Una noche en la ópera
No he sido educado en un mundo donde se aprecie el refinamiento de las grandes óperas: soy más de Extremoduro. Pero la semana pasada me ... atrajo la historia de la soprano Sabina Puértolas. En el Teatro Real se representaba 'La Traviata'. Su intérprete principal, Nadine Sierra, canceló su participación del día siguiente por enfermedad, y entonces llamaron a Sabina Puértolas para sustituirla. Sabina tenía apenas doce horas para ensayar, memorizar sus movimientos en escena, pruebas de maquillaje, peluquería, vestuario, mientras veía vídeos en YouTube de la obra. Me imagino el pánico aterrador que debió de sentir Sabina cuando salió a escena ante ese exigente público del Teatro Real. El caso es que la soprano hizo la interpretación de su vida y emocionó a todo dios recibiendo una gran ovación.
Después de ver esto, uno se plantea la utilidad de todos esos ensayos reales o mentales que hacemos ante cualquier perspectiva, por ridícula que sea, y que consumen nuestra energía y nuestro sistema nervioso, para que al final suceda justo aquello que no habíamos previsto. Rayarse la cabeza o confiar en que nuestra preparación, nuestra experiencia y nuestra intuición nos saquen de cualquier embolado. Sin marear tanto a la perdiz. Porque el exceso de planificación y el perfeccionismo ahogan el sentimiento, la espontaneidad, el genio. Y además acabas mal del tarro. Cuenta Jack Kerouac que escribió 'En el camino' en tres semanas, de corrido y sin correcciones, en un rollo de papel sin márgenes ni párrafos. Y si no eres Kerouac ni Sabina Puértolas no te vas a convertir en ellos por más vueltas que le des al tema.
La soprano tenía planificado un cómodo viaje familiar a Nueva York. Pero prefirió dar un salto al vacío. Un componente de audacia que nunca debería faltar. Y le salió bien.
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