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Detener la masacre

En su discurso ante la ONU, Felipe VI se centró en lo esencial, el imperativo moral y político de terminar con la matanza en Gaza

Viernes, 26 de septiembre 2025, 07:06

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La destrucción a sangre y fuego de Gaza con la pretensión de provocar un éxodo masivo de la población palestina sigue su curso implacable y muchas voces se han alzado en Europa y en el mundo condenando la matanza de los civiles, calificándola de «genocidio» con el dramatismo particular que, después de Auschwitz, tiene esa palabra en la conciencia histórica de los judíos.

Genocidios, desgraciadamente, ha habido muchos a lo largo de la historia pero el concepto jurídico de genocidio no ha sido definido como un delito de lesa humanidad sino en la modernidad contemporánea. El primer genocidio, considerado como tal por la comunidad internacional, fue la deportación forzosa del pueblo armenio entre 1915 y 1923 por parte del Gobierno del llamado Comité de Unión y Progreso (sic) durante los últimos años del Imperio Otomano. Esa deportación no fue sino una cobertura de las llamadas 'caravanas de la muerte', largas caminatas en las que murieron cientos de miles de armenios por el hambre, el clima extremo y la violencia. Los que llegaron a los lugares de reubicación fueron aniquilados. De los dos millones que había en la zona turca, millón y medio fueron exterminados.

El segundo genocidio de la contemporaneidad fue el Holocausto judío (1933-1945). Consistió en la persecución y el asesinato sistemático, casi de manera industrial, de aproximadamente seis millones de judíos europeos, organizado por el Gobierno nacional-socialista en Alemania durante esos años.

Ambos genocidios tienen sus circunstancias históricas y sus 'pseudojustificaciones ideológicas' pero son subsumibles en la definición establecida en la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948, tras el conocimiento de los horrendos crímenes ejecutados en los campos de la muerte: «Todos aquellos actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Estos actos pueden incluir la matanza de miembros del grupo, la lesión grave a su integridad física o mental o el sometimiento a condiciones de vida que lleven a su destrucción física».

La extrema derecha israelí está hoy representada en el Gobierno de Netanyahu por Itamar Ben-Gvir y Bezalel Yoel Smotrich que proclaman sin rebozo la pretensión de ocupar y colonizar integralmente lo que denominan Eretz Israel, la Tierra de Israel, que es el término histórico empleado en las tradiciones judía y cristiana para referirse a los antiguos reinos de Judá e Israel. El Ejecutivo de Netanyahu, avalado por Donald Trump, se ha comprometido a vaciar la Franja de palestinos, y la alternativa que se les ha planteado a todos aquellos –hombres, mujeres y niños– que todavía sobreviven es expatriarse o perecer.

El genocidio que está cometiendo el Gobierno de Netanyahu se lleva a cabo para vaciar Gaza de palestinos, para ocuparla con población judía y hacer imposible la creación de un Estado palestino en la 'tierra prometida', para incorporar ese territorio a Eretz Israel.

El 9 de septiembre, el ejército israelí ordenó el desplazamiento masivo de toda la población de Ciudad de Gaza. Amnistía Internacional ha denunciado que se trata de una «orden cruel, ilegal y agrava aún más las condiciones de vida, genocidas, que Israel está imponiendo a la población palestina». Después de un larguísimo período de silencio e inacción de la comunidad internacional, ahora, cuando el ejército ha inutilizado todos los hospitales de Ciudad de Gaza y está destruyendo sistemáticamente sus edificios, se ha producido una reacción de medidas diplomáticas en las que Irlanda y España fueron pioneras: reconocimiento del Estado palestino por la mayor parte de los países europeos y muchos otros, sanciones comerciales y paralización de la venta y suministro de armas a Israel.

En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, Felipe VI planteó, sin entrar en disquisiciones sobre el calificativo jurídico que pueda merecer la masacre que se está cometiendo, se centró en lo esencial, el imperativo moral y político de detener la masacre ya. Y lo hizo con palabras poderosas y certeras que responden a los sentimientos de la inmensa mayoría de los españoles: «España es un pueblo profundamente orgulloso de sus raíces sefardíes. Cuando hablamos al pueblo de Israel, estamos hablando a un pueblo de hermanos, que, cuando regresa a España regresa a su casa (...). Por eso nos duele tanto, nos cuesta tanto comprender lo que el Gobierno israelí está haciendo en la Franja de Gaza. Por eso clamamos, imploramos, exigimos: detengan ya esta masacre. No más muertes en nombre de un pueblo tan sabio y tan antiguo, que tanto ha sufrido a lo largo de la historia». ¡No más muertes!

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