Solo un sueño
El sueño de mi padre siempre fue comprar un piso a cada uno de sus tres hijos, tal y como su padre había hecho con ... él en aquellos tiempos pretéritos en que se compraban apartamentos como churros. Desde su modesto puesto en un mercado pensaba que, con trabajo duro, alcanzaría su objetivo más pronto que tarde, y ya ojeaba las zonas más propicias del negocio inmobiliario para estar preparado llegado el momento.
Pero sus ventas en el mercado bajaban por la competencia de las grandes superficies y el sueño se tornaba irrealizable. Así que decidió fiar sus anhelos a la Primitiva de manera automatizada y profesional. Era inútil querer convencerlo de que desistiera con cálculos probabilísticos. Él nunca perdía la esperanza. Daba ternura verlo escribir sus números, pasarlos a limpio, comprobarlos ilusionado en el Teletexto y vuelta a empezar. Pero, como decía Galeano: «ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, / por mucho que los nadies la llamen». Y mi padre no pudo cumplir su sueño.
La vivienda es un derecho fundamental y el Estado debe garantizar que todos podamos acceder a ella. No se rían. Porque el precio de la vivienda crece el doble que en la UE. Vemos cómo fondos buitre desalojan residencias de ancianos y a quien les da la gana, para exprimir beneficios. Se venden pisos por habitaciones que comprarán especuladores para mayor precariedad del mercado. Los jóvenes y no tan jóvenes viven en zulos en las afueras que apenas pueden pagar con sus sueldos de mierda, porque los precios están inflados por un negocio que se iba a regular solo. El viejo sueño de tantos se ve truncado por una legislación que ampara a los usureros.
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