Enemigos
La disputa se ha instalado en un campo de batalla donde individuos de dudosa valía reproducen los odios de toda la vida
La pandemia del covid irrumpió el pasado año en un escenario político ya previamente enrarecido en España por todas las razones que ustedes ya conocen ... y padecen: que si los independentistas y sus causas étnicas, que si Podemos en el Gobierno o el PP y su perfil de derecha desastrada. Para añadir picante al asunto, ahí estaban los siempre catastróficos portavoces de VOX, que no son, precisamente, herederos intelectuales de Alain de Benoist -o, acaso, de un liberalismo con empaque-, ni enarbolan una propuesta política de altos vuelos teóricos. La disputa se ha instalado, por fin, en un campo de batalla en absoluto heroico, donde individuos de dudosa valía profesional y moral reproducen los odios de toda la vida.
El haber llegado a ese punto decadente no ha sido una labor, desde luego, sencilla. Por mucho que pueda sorprender, la moderación y un cierto conservadurismo suspicaz son actitudes típicas en los países viejos y resabiados. La sustitución de las simpatías hacia los consensos por la beligerancia y la sobreabundancia de los conflictos ideológicos es una labor de insistencia y maldad inyectada en dosis diarias. Ha hecho falta un esfuerzo titánico para comenzar a demoler la convivencia en España.
En este ambiente, los medios audiovisuales han renunciado a proveer a los ciudadanos de producciones rigurosas para estimular su formación crítica. En su lugar, proliferan los programas de enfrentamientos dialécticos entre portavoces más o menos comprometidos con una causa (o, directamente, con un partido). Por su parte, las redes sociales recogen las escenas más jugosas y esparcen el veneno. Mientras crecía esta tendencia, el coronavirus avanzaba sigilosamente por las estaciones y los aeropuertos -los bares y los hoteles- sin que ningún prestigioso locutor aportase nada más que las coyunturales consignas del mando.
Todos los fanáticos y sus ejércitos de jaleadores profesionales son felices con este estado de cosas. El poder (todo el poder, no una administración específica) es disputado en lo que promete ser siempre la lucha final. De ahí que cada bando se encuentre perfectamente cómodo con su enemigo visceral. Unos prefieren a Eduardo Inda. Otros, a Antonio Maestre. Para eso ha quedado la democracia. Por supuesto, cualquier desviación en el juego 'amigo-enemigo' es recibida con desconfianza y cierto nerviosismo violento. Las voces libres, como siempre sucede, son pasto de una especial inquina por aquellos que dicen representar a un colectivo o a una nación. De este modo, se explica la tirria que le tiene Pablo Iglesias a Fernando Savater. El expolítico acostumbra a preguntar por el pensador donostiarra a sus invitados en el programa 'Otra vuelta de Tuerka', a ver si todos comulgan con despreciar la reflexión y el matiz.
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