Encuentros y tropiezos
China sigue siendo un remoto recoveco del río; un sitio alejado al que no llega cualquiera y en el que se quedan muy pocos
Casi siempre, tras cada una de las decisiones vitales, hay un encuentro o un tropiezo. Se dice que en la vida, a menudo, la ... suerte se presenta en forma de oportunidades y de encuentros. Yo me inclino sobre todo por estos últimos. Lo mejor de cuanto me ha pasado -y me pasa- en la vida, me lo han brindado aquellas personas con las que he tenido la suerte de cruzarme en el camino. Recuerdo cómo un día, hace ya muchos años, me dijo un amigo -paisano mío- al poco de conocernos en Reinosa y a punto de tener que marcharme, yo, a China: «No te apures, joven, la vida es muy larga y en ella hay encuentros y tropiezos. En África dicen que solo las montañas no se encuentran, así que hay tiempo de sobra para que nos volvamos a encontrar, si ha de ser». Tenía razón. No por casualidad él, tras pasar 25 años en África, conoce bien esa sabiduría vital, ancestral y oral que sirve de brújula a los africanos.
Efectivamente, encuentros y tropiezos. Unos se quedan para siempre y otros pasan sin pena ni gloria. En ocasiones, alguien a quien conocemos de manera fugaz, improbable y tal vez trivial, acaba cambiándonos la vida para siempre. Otras, en cambio, con quien coincidimos durante semanas, meses o años en un mismo espacio y con quien pasamos grandes cantidades de tiempo a diario, apenas si nos deja una pequeña huella.
La película alemana 'Corre, Lola, corre', se abre con unos créditos que anuncian: «Cada día, cada instante, tomas una decisión que puede cambiarte la vida». A lo largo de la película, destinos alternativos esperan a la protagonista y se van desplegando conforme ella toma decisiones.
El ecosistema de redes (digitales) chinas es el más grande, hiperactivo y versátil del planeta
Casi siempre, tras cada una de esas decisiones hay un encuentro, un tropiezo; la coincidencia accidental que, por cuestión de segundos, cruza el camino de la protagonista con unos u otros personajes. Como reflexionaba en otra película (esta vez 'Los amantes del círculo polar') la protagonista: «Podría contar mi vida uniendo casualidades», yo también. Tras cada una de esas casualidades, prácticamente siempre, hay una persona.
Los chinos tejen sus relaciones de manera muy distinta a nosotros, los occidentales. Siembran, en cada encuentro, una semilla, un «por si acaso», una oportunidad en su «banco de relaciones», conscientes de que, en la vida, uno nunca sabe a quién va a necesitar conocer, dónde, cuándo ni cómo. El celebérrimo 'guanxi'. No por casualidad, el ecosistema de redes sociales (digitales) chinas es el más grande, hiperactivo y versátil del planeta. Pero no voy a hablar en estas líneas de los chinos ni de cómo se relacionan unos con otros. De lo que yo quiero escribir hoy, en cambio, es de la hidráulica fluvial. En concreto, de la morfología de los sedimentos y su transporte por el lecho de los ríos.
El padre de la sedimentología (la rama de la geología que estudia los sedimentos, su formación y transporte), el norteamericano Johann August Udden, inventó a principios del siglo XX una escala para clasificar el tamaño y la morfología de los sedimentos que arrastra, en suspensión, el caudal de un río. Pues bien, resulta que estos se ordenan, en el lecho del río o en sus márgenes, en función de su tamaño. De tal modo, piedras de tamaño similar quedan dispuestas, en franjas y niveles, por la fuerza que arrastra, en diferentes lugares del lecho, la corriente del río. Irónicamente, la propia corriente ve condicionada la fuerza de su curso, precisamente, por esa organización granular de los sedimentos que componen su lecho. Así, los grandes pedruscos quedan todos dispuestos en una misma parte del río, los guijarros en otro, las gravas en otro, los cantos en otro y así sucesivamente.
Al poco de llegar a China, hace tres lustros, un paisano cántabro me enseñó una gran lección: «Aquí nadie llega por casualidad; todo el que viene tan lejos busca algo, huye de algo o ambas cosas a la vez». Sabía de lo que hablaba. A este recodo del río -que es China- la corriente empuja a gente de un perfil peculiar, con una visión de la vida algo diferente y con no pocas rarezas. Me incluyo. Aunque China se haya modernizado mucho y hoy los taxistas de las grandes ciudades chapurreen algo de inglés y uno encuentre McDonald's y Starbucks por casi todas partes, China sigue siendo un remoto recoveco del río; un sitio alejado al que no llega cualquiera y en el que se quedan muy pocos.
Cantos o guijarros, en un momento de nuestras vidas, coincidimos en China. Pese a que ya hace mucho que casi todos dejaron el país y aunque la corriente del río los ha llevado a otros alejados meandros (Ho Chi Minh, Singapur, Bruselas, Sidney, Washington, Toronto...) muchos de ellos siguen contando entre mis mejores amigos. Diseminados por la faz de la tierra, la única pena es no poder vernos más a menudo..., gajes de este extraño oficio que hemos elegido.
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