirada feliz.
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