Moscas y ELA
La mayor parte del día, mi perro y yo compartimos la misma habitación: él en su cama perruna y yo en mi butaca articulada. Al ... fondo, un gran ventanal comunica con el jardín, y por ahí se cuelan las moscas. Mi perro no suele moverse en todo el día, pero las moscas lo sacan de quicio: se revuelve en su cama y lanza bocados al aire para intentar atraparlas sin éxito. Yo, como enfermo de ELA sin apenas movilidad, tengo que soportar la paliza de estos insectos en la nariz, en los ojos, en las manos, y así todo el día, porque no puedo ahuyentarlas, lo que me recuerda que solo soy un tío vulnerable y dependiente, incapaz de vencer a un bicho tan insignificante.
El sábado pasado se celebró en Santander la cuarta edición de la marcha por la ELA, en el Día Mundial de la lucha contra esta enfermedad. Los enfermos y las asociaciones seguimos dando la tabarra con algo que nadie puede cuestionar: la financiación de una ley ya aprobada, la necesidad de que las ayudas lleguen a todos los enfermos, con independencia de la comunidad autónoma en la que vivan. Es duro ver morir a enfermos, cuyos recursos económicos no les permiten luchar contra una enfermedad terrible, o a otros sobrevivir en una situación precaria. La afluencia de público a la marcha y el apoyo de la ciudadanía es comprensible: cada año hay más de mil diagnosticados que pueden verse de golpe en una situación comprometida, si no tienen múltiples recursos. Cualquiera puede ser uno de ellos. Los enfermos no queremos ser la mosca cojonera de la sociedad, siempre con lo mismo, sólo queremos exigir que se cumpla la ley, porque, como se podía leer en las camisetas de la marcha: 'LA ELA NO ESPERA'.
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